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Recordaba las historias que le contaba su bisabuela cuando este todavía era un niño, inocente y estúpido, capaz de creer en sus palabras por más inverosímiles que estas mismas le parecieran en la actualidad. Fantasías y desvaríos de una vieja loca, según palabras de su propia madre.

Había crecido escuchándola contar esas leyendas, cuentos sobre criaturas míticas, tan irreales que ahora le hacían creer que, en la antigüedad, las personas debían drogarse para creer verdaderamente en esas cosas.

Era como el caso de las sirenas, mujeres tan hermosas como peligrosas, capaces de engañar a los marineros con su dulce canto hasta que estos entrasen a las aguas del mar, donde encontraban la muerte. De niño, cada vez que se subía a un barco tenía la costumbre de ponerse tapones para oídos, para evitar escuchar el fatídico canto que lo conduciría a su muerte, sin embargo, ahora pensaba que aquellos marineros debían tener alucinaciones por el tanto tiempo en el mar, comiendo comida pasada que les generara tales desvaríos y alucinaciones.

Nada lo preparó para lo que sucedería años después.

Su bisabuela había envejecido y su salud había mermado considerablemente desde el momento en el que su madre la había traído a la ciudad, alejándola considerablemente del pequeño pueblo donde ella vivía y donde tenía todos aquellos artilugios paganos de aquel extraño grupo al que la misma pertenecía.

El joven dejó de divagar entre sus recuerdos al percatarse que lo estaban llamando, en aquel momento se encontraba con la vieja mujer, en el cuarto que le de la misma, se suponía que debía acomodarla para que lograse dormir, pero estaba perdido entre sus recuerdos de la infancia junto a su bisabuela que ahora los notaba tan lejanos y nostálgicos.

- Mi pequeño Darién, cuando esta anciana muera, tú tendrás que ir – dijo, mientras con su mano, huesuda, le acariciaba el rostro -, le guste a quien le guste, a proteger y vigilar el portal al otro mundo – le dijo la anciana, con aquellos ojos nublados por las cataratas, con una sonrisa tan tétrica que le erizo los cabellos de la nuca ¿Cuándo se había vuelto tan... aterradora?

Sostuvo fuerte su mano, a pesar de que su madre detestaba a su bisabuela, él le tenía afecto, entendía que la mujer había crecido en una época distinta a la suya y a la de su madre, por lo que no podía culparla por tener aquellas locas creencias que él no lograba entender a pesar de los muchos intentos de la misma.

- Yo sé que tu madre aun no me ha perdonado, mi niño –la mujer hablaba lentamente, acariciándole la mano-, que ella no entiende mi cultura y mi misión en este mundo, la misión que es mi deber pasarle a mi descendencia, de la cual, pequeña criatura, tú eres parte –la sentencia le era clara, él debía continuar aquel sinsentido al que su bisabuela le había dedicado la vida, a pesar de ni siquiera entenderlo.

- Nana Imry, ¿qué es exactamente lo que quieres que haga? – sabía que, si su madre se enteraba que quería seguirle el juego a su abuela, era muy capaz de mandarlo a un manicomio, como tantas veces lo intentó con ella a pesar de no lograrlo.

Después de la desaparición de su padre intentando cumplir la extraña misión de la bisabuela Imry, su madre había intentado romper todo contacto con la extraña mujer, pero no importara que hiciera o que intentara, esto parecía una tarea imposible, ¿cuál era el misterio que escondía su bisabuela?, ¿a qué le tenía tanto miedo su madre? No lo sabía, pero esperaba descubrirlo. Pronto.

- Encuéntralo cariño, debes ir a buscarlo, él te está esperando, tú eres el único capaz de hacerlo, de encontrarlos, a ellos, de volver todo a la normalidad, a lo que siempre debió ser, a lo que nunca debió cambiar, ellos lo liberarán, porque él sigue vivo, sigue vivo cariño, él lo está, ellos lo tienen – dijo, con la mirada desenfocada, como si lo viera y a la vez no.

Tragó grueso mientras la acomodaba en la cama para tratar que descansara, y tomo entre sus manos las de la vieja mujer, acariciándolas a pesar de la inquietud que sentía en aquellos momentos. ¿Encontrarlos? ¿A quién debía encontrar? La duda inundaba su mente mientras cuidaba de la mujer que tantas veces lo cuidó, tantas preguntas sin respuesta que no lo abandonaban.

