18.- ¿Es un buen comienzo?

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Cruz del Sur.

Despacho de Sandoval.

—Mataste a una presa, Hierro. Esto es algo muy serio... Sin embargo —Sandoval se levantó, con las manos cruzadas sobre sus lumbares—. Eres uno de los mejores funcionarios que quedan en Cruz del Sur, y yo no voy a ser quien te juzgue. Sí, la cagaste, la mataste —curvó hacia abajo los labios—. ¿Pero sabes qué? Que esas hijas de puta, mataron también a muchos de los nuestros. En Cruz del Norte sin ir más lejos. ¿Sabías que hace unos meses mataron a un compañero? Unai del Álamo. Le desgarraron el cuello. Y sin embargo, míralas —se aproximó a la ventana, abriendo las cortinas venecianas para ver a través de las láminas a las presas en el patio—, ahí están, riéndose de todos nosotros —apretó los dientes, con rabia. A él no se le olvidaba que había perdido a una de sus presas preferidas, a una con la que ya había fantaseado una vida más allá de la maldita cárcel. No es que la chica fuera especial, sencillamente ella jamás le había tratado mal, jamás le insultó, ni siquiera aún después de lo que él le hizo, así que fue suficiente para que Susan fuera la única con la que Carlos dio un paso más; obsesionándose con ella—. Hierro... —musitó aún en la ventana, dándole la espalda.

—¿Sí?... —preguntó él, serio, cabizbajo.

Carlos finalmente se giró hacia él.

—Te voy a apoyar, amigo. No te mereces pagar por lo que le hiciste a esa hija de puta. Es más —ascendió su dedo índice, acercándose poco a poco a él—. Debería recompensarte...

El rostro de Hierro hablaba de muchas cosas. Hablaba de incomodidad, de autoflagelación, de incomprensión, de miedo, de respeto... Pero sobre todas esas cosas estaba la lealtad que desde un principio tuvo con Carlos. Sencillamente congeniaron, él más que el Doctor, que se movía por iniciativa propia, buscando el amor del padre que "nunca tuvo".

Sandoval, percatándose de ello, en seguida detectó que Hierro podía ser un blanco fácil en cuanto a términos psicológicos, viendo de lejos que era una persona insegura que se dejaba enterrar por el miedo, ¿tal vez alguien maltratado?

El teléfono sonó entonces y Sandoval, con un gesto, le rogó una pausa a su charla. Se acercó a la mesa y descolgó.

—Enfermería de Cruz del Sur, habla con Carlos Sandoval. Hm... Sí, claro, soy yo. ¿Gravemente herida?... —miró a Hierro con una sonrisa maliciosa, una mirada que decía; ¿ves que te dije? Son todas unas alimañas—. Sí, ¿de qué se trata? —tomó asiento mientras escuchaba y agarró papel y boli, aguardando para escribir la receta farmacéutica del tratamiento—. Quemaduras graves ¿por explosivos? —contuvo una risa que terminó siendo silenciosa, visible solo para Hierro, quien lo contemplaba destemplado desde el asiento—. De acuerdo, sí. Díganme el número de presa para mandarles la receta a su tarjeta...

Y entonces, su cuerpo volvió a poner los pies sobre el suelo de un respingo. Su entrecejo se contrajo aún más, y sus ojos se abrieron de par en par. Soltó el boli que rodó hasta caer al suelo, rebotando hacia los pies de Hierro, deteniéndose ahí, contra la punta de sus zapatos.

"Presa 696. Se trata de Susana Fernández."

El puño de Carlos se apretó con tanta fuerza que sus nudillos emblanquecieron, marcándose las venas y los huesos.

—En seguida les mando la receta —su voz había cambiado, sonaba taciturna, fría, como si estuviera en un limbo.

Colgó el teléfono y se quedó ahí, con las manos sobre la mesa, rendido, con la mirada vacía, lóbrega; perdida.

—¿Todo bien? —preguntó Hierro ahora curioso, despreocupado.

—Salí de acá.

—¿Qué?

Platónico lo llaman.Where stories live. Discover now