Prologo

206 3 0
                                    

18 años antes, Silverleaf.

—Señora, el hombre que estaba buscando, lo encontramos —anunció el guardia abriendo las grandes puertas de par en par, dirigiéndose hacia su jefa.

La mujer de tez blanca se encontraba frente al ventanal del estudio, mirando el paisaje fijamente con sus oscuros ojos.

Era una noche oscura, sin ninguna estrella visible o siquiera alguna nube. El clima no tenía intención de llover, pero aún así, varios truenos y relámpagos resonaban cada tanto. Dandole un aire mucho más tétrico a la mansión.

El sonido del fuerte viento producía la ilusión de que el cielo se caería en cualquier momento. Los árboles no paraban de moverse. Las hojas plateadas en el piso no dejaban de volar por el ambiente. Toda la noche gritaba "invierno." Y eso era más que fascinante.

Pero lo mejor de todo, era el hecho de que a más de una persona le aterraban estos tipos de noches. Al guardia le asustaba.

Pero a la mujer le encantaba.

El ambiente estaba oscuro, no había ninguna luz encendida y el único rastro de iluminación se encontraba en los faroles de afuera, en el patio. El cual se podía ver perfecto desde el ventanal del segundo piso, donde ella estaba ahora.

La mujer al escucharlo, y aún sin mirarlo dijo:

—¿Y qué esperas? Tráelo.

—Dijo que no quiere verla.

La mujer lanzó una pequeña risa, pero cuando notó que iba en serio, lo enfrentó. El guardia analizó cada movimiento que realizaba la mujer frente a él.

—No pregunté qué es lo que quiere. Haz lo que digo si no quieres que ese cuchillo —hizo una seña hacia el cuchillo de la mesa —acabe en tu pecho.

—Pero señora....

—Hazlo —le interrumpió.

Él asintió y salió en busca del hombre. Pasó un tiempo hasta que se escuchó el sonido de unos pasos, seguido de las puertas abriéndose otra vez.

Al lado del guardia se encontraba un joven chico mirándola con rencor, cubierto de sangre, tanto en la ropa como en la cara. Parte de la sangre estaba seca, pero el resto no. Era reciente. Seguramente ese chico mató algunos de sus guardias o a lo mejor, los guardias lo lastimaron a él.

Este trató de escapar pero fue inútil.

—Déjanos solos —agregó la mujer mirando al chico sin quitarle los ojos de encima.

El guardia se retiró, sin siquiera pensarlo dos veces. El sonido de sus pisadas apresuradas se sintieron desde el otro lado del pasillo, y cuando por fin se dejaron de escuchar, la mujer se quedó tranquila.

El silencio inundó el lugar por completo. De fondo sólo se escuchaba el sonido de las agujas del reloj.

—Vaya, vaya, ¿no duraste mucho tiempo escondiéndote, eh?

—¿Y qué te hizo creer que me estaba escondiendo? —bufó el chico de ojos claros, de mala gana.  Apoyó el peso de su cuerpo en las puertas detrás de él, y esperó a que la mujer hablara.

—¿Entonces lo niegas? —ella se cruzó de brazos, con las cejas alzadas.

—Pues, para que alguien tenga que esconderse, debe temerle a otra persona. Y en mi caso, no te tengo miedo. Así que sí. Lo niego.

—¿No me tienes miedo? —se apoyó en la mesa detrás de ella —. Interesante.

—Bueno, ya me tienes aquí, así que basta de rodeos y dime para qué me mandaste a buscar. Porque la verdad, ya me estoy aburriendo —el hombre intentó lucir seguro de sí mismo. Pero ella sabía lo que en realidad estaba sintiendo. Ansiedad. Mucha ansiedad.

¿Confías?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora