1

164 14 1
                                    

El final


La cafetera empezó a reclamar atención con su ruido característico y antes que se tostara demasiado el café Anna fue a apagar el fuego del fogón. El desayuno estaba preparado con cierto cariño metódico: zumo de naranja, tostadas con tomate y el café. Solo faltaba que la invitada de honor se despertara.

Anna sacó la cabeza poco a poco en la habitación de invitados, pero no parecía que hubiese signos de vida dentro.

—¿Elsa?

Escuchó un gruñido leve y el rumor suave de las sábanas moviéndose.

—¿Qué hora es? —preguntó su hermana mayor con cierto deje dormido en su tono de voz.

—Las diez de la mañana. —Anna se coló dentro de la habitación y abrió las cortinas de par en par—. ¡Buenos días! He hecho café.

Resultaba una imagen del todo inverosímil ver a Elsa, su impecable y pulcra hermana envuelta en sus sábanas más viejas y un manojo de cabellos rubios que podrían ser más bien un nido de pájaros. Y aún así, Elsa parecía una ninfa sacada de uno de los cuadros de Waterhouse. Anna en cambio se despertaba con todo el pelo revuelto y baba reseca por la comisura de los labios. A veces los genes eran muy injustos.

Elsa se incorporó y se frotó los ojos con las palmas de las manos. Anna aprovechó para sentarse a su lado y ofrecerle la taza de café que su hermana aceptó gustosamente.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó con vacilación.

Elsa hizo un buen trago del café y se quedó mirando por la ventana con aire compungido mientras se pasaba la mano por el cuello. Por un momento Anna creía que no contestaría y tampoco quería forzarla si no quería hablar.

—No lo sé... culpable, triste.

—Bueno, es normal. Han sido muchos años de...

—¿Sabes por qué me siento culpable? —Elsa cortó a Anna de forma tan vehemente que por un segundo la chica no sabía si tenía que responder o era solo una pregunta retórica—. De sentirme aliviada. Es que... han sido tantos años y había tantas expectativas e ilusiones puestas en esa boda que simplemente... No lo sé. Siento que nada tiene sentido.

Anna pasó uno de sus brazos por los hombros de su hermana y Elsa aprovechó para apoyarse en ella. Elsa siempre había sido... ¿previsible, tal vez? Parecía que tenía toda su vida planificada, hasta el último detalle. Por eso Anna se quedó completamente petrificada cuando apareció delante de su puerta sin haberla llamado, diciendo que se había anulado la boda con Tadashi, su prometido.

—Creo que llevamos tanto tiempo juntos que estábamos haciendo las cosas porque "es lo que correcto", ¿sabes? —prosiguió Elsa. Había empezado un pequeño ritmo repiqueteando las uñas en la taza del café—. Lo que todos esperaban de nosotros.

Anna tragó antes de hacer la pregunta que se estaba repitiendo desde la noche anterior.

—Pero... ¿es definitivo? ¿Habéis cortado?

—Nos hemos dado un tiempo. Necesito organizar mi mente y saber lo que quiero antes de decidir nada más. Que Tadashi sea tan bueno hace que me sienta la peor persona del mundo. Me dijo que me diera el tiempo que necesitara, que no me quería presionar. Estoy siendo una bruja con él y aún así intenta darme mi espacio y que esté cómoda.

Elsa empezó a morderse el labio inferior con nerviosismo. Con el tiempo, Anna llegó a descifrar lo que Elsa decía con el cuerpo cuando callaba: apretarse y frotarse repetidamente las manos, fruncir el ceño mientras murmuraba para ella, mover insistentemente la pierna al estar sentada, arrancar las etiquetas de cualquier superficie... Su hermana llevaba teniendo esos tics de forma descontrolada desde hacía meses, pero Anna lo había achacado a los preparativos de la boda. Ahora se daba cuenta que el agobio era mucho más profunda de lo que pensaba. Le hizo un apretón cariñoso en el hombro, quería decirle que no pasaría aquello sola, que estaría a su lado.

—¿Tienes planes para hoy? Podemos aprovechar el fin de semana para hacer una buena maratón en Netflix, si quieres. Nos pasamos el día en pijama y sin preocupaciones —le propuso Anna.

—De hecho, creo que aprovecharé que Tadashi tiene un congreso para ir al piso y hacer un par de maletas—. Elsa suspiró mientras se daba un pequeño masaje en la sien—. No sé como explicar eso a mamá y a papá. Sé que me dejarían volver a casa sin hacer demasiadas preguntas, pero... no sé... no quiero que me juzguen.

—¡No te van a juzgar! Van a querer lo mejor para ti, ya lo verás. Y a malas... Oye, ¿y si vives conmigo?

Elsa se giró hacía su hermana con los ojos muy abiertos, pero la cabeza de Anna ya había empezado a articular todo un plan de ataque.

—Pero... ¿no estabas buscando un compañero de piso?

—Bueno sí... —Anna recordó de pronto aquella estudiante extranjera con quien ya tenían medio apalabrado el contrato de alquiler y que llegaría a Burgess en tres días. Pero no, eso daba igual. Tenía que pensar en Elsa. Elsa era su prioridad—. ¡No te preocupes por nada!

—La verdad es que sería mucho más distendido poder quedarme aquí. ¿Seguro que no te importa? Serían solo un par de meses.

—¡Como si es un año, Elsa! Estoy aquí para lo que necesites.

Mientras Elsa le daba un fuerte abrazo, Anna seguía pensado a la velocidad de un cohete. Tenía tres días para buscar un piso para esa chica y que el precio fuese igual que el que ya habían pactado. Menudo marrón se había montado ella sola. Pero todo fuese para hacer la vida de su hermana un poco más fácil. El alivio en el rostro de Elsa en aquel momento, sin cejas fruncidas ni labios mordidos, lo valía.

FLATMATES. Kit de supervivencia a la madurez [The Big Four]Where stories live. Discover now