Pacto de caballeros

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Cuando Ignacio abre los ojos, siente al sol cocerle las retinas. Exclamando un ronco "¡carajo!" se da la vuelta dispuesto a seguir durmiendo, maldiciéndose a sí mismo por no haber cerrado las cortinas antes de dormir. Entonces se da cuenta de que no puede recordar en qué momento se fue a la cama. Y entonces razona que si el sol está entrando por la ventana de su habitación, quiere decir que ya casi es mediodía. Se incorpora de golpe. Grave error. La cabeza le retiembla como si el casco de un caballo le hubiera dado de lleno. La noche anterior, después de los congnacs vinieron los vasos de whisky escocés y luego ya no recuerda nada. Con mucho cuidado, se pone de pie, percatándose que sigue vestido como la noche anterior, pero sin zapatos. Se dirige a la puerta que da a la terraza arrastrando los pies. La puerta sigue abierta, dejando entrar una brisa fresca que, por su estado, es incapaz de disfrutar. Sobre la mesita de madera están las botellas vacías y, junto a ellas, una botella de vino abierta y medio vacía. El sol le está dando directamente. Ahí va un excelente vino que ni siquiera recuerda haber bebido. Apoyando la frente sobre el antebrazo, se recarga en el marco de la puerta.

-Chingada madre - susurra.

Ya han pasado un buen número de años desde la última vez que Ignacio se emborrachó en soledad. Y sin duda los años no pasan en vano, antes, después de una fiesta podía levantarse fresco y lleno de energía, pero ahora eso no es más que un recuerdo. Se toma su tiempo para cambiarse y arreglarse para verse lo más presentable posible. Escogió un mal día para deprimirse. Bueno, él no lo escogió. Todo es culpa de Emiliano, piensa.

-Igual y me lo merezco - se dice frente al espejo.

Al descender por las escaleras se encuentra con una casa llena de vida, el trabajo de la hacienda no se va a detener sólo porque el patrón tiene resaca. De inmediato ordena que llamen a Las Gracias para avisar que va en camino.

-¿Le pido a su escolta que se prepare? - le pregunta su secretario.

-Lo más rápido que puedan.

-¿Y no va a desayunar, don Nachito? - le pregunta la anciana ama de llaves de la casa principal, esa mujer que fuera su nana de niño.

La sola pregunta le revuelve el estómago.

-No, gracias.

-Le voy a hacer un cafecito.

La mujer, de nombre Amelia, no espera respuesta y con una sorprendente agilidad para su edad, se apresura a la cocina. Ignacio no la detiene, sabe que será inútil. Aquella mujer de canos cabellos es quizá la única persona en el mundo que de verdad se preocupa por él. Tras beberse el café de olla con piquete, puesto en la bebida porque sin duda Amelia pudo leer en su rostro su estado, Ignacio se dirige hacia las caballerizas. Está nervioso, por supuesto, pues sabe con lo que se puede encontrar.

***

A pesar de que le costó muchísimo conciliar el sueño, Emiliano se levantó muy temprano. Después de desayunar, tomó casi todo el dinero que había ahorrado esos días, lo envolvió en un paliacate y escribió una carta para su familia. No les dijo mucho, era más que nada para que supieran que sigue con vida, que está bien y para asegurarles que sigue velando por ellos. También para decirles que les avisaría la próxima vez que baje a Tenextepango para que lo visiten, pues don Nacho se lo había autorizado. Cuando Chico, fiel a su palabra, pasó por ahí pasadas las diez, le entregó el dinero y la misiva.

-No se te olvide el encargo - le dijo Chico mirando hacia los lados con precaución, pues a diferencia de la noche anterior, ahora están rodeados de gente.

-No te preocupes, lo tengo bien pendiente.

-Hay que aprovechar esta situación lo más posible, Miliano.

Esclavo de los principiosWhere stories live. Discover now