Destiny

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En el otro lado de la moneda, la rubia se convencía a sí misma de que debía entablar una conversación por sí misma alguna vez. Él ya lo había hecho, ¿por qué ella no podía? Eso la frustraba de sobremanera. Ella sabía que existía una alto riesgo que jamás de los jamases que volviesen a reencontrar.

¿Por qué? Simple, las clases sociales está muy marcadas y ella no es más que la hija de un simple mercader, al contrario de él, que parece ser de una familia influyente.

El hecho de un mero saludo entre ellos en el futuro daría paso a ser el tema en las tertulias regulares de los pueblos, siendo señalados y juzgados por la diferencia en su situación económica. Agradece en estos momentos estar sólo los dos.

“Uhm, hay algo que quiero saber…” comenzó ella “Me gustaría saber, digo, si no es un atrevimiento, ¿cuál es su nombre?” al fin preguntó, acariciando disimuladamente el borde del muelle donde se hallaban

“No se preocupe por eso, mi nombre es Franz” dijo él, guardando su impresión, ¿ella se había animado a hablarle? Sonrío sin darse cuenta.

“Ahora, ¿usted me puede decir su nombre?” ahora preguntó él. 

La joven acomodó su cabello sutilmente y luego lo miró. “Me llamo Lía. Es un gusto en conocerle, Franz” recordó a su padre de repente, en la forma que le dijo que debía saludar si conocía a alguien.

“El gusto es mío, Lía” sonrío el castaño mientras sacaba del escondite la rosa blanca que antes había recogido y la extendió hacia ella, quien lo miró de manera casi perpleja tanto a él como al objeto que sostenía.

Las pálidas manos de la rubia tomaron con delicadeza, dando paso al inevitable roce entre sus prolongaciones y las de su contrario, haciendo que sus mejillas subieran de temperatura rápidamente. Tomó la rosa y procedió a alejarse, acariciando los pétalos con la yema de sus dedos. El castaño sólo sonrió ante el evidente sonrojo por parte de ella.

“Gracias señor Franz, yo… estoy completamente agradecida por su amabilidad” dijo Lía, notando brevemente las laceraciones que el joven tenía en su diestra. “Yo… quise ofrecerle algo en recompensa, espero sea de su agrado” agregó antes de dejar la rosa recibida sobre sus piernas y sacar algo de su costado.

Los ojos expectantes de Franz se posaron en cada movimiento de Lía, quien por fin reveló lo que tanto trabajo y frustración le había costado hacer: una pequeña y no muy agraciada corona de flores.

“Sé que tal vez no es mucho, pero está hecha como mi muestra de inacabable admiración y respeto.” Comentó extendiendo más la ofrenda hacia él.

El corazón del castaño se conmovió y una cálida sensación se expandió en su interior. “¿Así se siente ser valorado por ser quién soy?” se cuestionó para sus adentros el doncel mientras de sus labios brotaba una de sus más fiables sonrisas. Vaya, hoy no tiene razón para vestir la máscara que cubre su tragedia.

“No se inquiete demasiado, me siento verdaderamente extasiado por el hecho de que se haya tomado la delicadeza de crear tan bello arreglo para mí” y sin más dilaciones se inclinó hacia ella para que le colocara aquel detalle sobre su cráneo.

Ella comprendió aquello y así lo hizo, distinguiendo la suavidad de su cuero cabelludo. “¿Es acaso que me he encontrado con un ser de divina procedencia?” pensó la rubia ante tal gesto de confianza y humildad.

De seguro pronto será de noche” indicó él. “Creo que es momento de reanudar nuestro camino antes de que sea tarde” terminó él y procedió a levantarse, teniendo cuidado de no realizar movimientos bruscos que provocaran la caída de la corona en su cabeza.

“Claro, yo… no quiero quitarle más tiempo” habló la joven mientras observaba brevemente una rana salir del estanque

“Una cosas más antes de partir: gracias por huir un momento conmigo” concluyó él mientras se alejaba, sin notar el efecto que causarían sus palabras. 

Lía copió sus acciones y ambos salieron de allí, con la diferencia de que ya no son las mismas personas que entraron.
Ahora se han liberado sus malas energías y están listos para afrontar los retos que se avecinan con su edad, evidenciándose en sus pequeñas sonrisas. El silencio en su andar volvió a formarse, pero esta vez no era pesado o incómodo; esta vez simplemente era… cálido.

Poco a poco se iban acercando al arroyo, y Franz no se sentía tan bien. Quisiera o no quisiera, llegaría el momento de, tal vez, una despedida para siempre. Al fin, Lía sentía familiaridad con lo que observaba y escuchaba   por lo que, poco a poco, el miedo de no regresar a tiempo ya no cabía más su pecho, siendo reemplazado por un fidedigno sentimiento de alegría, pero, al mismo tiempo de incertidumbre.

“Tengo el beneplácito placer de informarle que a escasos metros se encuentra el arroyo” expuso  él antes de señalar con su  diestra

“Desde aquí podré guiarme sin dificultad hasta mi hogar” expresó la joven sonriendo torpemente, siendo partícipe de inminente despedida

Y callaron unos segundos, tal vez ambos sabían que difícilmente se encontrarían de nuevo, siendo esta oportunidad única, no posible de repetir.

“Bueno, ha llegado el momento de decir adiós, señorita Lía. Espero que en el futuro tenga más cuidado cuando salga” acomodó su cabello el castaño cuidando de la no tropezar la corona de flores.

“Lo tendré, muchas gracias por la ayuda” realizó una corta reverencia.

Ambos dieron media vuelta y comenzaron a caminar hacia sus destinos, hacia sus vidas frívolas y vacías. La joven acarició los pétalos de la rosa que recibió y se detuvo, volteando ligeramente, abrió su boca y exclamó

“¿Cree que algún día nos volveremos a topar?” dijo al fin, sintiendo su corazón latir desenfrenadamente y sus mejillas arder un poco

Los pasos del castaño se detuvieron. ¿Era posible? ¿Ella quería toparse de nuevo con él? Simplemente no lo creía. Sonrió, sonrió como si le hubiesen dicho la cosa más maravillosa del mundo. Estaba feliz, entusiasmado, pero al mismo tiempo tenía miedo; no quería darle falsas esperanzas. Suspiró.

“Si el destino quiere, nos volveremos a encontrar.” Respondió al fin.

“Hasta entonces, Lía.” Volteó regalándole la sonrisa más brillante que Lía había visto en su vida, haciendo que se estremeciera. Y luego, continuó su camino sin decir nada más.

Pies DescalzosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora