Capítulo 5: Renacimiento y partida.

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Marblehead.

Chase sonrió, repuesto y realmente confortado. Se sentía de maravilla. Pero no estaba de más comprobarlo.

Despojándose de su cazadora, su camiseta, sus vaqueros y su ropa interior, quedó totalmente desnudo y se observó largamente en el espejo de cuerpo entero de Helene. Sonrió de nuevo, satisfecho. Gracias al hechizo, había recuperado enteramente su vigor juvenil. Las marcas y arruguitas alrededor de sus ojos, producto del combate contra Caleb, habían desaparecido casi por completo; su piel era de nuevo tersa y lozana; sus ojos aún permanecían cálidos e inocentes.

Contempló su cuerpo desnudo. Estaba muy orgulloso de él, era un cuerpo vigoroso y atlético, con espaldas anchas y músculos bellamente moldeados por sus años de natación en Hastings, un cuerpo que ya era la perdición de muchas chicas incluso antes de que él descubriera lo que podía hacer con su charisma. Ciertamente, le gustaban tanto su físico como su forma de ser: la inseguridad no era algo que fuera con Chase Pope, era una de esas personas encantadas de haberse conocido a sí mismas.

Dirigiéndose al cuarto de baño, aún desnudo, abrió los grifos de la bañera y se preparó un estupendo baño de espuma, para limpiar también la suciedad de su cuerpo y ayudarlo a entrar en calor y a recuperarse aún más del tremendo gasto de energía. Sus antiguos amigos de Hastings habrían dicho que los baños de espuma eran una mariconada, y a lo mejor era así, pero era indudable que hacían sentirse de puta madre. Y además, nadie se iba a enterar. Después de todo lo que había pasado, se merecía darse a sí mismo ese pequeño capricho.

Había que celebrar, ya que no el éxito contra Caleb, sí por lo menos que había conseguido salir del lance con los mínimos daños posibles. Podría volver a intentarlo. Chase no era de esas personas que se echaban atrás con facilidad. Como decía aquella canción en español que había oído una vez, y con la tanto que se había identificado, "los golpes enseñan, sirven para crecer; no sucumbiré"... Había llegado a Ipswich con un propósito y lo cumpliría.

Una vez sumergido en la bañera, totalmente relajado y con una copa de buen vino de la despensa de Helene en la mano (él prefería el whisky, pero qué se le iba a hacer, nada es perfecto) y con la radio puesta para tener música de fondo, meditó sobre su próximo paso. Ahora esos mamones estarían alerta, seguramente sabrían que no había muerto... hasta unos gilipollas como ellos sabrían que no era tan fácil deshacerse de alguien como él. Por desgracia, ya no podía contar con su mejor baza, el factor sorpresa, así como con su superioridad en Poder: Danvers ya había Ascendido, él no había conseguido quitarle su Poder y lo peor es que el cabrón de su padre se había sacrificado para que su hijo lo equiparara en Poder a él. Qué asco de todos los Danvers, tan nobles, tan sacrificados... Y encima, estaban al caer las Ascensiones de los otros tres bastardos. Ya no los superaba en Poder y ellos lo superaban en número. Se imponía un cambio de estrategia.

Tomó un sorbo del suculento vino. Ya encontraría una manera, siempre la encontraba. Como decía aquella canción, "basta la calma y sangre fría", y le sobraba de ambas cosas. Su astucia era algo que le había acompañado toda la vida, y seguramente no lo había heredado de su padre biológico, ya que éste estaba hecho una mierda cuando lo encontró. Su padre había sido un estúpido y un cobarde: nunca intentó superarse, nunca intentó reclamar lo que le correspondía de los Hijos de Ipswich, los padres de sus rivales. Simplemente usó y derrochó sus poderes en cosas intrascendentes, sin ambición ni objetivos, acabando por consumirse como un ascua que arde con demasiada intensidad.

Él no acabaría así. Él tenía una meta. Conseguir más Poder, y vengarse de esos Hijos de puta... perdón, de Ipswich, que tan bien lo habían pasado en su pequeño mundillo de fantasía mientras que él y sus antepasados languidecían en el exilio. Lo pagarían todos ellos, empezando por Danvers. Caleb Danvers... los odiaba a todos ellos, pero a él más que a nadie. Tan perfecto, tan generoso... el muy cabrón. Por lo menos Pogue Parry no se había molestado en ocultar su antipatía hacia él, pero Caleb siempre había sido tan amable, tan desprendido con todo y con todos, que le daba náuseas. Chase odiaba la hipocresía... en los demás, claro. Cuando la empleaba él, era un instrumento de lo más útil para lograr sus fines.

The CovenantWhere stories live. Discover now