Capítulo 26. Iletrados

4.2K 460 33
                                    

Por mucho ahínco que pusiera en pensar en el futuro, no podía obviar el presente, ni tampoco la posibilidad de que las cosas solo fuesen a peor. Y si no tenía a Sandor, de alguna manera debía evitar que mi hijo padeciera algo de todo aquello. Debía aceptar que mi hermana ya no estaba, que mi padre ya no estaba, que mi esposo y Gerda podrían faltarme, y entender que solo me tenía a mí misma. Porque, como con Ivar, no podía quedarme de brazos cruzados.

Sí, no había mucho que yo pudiera hacer, pero al menos no tenía un pie atado a la cama. Y, lo más importante, allí estaban mi taller y el dispensario de Gyles, y quizás pudiera contar con la ayuda de alguien. Lo que necesitaba era un poco de valor y una oportunidad. Pero ¿a dónde podía ir después? Si el rey había caído, ni mi prima ni mi tío ni ningún otro señor eran una opción, por lo que solo me restaba buscar refugio con Vikary y su esposa.

Llamaron a la puerta y me hice la dormida.

―¿Elin?

Gerda puso una bandeja sobre el baúl a los pies de la cama. No parecía herida, pero sí en extremo triste. Corrí a abrazarla.

―¿Estás bien? ¿Te han hecho daño?

―Nada que Jorgen no me hiciera.

―¿Qué ha pasado?

―Han matado a varias mujeres y han forzado a las demás. Los niños están bien, pero a los ancianos los han ejecutado.

―Malditos.

―Y... lo de tu esposo...

―No es cierto, Gerda. Y seguro que Kevan está bien también.

Asintió varias veces con la cabeza, pero no parecía nada convencida.

―¿Podemos hacer algo? ―susurró.

―¿Sheilah está bien?

―Sí, ha hecho como yo.

Volví a abrazarla y la apreté contra mí.

―Se me ocurre una cosa, pero debemos tener mucho cuidado. Sobre todo tú.

―¿Es verdad que va a desposarte?

―No debe bastarle con las tierras, quiere también un linaje.

―No tendrá nada si Sandor aparece. ¿Y si solo esperamos a que lo haga?

―No sabemos el tiempo que puede necesitar, Gerda. He pensado en ir con el anciano que me ayudó a escapar de Ivar.

―¿Cómo?

―Habrá que dormirles.

―¿Por qué no algo más?

Medité un momento. Sí, había algunos remedios que podían usarse como veneno, y el riesgo era el mismo, pero ¿estaba preparada para cargar con el peso de tantas muertes?

―Yo lo haré ―dijo Gerda como si adivinase mis pensamientos―. Nos están tratando como a yeguas, Elin, y creo que no piensan parar, porque de lo contrario habrían echado ya a alguien. A los ancianos, al menos. Y a los niños solo les dejan las sobras.

―Pero ¿qué clase de bestias son?

―Por lo que les he oído decir, eran simples mercenarios antes de que el rey los nombrase a todos caballeros y repartiese las tierras de los caídos. Lo siento por tu padre, Elin.

―Tampoco eso tiene por qué ser verdad.

Pero aquello era lo que más me costaba creer. Incluso Ingrid tenía más posibilidades de haber sobrevivido.

―Necesito ir a mi taller ―dije.

―No deberías salir, al menos hasta que la cosa se calme. Puedo traerte lo que me pidas.

ScarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora