0 6 | Por el delito de quererte

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Shoyo.

¿Qué cuándo comenzó a gustarme Kageyama?

Esa es una muy buena pregunta.

¿Cuándo comenzó a ti a gustarte la pizza?

No lo recuerdas.

Solo sabes que insistías en ir todos los fines de semana a ese local del centro. Ese donde las hacían con una masa deliciosa y con orillas crujientes. Te gustó tanto que repetiste hasta comerte tres porciones más. Pero luego siempre estaba tu madre al pendiente diciendo que te ibas a empanzar y que debías ser mas moderado. Que ibas a retorcerte en la noche sintiendo como el estómago procesaba toda esa salsa de tomate y te obligaba ir al baño incontables veces.

Pero cuando llegara de nuevo el domingo, ahí ibas a estar de nuevo.

Esperando con ojos brillosos que asentaran la bandeja de metal, con la pizza encima, en medio de la mesa, calientita y humosa. Y no te iba a importar que te miraran todo grasiento y con salsa de tomate en las mejillas regordetas o incluso en el cabello. No te iba a importar porque tú eras feliz comiendo –haciendo- lo que te gustaba. Amando esa comida. Que si bien existían muchas más que te gustaban, esa era tu favorita.

Comparar a la pizza con Kageyama no es la mejor analogía para usar pero es la analogía que me gusta porque él y yo somos unos simplones que no pensamos mucho las cosas a profundidad.

Por eso, quizá, es que nos entendemos bastante bien.

Y por eso, quizá, él me gusta tanto.

Kageyama es como la masa de la pizza y yo el tomate. Lo que viene después son todas nuestras cualidades o ingredientes, unas mejores en sabor y consistencia que otras. Como una rodaja de cebolla mal asada o un champiñón en conserva demasiado amargo. Si algo no nos gusta, lo quitamos. 

Si algo no nos gusta, intentamos que funcione. Intentamos mejorar.

Intentamos que la pizza no pierda su sabor.

Intentamos.

Intentamos.

Cuando decidí irme a Brasil intenté que Tobio fuera un poco más caprichoso en cuanto al rumbo que tomaría nuestra relación de papel una vez que nos alejásemos.

—¿No me vas a extrañar? —pregunté muchísimas veces y Tobio nunca me daba una respuesta en concreto. En su lugar siempre se concentraba en besar mis ojos. Besar mi barbilla, besar mi nariz. Demasiadas fueron las veces en las que esa pregunta se quedó sin respuesta y ahora entiendo por qué.

—Si digo que voy a extrañarte vas a empezar a sentirte mal por mí, y no quiero eso. Tú eres quien va a brillar allá afuera, Shoyo.

—¿Y qué hay de ti?

Algo como encerrarnos en la bodega del gimnasio es algo que creí que nadie nunca notaría. 

O quizá porque en verdad nos hacíamos a la idea de eso. 

La interacción entre Kageyama y yo no cambió mucho cuando nos hicimos novios. Es decir, era común que la gente nos viera pegados como chicles además de que las riñas solo cesaron un poco pero cuando nadie nos veía, o cuando nos ofrecíamos a hacer la limpieza y cerrar el gimnasio y la sala de vóley, nos metíamos ahí a hacer absolutamente nada. A platicar de idioteces o en ocasiones, como esta, a tener profundos momentos reflexivos sobre nuestro futuro juntos una vez que el primero desplegara sus alas a cielos un poco más soleados.

O a veces solo bastaba con mirarnos. Perdernos en nuestro propio mundo y en nuestras propias voces, sin oír las de los demás. 

Así era nuestro mundo a puertas cerradas.

Honne 【Haikyuu-KageHina】Where stories live. Discover now