DECISIONES Y RIESGOS

52 10 0
                                    

Íbamos por la Liberty Avenue cuando tuve que detenerme a tomar aire, “¿Qué estoy haciendo?”, me preguntaba a mí misma mientras miraba la desolada calle en la que estaba de pie. No sabría decir en qué momento tomé el jean o el suéter que llevaba puesto, ni cómo fue que salí del apartameno sujetando la mano de un extraño al que vagamente reconocía de un tropiezo en la estación de tren.

Él se detuvo a pocos pasos de mí, poseía un elegante porte al andar que expresaba seguridad y una madurez superior para un chico de su edad, me miraba con delicadeza, como si yo fuera un pequeño gatito asustadizo al que temiera espantar; mi cara debía ser todo un poema lleno de suspenso y terror, digno de Allan Poe.

—Sé que estás dudando, pero necesito que confíes en mí, Ariel —dijo extendiendo su delgada mano hacia mí, con sus oscuros ojos cargados de... ¿miedo?.

—¿Cómo es que sabe usted mi nombre y yo desconozco el suyo? —Aferraba mis manos a mi pecho mientras detallaba la escena.

El joven al que reconocía haber visto antes vestía de pulcro negro y llevaba un arete en la nariz que brillaba con el resplandor de la pálida luna. Yo estaba ajetreada por la caminata, pero él permanecía impecable.

—Julián, mi nombre es Julián —pasó las manos por su cabello, que parecía imposible de peinar, mientras intentaba esbozar una tímida sonrisa, lo notaba incómodo.

—Lo siento, pero todo esto ha sido un error, le... le pido... le pido que me deje en paz, yo volveré a casa y haré como que esto no ocurrió, fingiré que jamás le vi —Estaba a punto de correr, realmente estaba perdiendo la poca cordura que me restaba.

—Pero sí que me viste, me ves ahora y ves a los otros como yo, aún cuando se supone que no deberías, no si fueras una mortal como cualquier otra.

Perpleja, di unos cuantos pasos atrás para alejarme de él, pensaba en todas las cosas que nadie más que yo podía ver, la soledad que sentía porque nadie en este mundo podía verlo de la misma forma que yo.

Recordé aquél callejón al sureste de la que entonces fue mi casa: tenía 12 años y había salido por la ventana de mi habitación, no podía dormir (para variar) y buscaba aire fresco, fue cuando vi que una ráfaga blanca se coló rápidamente entre las sombras justo al lado de un bote de basura.

»Un gato salía de él, dejando caer la tapa de aluminio contra el cemento, creando un gran eco en la sorda noche, su pelaje perlado estaba sucio, tenía una mancha que me pareció marrón al principo pero al salir de las sombras y rozar la luz de la luna pude notar que era una mancha roja, sangre supe al instante...

»Una figura pequeña y fina emergió de la nada junto al gato, era una chica de pálida tez, tan blanca que parecía brillar, llevaba una corta cabellera rubia. Contuve un grito cuando detallé aquellos colmillos que se asomaban por la comisura de sus labios y dejaban caer un fino hilo de sangre por su barbilla.

»Me miraba y sabía que yo a ella, me sonreía, sonreía con gracia, como si nada fuera de lo normal acabara de pasar, mientras sostenía al gato que acababa de tomar en brazos. Y en esos hermosos ojos ambar, los suyos, solo había placer, nada más que placer.

—Lo sabes, no eres como los demás mortales —Julián Interrumpió mis pensamientos—. Confía en mí y no te arrepentirás, te necesitamos.

No entendía por qué repetía la palabra “mortales” una y otra vez en ese mismo tono, como si la condición de mortalidad fuera un crimen.


Pero ni siquiera eso me hizo me hizo dudar, tomé una decisión sin pensar y a su vez, tomé la mano que me ofrecía con firmeza, sus dedos se cerraron alrededor de los míos.

Su mano era cálida al tacto, una calidez que me recorrió los dedos y luego, la palma de mi mano, se sentía como miel tibia subiendo lentamente por mi antebrazo, y ese calor se posó en mi pecho. Mi corazón extendió y batió unas alas que no sabía que tenía, y con un solo latido el sosiego me inundó y me transportó a otro lugar distinto a las calles de Brooklyn, ahora estaba en un lugar conocido, y supe que éste era el camino que debía tomar.

Sin esperar una respuesta Julián sonrió y me acercó hacía él, mi cara quedó justo en el centro de su pecho, su corazón latía con fuerza, a un ritmo constante y feroz, él estaba seguro de lo que hacía. Cerré los ojos. Julián olía a guerra y al aire de la noche, me sujetó con suprema delicadeza pero podía notar la fuerza en sus brazos bajo la chaqueta, y en sus manos, que me sujetaban con seguridad.

—Respira profundo y si prefieres, cierra los ojos —Me sonreía como si pudiera iluminar el mundo con un solo gesto.

—Ya los te go cerrados, confío en ti —quise decir, pero entonces un torbellino se llevó el mundo que nos rodeaba.

Me llevó con él, girando sin rumbo aparente a través de una luz cegadora. Y pensé, que si moría allí, en sus brazos, habría valido el riesgo.

Mortales: El Ángel CaídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora