Capítulo 13

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Estiro sus manos buscando el cuerpo de Annabell, tanteando cada espacio de la cama, una cama que le supo muy fría como para haber sido ocupada por alguien más, se dio la vuelta buscando encontrarla en algún lado de la habitación, inspecciono cada rincón con su mirada y cuando recién se convenció de que no había nadie, se levantó desperezándose lentamente, tomo su bata y se dirigió directo a la habitación de al lado dispuesto a encontrar a su esposa y traerla devuelta a la cama para poder disfrutar todo lo que pudiera del día con ella, sin embargo y al igual que con la otra habitación, por más que busco, no encontró ni las muestras de ella, ya malhumorado se vistió y salió de las habitaciones. La buscó, en el comedor, en la sala de descanso y en el despacho y luego y tras revisar todas las otras salas se dirigió al jardín y las caballerizas, pregunto a cada uno de los empleados sobre el paradero de su esposa, pero nadie sabía nada.

Volvió a la habitación frustrado, no entendía como nadie sabía acerca de ella y como él no se dio cuenta del momento en que ella salió de su cama, pensó en qué lugares se había olvidado buscar y cuando ya su cabeza parecía no aguantar más los interrogativos y comenzaba a doler, la vio.

Una carta, allí doblada sobre el escritorio, con su nombre escrita por la perfecta caligrafía de su esposa, se acercó lentamente sabiendo que lo único que encontraría allí era algo malo, presentía que estaba a punto de perderlo todo.

Desdoblo con cuidado la carta y tomando un largo suspiro leyó

Querido David:

No puedo explicarte la tristeza que siento al despedirme de tu rostro en silencio, de saber que será la última vez que mis ojos observaran los tuyo, que, aunque ahora estén cerrados puedo recordarlos mirándome con admiración mientras me besabas esta tarde. La última vez que veré tus labios soltar un suspiro, o tus manos abrazando mi cintura, como lo has hecho durante toda la tarde- noche luego de haberme amado como nunca nadie antes lo hizo, y nunca nadie después de ti lo hará.

Te pido disculpas por mis decisiones, no puedo decirte las razones, supongo que las sabrás pronto de boca del barón quien seguramente y luego del encuentro de esta tarde te dirá todo lo que tengas que saber.

No puedo arriesgarme a ver el asco o el odio en tu cara, no soportaría que todo aquello que dijiste sentir por mí se borre, por esa razón cuando despiertes y leas esta carta yo voy a estar muy lejos de ti.

Nunca quise que esto sucediera, no quise aceptar tu propuesta por ese mismo motivo, pero tampoco podía dejar que mi madre se quedara en la calle por una persona egoísta que no conoce de bondad.

Intente dártelo todos estos últimos días, no quería quedarme con nada de mí, tal vez no fue la mejor decisión, y tal vez odies que yo allá dejado este recuerdo en ti, en nosotros, pero aun así no me arrepiento porque yo lo atesorare hasta el último momento de mi vida.

Sé que me espera la soledad más aterradora de todas, la tomare como mi castigo por acerté daño.

Y gracias, gracias por haberme amado, gracias por haber creído en mí, gracias por compartir tu familia conmigo, no fui merecedora de ello en ningún momento.

No me busques David, no quiero ser encontrada, la lejanía del rumbo que tome es mucha, y aunque no lo creas suficiente, el castigo que recibo es mi propio dolor.

Sé que el escándalo que se formara por mi huida será grande, sin embargo, es pequeño al que tendrías que soportar si la verdad de mi vida saliera a la luz.

No tengo más que decirte, y aunque me gustaría postergar este momento, mientras te veo dormir y aun puedo acariciarte, no puedo arriesgarme a que me detengas

Lo siento tanto amor mío, pero me toca despedirme

Adiós mi duque.

Siempre tuya.

Annabell

Leyó la carta una, dos, tres veces y todas las que le fue necesarias para entender que ella se había ido, y que no tenía la menor intención de regresar. Pensó en salir en cualquier dirección, buscándola para traerla nuevamente a su lado y que ella misma le explicara que sucedía, porque él no lo entendía, pero como ella menciono en la carta seguramente ya se encontraba lo suficientemente lejos como para siquiera tener la posibilidad de encontrarla.

Quiso ir en busca de las explicaciones que el barón tenia, a ver si lograba odiarla por poner tanto dolor en su corazón, pero no se atrevía manchar el sentimiento más bonito que había tenido la oportunidad de conocer junto a Annabell.

Se odio a él por no darse cuenta que la actitud de su esposa había cambiado, que algo la perturbaba, odio la maldita nota que él se había olvidado de romper para que ella no la leyera, odio al barón por ser un ser tan repugnante que había logrado romper lo más importante que había logrado en su vida, pero por más que tenía razones, por su desconfianza en él, su cruel abandono, y el dolor en su pecho, no pudo odiarla, no a ella, porque la amaba, la amaba tanto que le hubiera perdonado cualquier cosa, la amaba tanto que habría sido capaz de dar todo lo que tenía por ella, la amaba tanto que ahora que sabía que no la tendría nunca más, se arrepentía de no habérselo dicho más veces hasta que ella se hubiera convencido de que no había nada que su amor no pudiera perdonar.

Y cuando se dio cuenta de que las posibilidades de encontrarlas eran casi nulas, se permitió convertir en lágrimas todo aquello que lo estaba rompiendo por dentro y que le dolía como pocas cosas en su vida lo habían hecho.

Se recostó en la cama que habían compartido aquella noche y muchas otras noches en las que solo tenerla abrazada contra su cuerpo había bastado para calentar su corazón.

Apretó la carta contra su pecho y lloro, lloro hasta quedarse dormido, no salió a buscarla, no valía la pena, como ella había dejado escrito en el único objeto que quedaba y que mostraba un poco de lo que ella sentía.

Ella no quería ser encontrada.

Si No Es Demasiado Tarde Para Pedir Perdón #2.1Where stories live. Discover now