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Las sirenas policiacas inundaban aquel calmado vecindario, Stephen era la cabecilla de aquel allanamiento. Se sentía mal, se sentía impotente con él mismo por dejar al menor irse de aquella forma, no quería ni imaginarse en la forma en que lo encontraría, de solo pensar sus puños se volvían blancos de lo fuerte que apretaba el volante. No sabía con exactitud en qué casa vivía el chico, lo que si sabía es que era cerca de aquella señora repugnante que cuidaba del pequeño Kai. La policía iba detrás de él con las luces apagadas, divisó la casa crema de aquella y mujer y se aparcó, bajando de la jeep sin importarle nada. Cuando estuvo frente a la puerta de la señora tocó incansablemente, tocó hasta que sus nudillos se irritaron.

La mujer abrió la puerta con el ceño fruncido, llevaba una bata como la noche anterior, con una lata de cerveza en la mano y un cigarrillo entre los dedos. Y de forma hosca pregunto.

Que se te ofrece, el putito de Lucky no vive aquí- el repugnante olor a nicotina le dio de lleno en el rostro, miro a la mujer con la vena de su cuello a punto de explotar, había ofendido a Lucky, a su Lucky.

Quiero saber donde vive, cuál es la casa?- el mayor miro con cólera a la mujer. Estaba perdiendo la cabeza, no tenía tiempo para lidiar con esa mujer insoportable.

Para que?, ah esa puta barata también te debe, no te preocupes su padre ya le dio su merecido por mala paga, lo escuché gritando el día entero, fue sumamente irritante debiste escu- la mujer no termino ya que Stephen había chocado su puño contra el marco de madera de la puerta, dejando una enorme abolladura.

Dime dónde está la puta casa ahora- su rostro se puso rojo por la ira, la mujer lo miro asustada dejando caer su lata de cerveza y su cigarro. Si bien no le haría daño a la mujer ya lo había sacado de su casilla.

Es..es allí, la ca..casa vieja- la mujer apuntó con su dedo tembloroso la única casa cayéndose a pedazos de aquella acera. Stephen miro a su cuñado el cual se encontraba unos metros más atrás junto a los otros oficiales. Les señalo la casa a lo cual todos corrieron, su cuñado se acercó a él para hablar.

Será mejor que no entres hasta que te avisemos- la cara de Stephen fue de total desconcierto. Él quería estar allí y sacar a sus dos bebes, y de paso partirle la cara al gran hijo de puta que se hacía llamar padre.

De que demonios estás hablando, por supuesto que voy a entrar- se soltó del agarre de Michael, iba caminando cuando esté volvió a tomarle del brazo.

Escucha, no puedes interferir en un trabajo policial, entraremos, esposaremos al hombre, revisaremos el lugar y luego te dejaremos entrar cuando llegue la ayuda médica- el mayor de los dos tenía una mirada que demostraba confianza y promesa a sus palabras, pero eso no era lo que Stephen quería escuchar.

Iras allí sacarás a esa basura sin que yo lo vea porque si lo hago te lo matare sin piedad alguna, entraré a esa casa y sacare a mis dos nenes de ahí sin importarme una mierda y me iré con ellos en la ambulancia. Y si vuelves a retenerme te romperé el brazo y te lo meteré por el culo- ambos comenzaron a caminar rumbo a la casa, ya sus hombres estaban posicionados para irrumpir en aquella morada solo faltaban ellos. Stephen se mantuvo a un costado, Michael tocó la puerta con el cañón de su pistola, gritó dos veces alegando de que era la policía y que le permitieran entrar. Nadie abrió, sin más opción, uno de sus colegas rompió la puerta y tres de ellos entraron  seguido de Michael, en lo que parecía la sala no había nadie, uno fue a la cocina a revisar y el otro fue a la sala. Michael y dos más de los chicos subieron hasta la segunda planta, habían dos puertas, el pasillo era angosto por lo que con sigilo se recostaron en las paredes y avanzaron hasta la primera habitación, la cual tenía una puerta con una manija dorada, uno de los chicos rompió la puerta y los tres entraron, y Michael en sus 18 años que tenía como policía nunca había visto una habitación como aquella, desde el techo sobresalían cuatro cadenas fuertes y anchas con lo que parecían esposas, tenía una cama con un cobertor rojo desechó y con lo que parecían manchas de semen y algo más, en el piso habían envolturas de condones y condones usados tirados por todas partes, encima de una mesa negra había desde látigos hasta dildos, también habían velas largas y gastadas, las ventanas también estaban tachadas con madera y la habitación tenía un olor repugnante, en algunas partes del piso alfombrado habían manchas grandes y largas de sangre. En la cabecera de la cama había otra cadena con un collar de perro negro. En una canasta vio más esposas y más objetos de tortura. Asqueado y sintiendo la bilis subiendo salió de aquel cuarto, solo le quedaba una puerta en aquella planta. Los tres se posicionaron de nuevo al rededor y esta vez Michael rompió la puerta, encontrando a los dueños de aquel lugar.

La felicidad del boxeador -Gay Donde viven las historias. Descúbrelo ahora