Capítulo 2.

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El Sol se cuela por nuestra única ventana y hace que me despierte.

-Bichito – susurro – oye Amy – le digo sacudiéndole un poco el hombro.

Al fin se despereza y bosteza.

-¿Qué quieres? – me dice casi sollozando.

-Hay que ir a trabajar.

-Voy... - dice y da media vuelta.

-¡Despierta! Que vamos a llegar tarde. – le grito y se levanta soltando un largo suspiro.

Hacemos la cama y nos ponemos el lúgubre uniforme, formado por unos pantalones y una chaqueta, ambos grises y anchos. Todos vestimos de este color en el Barrio Gris, como si nuestras vidas no fuesen ya muy tristes.

Me cubro el pelo con un pañuelo negro cubriéndolo por completo, y le hago lo mismo a Amy.

Salimos del cuarto, y mi madre nos espera con una hogaza de pan para cada una, seguro que ayer vendió una manta, porque normalmente nuestros sueldos solo dan para una comida diaria (con suerte).

Ella lleva el uniforme de pinche de cocina, ya que trabaja para una de las Casas Altas, los Dunpel, una familia cercana al Emperador y de la alta nobleza, que la trata con la punta del pie, pero no puede dejarlo, porque desde que mi padre murió, su sueldo es lo único que nos mantiene, pero como no es mucho, Amy y yo ayudamos en lo que podemos.

Mi hermana y yo vamos hacia el mercado en el que trabajamos, buscamos el tenderete número trece y el maloliente señor Stinks ya nos espera con los brazos cruzados y el ceño fruncido, como es habitual.

-Llegáis tarde, – dice – otra vez, y vais fuera.

Nos deja pasar y Amy va a su puesto de envasar fruta, mientras yo me quito la chaqueta y me pongo a trabajar. Aquí hace mucha humedad en otoño, así que la fina camiseta negra en la que me quedo se me empapa rápidamente de sudor, pegándose a mi cuerpo.

-¡Fruta fresca! – anuncio - ¡A buen precio!

Se acercan dos soldados de la Guardia Imperial con sus relucientes armaduras de oro y sus espadas atadas al cinto, junto con sus látigos y pistolas.

Uno es pelirrojo y exageradamente fuerte, tiene todas las venas marcadas y unos ojos que son todo pupila, el otro, es moreno, tiene la piel bronceada como yo, y los ojos verdes, es fuerte y alto, pero no se puede comparar con el pelirrojo.

-Una manzana – me pide el más grande, o más bien me ordena.

Se la doy sin mediar palabra, nos está prohibido hablarles si no nos lo piden, y mucho menos cobrarles, sino, pueden fustigarte, o algo peor si eres una mujer.

Cuando la coge, la deja caer al suelo.

-Ups, que torpe soy – me dice y sonríe al moreno, pero este no le corresponde. – Cógela. – me ordena.

Rodeo el tenderete y me agacho a por ella, pero antes de levantarme el pelirrojo me quita el pañuelo del pelo y me mira de manera lasciva. Cuando me levanto, el pelo me cae como una cascada de oro por los hombros y la espalda.

-Qué cosa más bonita.- me dice lamiéndose los labios. Me sujeta el brazo demasiado fuerte y me atrae hacia sí.

-Dylan, es suficiente. – dice el moreno.

-Aquí sólo se vende la fruta. – digo escupiendo cada palabra.

-¿Te he pedido opinión, rubita? – me responde muy borde, y por desgracia se acerca más. – Ven aquí guapa. – me pega a él, pero le escupo en un ojo y me pega un guantazo en la cara, tan fuerte que me tira al suelo. Vuelve a alzar la mano. – Te voy a enseñar a tratar a un soldado.

La Reina de los LadronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora