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Después de cuatro días fuera de casa, aunque ese sitio no era más que mi encierro, lo extrañaba, o quizás era a ella a quien extrañaba. Solamente escuchaba las voces de los demás empresarios, parecían discutir algo de importancia, pero mi cabeza no estaba allí.

Choqué el lapicero repetidas ocasiones contra una de las hojas rayadas. Algunas manchas eran solo puntos y otras diminutas rayas.

—¿Qué opina usted, joven Kim? —inmediatamente sentí mi rostro arder por la vergüenza, al levantar la mirada, me topé con la sonrisa burlona del señor Brown.

Había notado mi completa desconexión en la reunión, mi desinterés, pero lo pero era que no tenía idea alguna de qué respuesta formular. Relamí mis labios para hacer como si fuera a comenzar mi plática, carraspeé mi garganta, mejoré mi postura y no me quedó otra opción aparte de improvisar.

—Bueno, si a Canadá no le agrada por completo importar nuestros productos, ¿por qué no expandir la empresa? —Me puse de pie para aparentar mi carente seguridad —A mi parecer, colocar una nueva sede en el exterior sería bastante provechoso —rodeé a quienes se encontraban en la enorme mesa redonda, a paso lento y observándolos atentamente.

—Eso supondría una enorme inversión, no es tan sencillo como parece, para ser un Kim... —el viejo Brown intentó sabotear mi idea.

—Mi hijo no ha terminado de hablar —mi padre se puso de pie y lo observó con molestia.

—Muchas gracias, como decía, lo más apropiado sería comenzar con una fábrica por allá y llegar a un acuerdo para contratar mano de obra canadiense, ¿creen que se podrían oponer si abrimos más de 500 puestos de trabajo? Ya contacté otras empresas y numerosos centros comerciales interesados en nuestros productos. Además, según los cálculos de uno de nuestros contadores, en tan solo tres años, o inclusive menos tiempo, podríamos recuperar lo invertido —coloqué mis manos sobre la mesa, mientras esbozaba una reluciente sonrisa.

—Tan brillante, justamente como un Kim — el señor Hamilton me vio con orgullo, al igual que el resto, a excepción de uno cuyo apellido no era necesario mencionar.

Al final no improvisé tanto como creí. Las llamadas a empresas canadienses y la estimación del contador me salvaron.

Aunque la reunión había llegado a su fin, poco conforme me quedé en su interior para esperar que la mayoría de personas dejaran la oficina. Cuando quedaban pocos me acerqué al señor Brown.

—Señor, no crea que he dejado pasar su actitud contra mí. Créame, no es el único observador por aquí. Si es por su avaricioso interés de hacer llegar a su hijo tan alto como yo, al menos asegúrese que sea él quien visite nuestras reuniones en lugar de pasar holgazaneando en la oficina —mi sonrisa era tan cínica como lo deseaba.

—No tengo ni la menor idea de lo que habla, joven Kim, no deje que sus aires de grandeza le causen alucinaciones, mi hijo hoy no vino a su empresa por u motivo médico — ¡já! Detestaba cuando otros me subestimaban.

—¿Aires de grandeza? ¿Acaso no ve que soy lo más grande de este lugar? Si usted posee tanta humildad, no se preocupe, cambiaré su oficina. Ah, por cierto, en cuanto pase por la oficina de su hijo esperaré que esté despierto, de lo contrario, su salario será reducido un 50 por ciento y la próxima vez no existirá o será despedido. Para finalizar, no me agradan las irregularidades que he notado en esta sede de mi empresa bajo su dirección. Ahora sí, tenga un buen día —le hice un guiño y salí de ahí.

Así finalizó la reunión de la sexta y última sede de la empresa en el país. Por la noche tendríamos otro viaje de negocios bastante importante y decisivo, así que no tendría escapatoria, debía crear y practicar el discurso de mañana para no quedar como un tonto frente a un montón de desconocidos.

Hotel Singularity // TaeWhere stories live. Discover now