Capítulo 1

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Sigo golpeando el saco sin parar, ignorando la molestía en mis nudillos. Lo que me motiva es la cara que imagino reflejada en el cuero, la cara de él.

Dos años han pasado y aunque no he superado lo que sucedió aquella noche, no soy la misma. Para empezar, dejé por completo el piano y este verano lo sustituí por un par de horas en el gimnasio. Ahora sé cómo defenderme, no me dejaré doblegar más nunca en la vida.

-Bueno, basta. Así te vas a lastimar -me dice Luca, mi "entrenador".

Muchas -yo no- lo considerarían apuesto, es cuatro años mayor que yo. Desde el momento en el que nos conocimos nunca me ha tratado con la delicadeza con la que tratan a las chicas, fue por eso que logré entablar una especie de amistad con él.

Me paso el antebrazo por la frente. Descargar un poco de la rabia que tengo dentro con el saco de boxeo me ayuda de alguna forma a seguir de pie.

-¿En quién pensabas? Casi dejas las manos -ríe.

-En nadie -respondo seria.

Empiezo a recoger mis cosas y me dirijo a la salida, sabiendo que Luca viene detrás.

-¿Ya te vas?

Asiento -Mañana comienza de nuevo la escuela, tengo cosas que ordenar.

-Cierto, se me olvidaba que todavía eres una niñita -bromea.

La última palabra me hace detener en seco.

-¿Adónde vas, Luca? -le pregunto con dureza girándome hacia él.

Se encoge de hombros.

-Te acompaño...

Esta zona no es segura, me lo recuerda constantemente, y algunas veces se ofrece a acompañarme hasta que consiga un taxi, a lo que siempre digo no.

-El hecho de que nos hablemos no significa que tengas que ser mi chicle.

-¿Qué demonios te ocurre hoy? Desde que llegaste estás con un humor de perro.

Suelto un suspiro. Luca tiene razón, hoy mi estado de ánimo está peor de lo normal. Mi amargura tiene nombre y apellido: Leonardo Ferraro. Mañana comienza un nuevo curso, lo que quiere decir que tendré que volver a verlo todos los días hasta las próximas vacaciones.

-Lo siento, ¿bien? -me disculpo- Hasta luego.

Sin decir nada más acelero el paso, camino varias cuadras y tomo un taxi hasta mi casa. Al llegar, después de una ducha me cambio y miro mi rostro en el espejo del tocador.

Sin importar cuanto trato de ocultar mi fisionomía de mujer bajo la ropa, los rasgos finos de mi rostro me delatan. Y por su puesto, mi larga cabellera.

Sin el cabello largo no me vería como una chica.

Como es domingo mis padres están en la iglesia. Recuerdo las tijeras que están en el fondo de la gaveta de mi mesita de noche y una idea ilumina mis ojos. Las busco y empiezo a cortar mechón por mechón de mi cabello azabache. Cuando observo el resultado de mi impulso, pienso que quizás se me ha pasado la mano.

Mi madre va a enloquecer cuando me vea.

De por sí nuestra relación está magullada desde que decidí no tocar más el piano, y sacar de mi armario toda prenda femenina. Si por mí fuera, usaría ropa de hombre, no tengo ningún problema con ello, pero mis padres jamás lo permitirían, ya bastante se quejan porque solo uso cosas que no se distinguen si son de hombre o mujer. Técnicamente es ropa plana, sin forma, ni género.

-¡Ah! -grita mamá cuando me ve, papá palidece- ¡¿Qué demonios te hiciste?! ¡¿Cómo te atreves?!

No sé que decir para tranquilizarla.

Like a BoyWhere stories live. Discover now