Esa

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Y es esa chica la que está ahora sentada en ese banco de mimbre blanco en su terraza la que se vuelve loca con todo. La mayoría la considera adorable, pero ella no se ve del mismo modo. Es esa chica la que sonríe porque es libre de una vez por todas, la que mira al cielo a las siete de la mañana de un día perdido de abril recordando mil historias que la han hecho feliz. 

Es esa la que baila descalza cuando no la miran, la que tiene una mirada café y lo detesta, la que mira con ternura a todos salvo a sí misma. Ella sabe que es increíble, pero no la ha sabido sola. Llevaba mucho tiempo deseando ver un amanecer, aunque la persona con la que quería hacerlo es un tema mucho más delicado para su alma. 

Primero era una amiga rubia demasiado fiestera la que quería enseñarle sobre la libertad, sobre las noches alocadas y las copas de un solo trago y ella ser reía y lo hacía con gusto, pero la chica de ojos café no pensaba en eso solo, pensaba en cómo sería ese escenario romántico más allá de su ventana, en lo que supone un cielo naranja y deslumbrante. La sensación de vivir y la juventud se mezclaban y lo hizo, vio ese amanecer en el pueblo de su amiga, con dolor en los pies de tanto bailar y un chico atractivo a su lado, uno que le prometía una vida con él. 

Esa chica de los amaneceres lo recordaría siempre, el momento, no al chico, pero ella tardo en comprender que era el instante capturado en la memoria lo que valía la pena, que las personas que estaban ahí en algún momento la quisieron y ella sospecha que aún la quieren, aunque no de la misma forma. Esa chico la prometió seguir viendo amaneceres, el siguiente sería en la playa, sobre la arena tumbados en una cálida noche de agosto, pero no pasó. Se fueron antes de tiempo y nunca volvieron juntos a la misma playa. Otra amiga la llevó un año después, el chico ya no estaba desde hacía unas semanas. 

Así que la chica de los amaneceres le dio un significado especial y los pasó por alto por muchas razones, aunque la principal era que al contemplar una escena más de la naturaleza se sentía sola. No lo estaba, pero claro, uno no se percata de eso hasta que pasan unos meses, mitiga el dolor y te quieres más a tí mismo. Las relaciones rompen la pureza de nuestra alma, la transforman para bien o para mal y por muy cursi que fuera ella lo creía así. Había vivido una vida entera sin esa mitad de la que habla en las novelas, había reído mucho y soñaba despierta y cuando él se terminó no supo darle al botón de reiniciar. No se reconocía, tanto tiempo y aprendizajes, tanto sentido del humor compartido, eran mejores amigos y se había roto en un segundo con unas palabras. 

Hubo más razones para no ver el amanecer que para romper la relación, pero claro, no todos nos fijamos en las mismas cicatrices. La joven pasó un tiempo a solas, preocupó a todos y cuando consiguieron que regresara al mundo real, ella ya bailaba descalza y cantaba a cada paso, sacaba esa risa melódica y se enfrascaba en largas horas de lecturas y escritura. Se recuperó porque todos nos recuperamos, porque esa de los amaneceres también sabía quererse así misma, aunque necesitara un empujón de sus amigos. 

Ahora ve el amanecer, aunque no como cualquier otro, le gusta la mezcla de azul y naranja cuando sale el sol y disfruta cada minuto, esperando que se repita veinticuatro horas después. Ella sabe que como el amanecer no es eterno, tampoco lo son algunas personas, pocas son para siempre. La chica de los amaneceres le encuentra el lado bonito a todo, ella es así, vive con los sentidos y deja que el mundo los inunde. Puede que él se marchara, puede que ya no haya tantas juergas, pero sus amigas la quieren, su familia la adora y su perro duerme a sus pies a las siete de la mañana. 

¿Qué más puede pedir? 

Todos querrían estar a su lado en el próximo amanecer, pero no todos pueden tener ese privilegio, ¿no?

Tal vez el próximo que llegue se lo gane

Atentamente,

Esa


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⏰ Última actualización: Apr 26, 2020 ⏰

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