t r e s

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Lana apretó el asa de asa de su maleta y se ajustó el bolso en el hombro. Estaba esperando a su padre en casa de su madre. Sabía que era una situación incómoda para Raquel pero ella misma fue la que propuso la idea de que Lana se despidiera de su padre allí, delante de las tres mujeres que vivían en esa casa.

Dejó tanto su bolso como su maleta al lado del sofá. Miró a su abuela con miedo, esta última se acercó a su nieta y la abrazó.

—No te preocupes, mi vida.

Lana asintió dejándose abrazar por su abuela unos segundos más hasta que la voz de su madre la puso en estado de alerta.

—Tu padre sube ya. —avisó Raquel.

—Siento ponerte en esta situación. Por mi culpa está incumpliendo la orden de alejamiento y sé que es incómodo para ti.

—No te preocupes, cariño. Sabes que haría lo que fuera por ti.

El timbre sonó. La más rápida en reaccionar fue Paula que salió corriendo a abrir.

—¡Papá! —chilló al abrir la puerta. Su padre se agachó para abrazarla y de paso la cogió en brazos. Entró en la casa con Paula en brazos y vio a las tres mujeres de pie esperando a que entrara.

Él ya sabía que su hija se iba unos meses de viaje y estaba en total desacuerdo con que dejara la universidad apartada. O eso pensaba él. Nada más lejos de la realidad. De viaje sí que se iba, pero no iba a ser un viaje como él pensaba.

—No estoy de acuerdo con lo que vas a hacer. —habló Alberto nada más entrar.

—Hola a ti también, papá. Yo también estoy bien, gracias por preguntar. —murmuró Lana.

—No estás de acuerdo con que se vaya a disfrutar de su juventud, Alberto. —habló Mariví, su abuela. —Tu hija es una de las mejores de su promoción y no eres capaz de ver que necesita un descanso de la vida que lleva, que está todo el día en la biblioteca encerrada estudiando sin parar para que ahora vengas tú a decirle que no puede hacer lo que ella quiera. Como si ella no fuera adulta o tuviera el poder de hacer lo que quiera con su vida.

Había que reconocer que Lana les decoraba un poco su vida. Les decía que iba a la biblioteca a estudiar casi a diario, que no iba a muchas fiestas, que tenía unos amigos geniales y por supuesto no mencionaba nunca nada de drogas y su pequeña adicción.

—¿Sí? Pues ya no será una de las mejores alumnas de esta promoción, sino de las del curso que viene. —habló Alberto bajando a Paula de sus brazos.

—Paula, cariño, ve a tu habitación a jugar.

—Pero papá...

—Papá irá cuando acabe de hablar con la hermana, ¿vale? —Mariví agarró su mano haciendo que Paula empezara a caminar junto a ella. —Mientras vamos a jugar tú y yo a lo que quieras.

Ambas desaparecieron de la habitación. Alberto elevó la mano, señaló a Lana con el dedo índice y habló cuando vio que su hija pequeña desapareció del salón.

—¿De qué te sirve ser una de las mejores si no eres la mejor? ¿De qué te sirve irte unos meses de viaje con tus amigos? Esos amigos tuyos solo te van a corromper y van a hacer que dejes la carrera cuando vuelvas.

Si se refería a sus "amigos" no llevaba razón, puesto que había estado años con ellos y no había dejado la carrera.

—Papá no quiero discutir esto. —habló Lana. Ni siquiera se esforzó en aparentar que estaba no contenta de que él estuviera allí. Se había cansado de actuar y no iba a ocultar que la actitud de su padre cuando se ponía así le molestaba. —Me van a venir a recoger hoy, así que si te quieres despedir este es el momento porque vamos a estar un par de meses sin vernos.

Londres| La Casa De Papel » NairobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora