18. La vuelta al mundo en 80 frutos

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James llegó a donde lo cité cerca de las ocho. Ese martes había tenido turno en la mañana con la señora Juana y un par de horas en la tarde en la veterinaria, no había sido un día especialmente movido por lo que aún tenía buena energía para estar con él.

Ya se me habían acabado los planes prediseñados porque no creí llegar tan lejos así que había tenido que recurrir a San Google con una búsqueda de Planes nocturnos de bajo presupuesto; la mitad de esos planes incluían borracheras, otro tanto eran visitas a lugares culturales con exposición nocturna, algunos incluían miradores, parques y sitios mayormente para turismo, también abundaban planes para grupos grandes; solo un pequeño porcentaje se centraban en planes poco pretenciosos, sanos y que eran disfrutables con solo un acompañante e incluso en solitario.

La diferencia del plan de esa noche con el del resto de tiempo que había compartido con James, era que yo también iba a conocer, no era nada que yo ya hubiera disfrutado en el pasado.

Noté que James había llegado en metro porque no traía el casco; al verme, medio sonrió aunque nunca dejando de lado su inexpresión acostumbrada, era más algo cortés que algo lleno de alegría. James miró alrededor y mostró la misma curiosidad de siempre, o sea, poca, pero estaba dispuesto.

—¿Qué es acá?

—Acá no —informé, emprendiendo la caminata—. Vamos a rodear ese callejón y por el otro lado hay una plaza de mercado.

Lo dije con mucha seriedad y sopesé su reacción mirándolo con el rabillo del ojo; fue claro el paso de sorpresa a confusión profunda en su gesto. Casi sonreí. Casi.

—Una plaza de mercado... —repitió, dubitativo.

—Sí. Según leí es la más completa, es decir que lo que no halles acá es porque no existe.

Rodeamos el callejón indicado; antes de que él llegara yo ya había dado una corta vuelta por el lugar para asegurarme de dónde estaba la entrada y para cerciorarme de que lo que íbamos a hacer sí era posible esa noche.

—De acuerdo, ¿y estamos acá porque...?

—Uff, tardaste un montón en preguntar —musité, riendo—. Erick me habría preguntado y hecho mala cara desde hace media calle.

Esbozó media sonrisa.

—James es más paciente.

—Eso veo. Vamos a experimentar La vuelta al mundo en 80 frutos —anuncié, con más emoción de la planeada—. Resulta que averigüé y dos noches al mes esta plaza hace una especie de evento en el que vienes y pruebas frutas raras o poco comunes.

—¿Averiguaste? ¿No has venido antes?

Mi sonrisa me delató, pero igual negué con la cabeza; nos acercamos al enorme portón de entrada y a la izquierda había una mesa improvisada con La vuelta al mundo en 80 frutos en un letrero hecho sin mucha elegancia que servía de taquilla para quienes quisieran participar. No se puede decir que había fila larga, pero sí varias personas —en su mayoría de más edad que nosotros— que esperaban para comprar su tiquete.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora