Dos: ¿Una cita?

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Habían pasado alrededor de cuatro semanas desde que conocí a Mathias.

A partir de ese momento tomó como costumbre pasar todos los días por mi  trabajo con la excusa de que nadie hacia tan buen café como Ana, mi compañera.

Cada día, a las tres de la tarde, él ya se encontraba sentado en su habitual mesa -la cúal había adoptado como suya- y esperaba que me desocupara para que pidiera su orden -multiplicada por dos- para poder compartirla conmigo. Ya no tenía sentido rechazar sus propuestas ya que era muy insistente y no aceptaba un no como respuesta, me había resignado y sin esperar una invitación; ya yo me encontraba sentada junto a él.

En poco tiempo ya conocía mucho sobre Mathías. Sentía que teniamos una rara conexión y que en ese momento cuando nos encontrabamos merendando, se creaba una burbuja a nuestro alrededor dónde nada ni nadie era capaz de romper.

Me había hablado sobre su vida en genera. Sus padres, sus hermanos, su trabajo, sus sueños y sus metas.

Estudia en una de las universidad públicas de Maracay, estaba próximo a convertirse en ingeniero industrial. Quería irse del país para comenzar su propia empresa en tierras extranjeras. Amaba con locura a su madre y a sus hermanos. Le gustaba dibujar y construir cosas, uno de sus pasantiempos eran reconstruir muebles de madera.

Me encantaba la forma en que rostro se iluminaba al contarme sobre lo que amaba. Mathías sin duda era un hombre apasionado y creo que gracias a eso; comencé a caer por él.

Estaba segura de que me gustaba, y mucho. No sabía si él se sentía de la misma forma que yo, él tenía veintitres años y yo apenas diecisiete. Existia la posibilidad de que solo me viera como una niña o en todo caso, como su hermanita. Nunca había vuelto a coquetearme y nuestras conversaciones se basaban más que todo en saber sobre nosotros.

Cumplió su palabra en dejar de ser desconocidos.

Cada vez que se despedia de mi, ya me encontraba ansiando que acabara ese día para que llegara el siguiente y así poder volver a verlo. Me emocionaba cada vez que lo veía entrar por las puertas del café y mi corazón amenazaba con explotar cuando me regalaba una de sus hermosas sonrisas.

Hoy no era la excepción.

Escuché el suave tintineo de las campanas que avisaban que un nuevo cliente entraba al pequeño café donde trabajaba. Le dí una rápida mirada al reloj que colgaba en una de las paredes y sonreí. Eran las tres y punto.

No quería parecer ansiosa así que no le eché un vistazo a la puerta y seguí acomodando las bolsitas de té que estaban esparcidas en uno de los mostradores. Debía serenarme antes de verlo, si me veía justo ahora mis sentimientos me delatarian y no quería arruinar nuestra amistad. Aún no sabía lo que Mathías sentía o no por mí y no queria arriesgarme a perderlo por mi bobo enamoramiento.

—¿No hay un hola para mí?— la voz detrás de mi me sacó de mis pensamientos y me sonrojé.

Tomé un largo respiro y dejé de darle la espalda. Sentía que volvía a sonrojarme con más fuerza, el hombre que se encontraba al frente de mi era de otro mundo.

Me quedé sin aliento al contemplarlo. Usaba sus habituales camisas de cuadro junto con unos pantalones oscuros y zapatos deportivos blancos. Su cabello largo, había desaparecido, ahora usaba un corte moderno; corto de los laterales y un poco largo en el medio. Aún seguía teniendo ese permanente bronceado y como siempre, una resplandeciente sonrisa adornaba su rostro.

—Hmm... Hola— murmuré. Palabras coherentes se negaban a salir de mi boca, me encontraba en blanco y rápidamente sacudí mi cabeza para ponerla en orden.

Mathías en respuesta solo rió fugazmente, caminó hasta su mesa y se sento en una de las dos sillas que ahí se encontraban.

—Hola Irene, como siempre es un gusto verte— sus lindos ojos brillaban como nunca y no pude evitar pensar que hoy había algo diferente en él. Se veía como un pequeño niño a punto de hacer una travesura que sonreía diabolicamente al saber que nadie sabia de ello.

—Adulador— le reprendí juguetonamente. Siempre me saludaba con algún piropo que ponia mis mejillas al rojo vivo.

—Solo lo soy con las mujeres hermosas, mi culpa— se excusó con cara de inocencia sin perder su sonrisa.

Reí por su respuesta.
—Claro... Y dime ¿lo mismo de siempre?— cambié rápidamente de tema para evitar que siguiera diciendo cosas como esas.

—Sabes que si.— respondió repasandome lentamente. Era la primera vez que lo hacía lo cual me sorprendió. Sentí escalofrios recorrer mi cuerpo producto de su escrutinió y sin responderle, caminé dispuesta a buscar su orden.

Mathías estaba algo raro. Nunca me daba tantos halagos y jamás se me quedaba viendo de esa forma tan, pasional. Mis pensamientos estaban hechos un total desastre y mi sonrojo no quería irse de mi cara.

Quizás se esté dando cuenta de que soy una mujer y no una niña. Sopesé mentalmente. No tenia grandes curvas ni senos grandes, era promedio. Era de estatura baja y mi cara estaba salpicada con pequeñas pecas las cuales odiaba ya que me daban ese toque infantil que tanto repudiaba.

—Irene— llamó desde su mesa. Aún no terminaba de acomodar la bandeja con la comida asi que me apresuré y en pausados pasos para evitar accidentes, me dirigí hacía él.

—¿Necesitas algo más?— pregunté mientras disponia todo sobre la mesa para después sentarme junto a él.

—La verdad si— declaró, sus dientes atraparon su labio superior en gesto pensativo.—. Necesito una cita contigo.

Mi mundo se detuvo brevemente.

¿Una cita?

¿Había escuchado bien? ¿Acaso estaba soñando? ¿Era una broma de mal gusto? Preguntas sin sentido se arremolinaban en mi cabeza.

Mathías acababa de perdirme una cita y yo estaba literalmente con la boca abierta.

—¿Qué?— fué lo único que pude decir. Aún no podía creer que de sus labios hayan salido esa pregunta con la cúal fantaseaba diariamente.

—Si, una cita ¿Qué dices? ¿Aceptas?— inquirió algo impaciente por obtener una respuesta de mi parte.

Sin pensarlo dos veces le dije que si.

Acababa de aceptarle una cita a mi amor platonico y la emoción no cabia en mi.

En ese preciso momento dejé que un monstruo disfrazado de principe entrara en mi vida definitivamente.

A partir de ahí mi vida iba a cambiar, y no para mejor.

Mis sueños de adolescente opacaron la verdad que se escondia detrás de esa sonrisa de fingida inocencia y de esos ojos que brillaban con falso interés.

Había pactado un trato con el diablo y lo descubriria de la peor manera posible.

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Aquí el segundo capítulo mi gente linda.

Espero les haya gustado tanto como a mí.

Quiero leer sus comentarios y opiniones sobre lo que hasta ahora piensan de Irene y Mathías

Los quierooooo

Besos

Un ángel atrapado en la cueva del diablo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora