bâtard

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Aquella tarde Astrid creía que Timothée se veía en demasía bello, enseñando a los niños, en aquel verde paisaje, junto con los árboles frondosos que se alzaban en el fondo. No podía evitar mirarle de vez en cuando, y sus pequeñas pupilas se habían dado cuenta.

—Maestra, ¿a usted le gusta el señor Timmy?— preguntó una niña rubia, de baja estatura y contextura delgada. 

—Marie, ¿qué tiene que ver eso con las últimas diez letras del abecedario?— respondió divertida Astrid.

—Nosotras creemos que usted le gusta, siempre le sonríe y dice que usted es muy inteligente— dijo otra de las niñas con mucha seguridad en sus palabras, esta tenía un par de pecas que rellenaban sus cachetes rojizos.

—Niñas, ¿podemos seguir con la clase?— la petición de Astrid fue ignorada rotundamente por las cinco niñas que ahora se encontraban cuchicheando entre sí y mirando al joven que se acercaba.

—¿Qué tal señoritas? ¿Cómo va su clase?— preguntó Timothée llevando sus manos tras su espalda y mirando como el pequeño grupo se separaba ligeramente y erguía su postura.

—Bien, señor Timmy— respondió Fleur, era la más silenciosa de todas, tenía la piel nívea y un precioso cabello rojizo.

—La señorita Astrid es taaaaan inteligente— soltó Marie.

—Y muy linda— dijo la de mejillas sonrosadas.

—La más amable— pronunció Anne.

—Sería una perfecta esposa— finalizó Charlotte, era la más pequeña de todas con sus cinco años. Astrid las miraba estupefacta y muy avergonzada. Timothée soltó una pequeña carcajada y miró a Astrid para terminar completamente enternecido por el rubor en las mejillas de la castaña.

—Me alegra mucho que la señorita Astrid sea de su agrado— soltó entre risas, se sentó junto al reducido grupo, miró a Astrid y entrecerrando los ojos dijo: —Tienen razón, niñas. Ciertamente ella es muy inteligente y linda.

Astrid no podía más con el calor que le recorría el rostro, el carmín en sus mejillas se notaba a leguas, y sentía su corazón palpitante queriendo salir de su cavidad. Timothée hacia aquellas cosas a propósito, para ponerle nerviosa, para asegurarse de cuanto le afectaba su presencia, sus dichos y acciones. Era un insensible.

Llevar a los niños de vuelta a sus casas siempre era agradable, a esa hora el sol no irradiaba con tanta intensidad, había un calor que permanecía, pero no sofocaba, producto de la suave brisa de la tarde que viajaba desde la costa. Todo estaba precioso hasta que llegaron a la lúgubre población, si es que pudiera llamarse así, notaban como el ánimo de los más pequeños decaía ligeramente, pero el golpe a su realidad se esfumaba con la invitación de alguno de sus amigos a jugar. Aquel día había sido un golpe más duro de lo normal, ni el mejor juguete podría animar a esos dos chiquillos. Su madre salió corriendo desde el hogar con su pequeño hermano en brazos, debía de tener algunos meses solamente, detrás de ella venía el desgraciado de su esposo con el cinturón en mano. Gilbert y Marie se escondieron tras sus maestros, temerosos y avergonzados. Todas las vecinas miraban expectantes la escena. Astrid sintió como el fuego de la rabia la consumía entera, tomó a Timothée de la mano y lo llevó con ella para enfrentar la escena.

—¡Oye maldito inútil! Señora, usted, métala en su casa— ordenó la muchacha con voz firme. Notaba como la madre de los niños tenía una de sus mejillas completamente roja, hinchada. —¿Te crees muy hombre por golpear a tu esposa? Das asco— exclamó a gran voz, mientras apretaba fuertemente la mano de Timothée, como si solo el hecho de sostenerla le diese la valentía suficiente para reprender al hombre frente a ella.

Astrid generalmente era callada y no se metía mucho en los problemas ajenos, sin embargo, ver ese tipo de violencia le tocaba hasta las entrañas. Había escuchado a su padre unas dos veces contar cómo su abuela escapaba de su esposo junto con sus hijos, como muchas veces él mismo vio como su abuelo daba vuelta la mesa enojado y los mantenía a todos en constante estado de alerta.

—¿Te crees muy valiente, zorra?— el tipo era grande, alto y ancho. Tenía un bigote oscuro y tupido. —¿Alguien te llamó para que te metieses en asuntos ajenos? No sé cómo funcionen las cosas con ustedes los burgueses, pero ¡yo mando en mi puta casa!— rugió.

—Astrid, esto puede resultar peor para la pobre mujer, ya vámonos— susurró Timothée en su oído.

—Oh por Dios, ¡grita un poco más fuerte, que todos se enteren que eres un pedazo de mierda que golpea a su mujer! Maldita escoria, púdrete en el infierno, bastardo— Astrid se sentía descontrolada. El hombre se acercó y agarró la muñeca de la joven. Timothée sin esperar un segundo lo apartó.

—No te atrevas a tocarla— soltó con seriedad.

—Voy a matarte perra deslenguada, no te quiero ver cerca de mis hijos, ¿oíste?

—Voy a denunciarte, maldito inepto— todas las vecinas del sector observaban la escena, anonadadas, preocupadas por lo que podría pasarle a la impulsiva muchacha.

Timothée tiró de la mano de Astrid para llevársela de aquel lugar, temía que algo más ocurriera. Estaba ligeramente perturbado y sorprendido con su comportamiento, nunca la había visto tan...agresiva. Apenas estuvieron lo suficientemente lejos, Astrid rompió a llorar.

—Timothée, ¿por qué no dijiste nada?— preguntó entre sollozos. Astrid sabía que la violencia intrafamiliar era casi normal en aquella época, casi, porque se mantenía en la intimidad del hogar, era un secreto a voces. Sin embargo, al ver el rostro espantado de aquella mujer sintió miedo, miedo de que aquel mal nacido la matara, y el ímpetu de hacer algo al respecto era mucho mayor que su terror de enfrentarle.

—Astrid, lo que pasó hace unos minutos puede ser mucho más perjudicial para la señora de lo que piensas, ¿qué tal si el hombre se descarga con ella y los niños?

—¿Y si se sintió lo suficientemente avergonzado como para dejarla en paz por hoy? Timothée, no puedes pasar por alto ese tipo de situaciones. ¿La comida le quedó salada? ¿entonces por eso se merece semejante trato? ¿y qué si se le pasa la mano y la mata? ¿podrías cargar con la conciencia?— las manos le temblaban, todo el cuerpo le temblaba, producto de los nervios.

—Perdón, tienes razón, Astrid— la abrazó, conteniéndola. Timothée sentía que había recibido la lección más grande hasta ahora, Astrid parecía tener tanto carácter frente a las injusticias. Hasta ahora no la había visto tan alterada, verla discutir de aquella forma le hizo sentir orgulloso, y también totalmente inútil, ella siempre estaba enseñándole tantas cosas, la mente de Astrid era un laberinto que recorrer para el joven.

—Astrid, estoy orgulloso de ti— acunó el rostro de la joven entre sus manos y secó aquel rastro de sus lágrimas. —No sabes lo mucho que aprendo de ti, has sido muy valiente. Mañana temprano iré a ver a la señora, y averiguar si hay alguna forma de denunciar a la policía, aunque lo dudo, generalmente este tipo de situaciones no se denuncian, es lamentablemente tomado como algo cotidiano. Lo siento—  Astrid asintió y le abrazó por la cintura. Le encantaba que Timothée fuera siempre capaz de entenderla, de salirse de sus previos esquemas mentales para poder interiorizar todo lo que ella le decía. - Yo jamás te haría daño, ni siquiera lo intentaría, ¿lo sabes verdad?

—Lo sé— depositó un corto beso en sus labios. Ella lo sabía, Timothée era tan diferente a todos.

 Ella lo sabía, Timothée era tan diferente a todos

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TIME | Timothée Chalamet [ EN EDICIÓN ]Where stories live. Discover now