Los golpes en la puerta lo hicieron salir de su ensimismamiento ¿cuánto tiempo había pasado así? No lo sabía, pero frente a él su abuela yacía plácidamente dormida, tan inmóvil que, de no ser por los suaves ronquidos que esta soltaba de cuando en cuando, dudaría que durmiera, soltó una pequeña risilla mientras sacudía la cabeza, de nada le servía dejarse llevar por la duda o el miedo, no cuando sentía que en cualquier momento podría perder a su querida Nana Imry.

- ¿Se durmió? Jo, pensé que por fin podría hablar con ella – la cantarina voz de su hermana menor inundó la habitación.

- Arianne, no sabía que estabas aquí – dijo, a sabiendas de que causaría algo de molestia en su hermana menor.

- Darién, te he dicho que me digas Annie, A-nni-e ¿tan difícil es? – se quejó la menor.

- Como digas Arianne – se burló, ganándose las quejas de la rubia chica, quien comenzó a pegarle en broma.

¿Cuánto tiempo hacia que no se veían? ¿tres años? ¿cuatro quizá? La universidad y el trabajo le habían absorbido tanto tiempo que ya no lograba reconocer a su ya no tan pequeña hermana, escucharla contarle sus últimas aventuras le hicieron sentir un extraño nudo en el pecho, él había tenido la oportunidad de conocer a su papá, de convivir con él, pero ella no, al menos no tanto como él, y además de todo él se había ido a la universidad, dejándola atrás teniendo que aguantar las peleas diarias entre su madre y su bisabuela.

Pocos días después de aquella conversación, su bisabuela murió, dejándole como su único heredero. Pero como era de esperarse, una de las condiciones era que él debía ir a aquella lúgubre casa en la que vivió por tanto tiempo, aquella donde la difunta mujer, aseguraba, existía un portal dimensional, uno que debía proteger de quien sabe qué cosa.

- No lo hará – la voz de su madre resonó en la habitación, tan fuerte y tan segura que era imposible de ignorar. -. Mi hijo no irá a ese lugar de locos.

Suspiró, sabía que era inevitable, que su madre no lo entendería, pero él ya no era un niño, era un adulto de 22 años, un estudiante de medicina hecho y derecho que podía valerse por sí mismo sin problema alguno.

- Madre, iré durante las vacaciones, me cuidaré, no tienes por qué preocuparte por mí – le dijo, tratando de calmar sus miedos.

- Si he dicho que no irás no lo harás y punto. Perdí a tu padre por esas tonterías, no estoy dispuesta a perderte a ti también – bramó.

Suspiró, sabía que eso pasaría, intentó dialogar con ella, pero parecía imposible, poco a poco dejaron de hablar como personas civilizadas y los gritos comenzaron a surgir.

- Te lo advierto Darién – comenzó a decir su madre con la mirada enceguecida por el rencor y desconsuelo – si de verdad te vas a ese lugar, estarás muerto para mí – sentenció.

Sintió como se le estrujaba el corazón al oír esas palabras salir de la boca de su madre, como las lágrimas se juntaban en sus ojos, escociéndole, pero no las dejó caer, no iba a demostrar su debilidad o lo mucho que las palabras de su madre le habían herido, calando hondo en su interior.

- La bisabuela dijo que mi padre podía seguir vivo, lo encontraré y lo traeré de regreso, madre – dijo seguro de sí mismo antes de darse la media vuelta y emprender su salida. Él ya no tenía lugar en esa casa. -, puedes estar segura que cuando vuelva, no lo haré solo – sentenció.

Escuchó la risa irónica de su madre, pero sabía que no debía tomarles importancia a esas palabras. Las últimas semanas le habían servido para reflexionar sobre la última petición que Nana Imry le hizo antes de quedarse dormida, estaba seguro que ella se refería a su padre ¿a quién más sino? Él lo encontraría, vivo o muerto, lo encontraría, y eso haría que su madre pudiera volver a ser la madre amorosa que desapareció junto a su padre hace poco más de 15 años, la madre que Arianne nunca conoció.

No salgas en la oscuridadOù les histoires vivent. Découvrez maintenant