¿Cómo ocultar un cadáver?

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Se limpio la sangre de su esposa en el rostro, dejando unas espesas manchas rojas en sus mejillas. Finalmente había terminado de apuñalarla, como tantas veces lo había soñado, y ahora solo podía sentir el latido de su corazón agitado retumbando en sus huesos y un extraño vacío en el estómago. Definitivamente, no era como ya lo había imaginado.

De cualquier forma, ya no había vuelta atrás. Dejó el cuchillo a un lado del rostro de Melisa y le cerró los parpados con la suavidad de un niño, pensando que sería la última vez que podría verla tan de cerca. Ahora estaba algo pálida, pero conservaba su belleza marina. Terminó de limpiarse las manos en la camiseta y se dispuso a pensar que haría con el cadáver.

Lo primero que se le vino a la mente, mientras terminaba de limpiarse la sangre de las uñas, fue quemar todo el apartamento con el cuerpo adentro. Diría que fue un terrible accidente, o un suicidio muy escandaloso e inevitable. Era ideal, pues además de ocultar para siempre el cadáver (y limpiar la porcelana blanca de la sala), él podría cobrar los seguros de su esposa y comprar una casita pequeña muy lejos de ese sitio y de sus recuerdos. ¡Era el plan perfecto!

Sin embargo, antes de que pudiera ponerlo en marcha, se dio cuenta de que no tenía nada inflamable dentro del apartamento. Habían sido cuidadosos con ello, como toda pareja responsable y con planes de maternidad, y habían dejado la gasolina de reserva en el sótano y las mangueras de gas con los seguros de la empresa puestos. Aún podía bajar al sótano por el combustible, pero eso significaba seguramente cruzarse con algún vecino y, con la camisa manchada y las manos algo temblorosas, podía llamar la atención. Y no podía llamar la atención. Quería ser tan discreto como la desaparición de un cadáver se lo permitiese.

Entonces, descartando la idea del fuego, se quedó frente al cuerpo de su esposa pensando que hacer con él. "Piensa", se dijo, mientras se masajeaba la cien con los dedos; y como si ese gesto fuera milagroso, otra idea brillante acudió a su encuentro:

¡Fingiría que era un accidente doméstico!

Podría decir que, en medio de una acalorada discusión, Melisa se terminó cayendo sobre el mesón de la cocina. O que, mientras preparaba la cena, se resbaló con un poco de agua y cayó sobre el cuchillo de carne. Incluso pensó en el suicidio, un final trágico y una carta dramática en su bolso. No obstante, pronto se dio cuenta de que ninguna de esas explicaciones servía. ¿Podría una caída o un suicidio explicar 28 puñaladas en el abdomen? Por seguridad, decidió que habría margen de sospecha y lo descartó.

Mientras pensaba en una tercera opción, se percató de que había olvidado algunos detalles: el cuchillo y las manchas de sangre en la sala. No solo tenía que deshacerse del cadáver, sino que también debía ocultar el cuchillo y limpiar la sangre... O limpiar la sangre, esconder el cuchillo y deshacerse del cadáver. ¿En qué orden debía proceder un homicida? Era su primera vez, y no estaba al tanto de las normas de limpieza, y seguramente no podría encontrarlas en internet.

Con eso en mente, se le ocurrió empezar con las manchas de sangre, en parte por lo vistosas que eran, y en parte porque era lo más pequeño que limpiar; pero pronto se dio cuenta de que al mover el cadáver después (cuando se le ocurriera una buena forma de ocultarlo), lo más seguro es que desparramará más sangre por el suelo, teniendo que repetir el proceso; y no quería hacer eso. Quería ser discreto, pero también practico. Tan practico como ocultar un cadáver se lo permitiese.

Entonces, para solucionar el problema, pensó en deshacerse del cadáver de una buena vez. Podría esconderlo debajo de la cama y luego ver que hacer con él, con más tiempo y espacio. Sin embargo, pensó que la misma razón por la que no limpiaba las manchas de la sala podría delatarlo después: Melisa dejaría manchas por toda la cama, la cocina, la habitación y el baño. En general, haría una escena de Tarantino en su casa. Y todo ello sin contar el olor que en algún momento emanaría de su cuerpo. No podía darse el lujo de llenar su casa de sangre y hedor, quería, además de ser discreto y practico, muy higiénico; tanto como ocultar un cadáver se lo permitiese.

Por último, y casi rendido, pensó en empezar por el cuchillo. Ese sí o sí tenía que ser fácil; solo debía lavarlo y guardarlo. Aunque sería prudente primero hervirlo. Y lavar la olla donde lo fuera a hervir. Y mejor si le quitaba el mango, por si acaso. Y luego tirar el mango a la basura. ¿Y luego que haría con la basura? ¿Si alguien la revisaba, no le harían preguntas? "¿Por qué botas el mango de un cuchillo a la basura? ¿No es raro?", le dirían, y él no tendría excusa, lo confesaría todo. No podía darse ese lujo, si quería ser discreto, practico e higiénico, también debía ser mentiroso. Tanto como ocultar un cadáver lo necesitará.

Cada que se le ocurría algo, alguna idea rebuscada en su imaginación o basada en alguna película, un nuevo problema surgía, haciéndolo temer las consecuencias. No obstante, después de un buen rato, se dio cuenta de lo evidente; algo que no había pensado antes y que ahora era la clave:

No había mejor forma de ser discreto, practico, higiénico y mentiroso a la hora de ocultar un cuerpo que no ocultarlo. ¡No podía fallar si no lo intentaba! La respuesta siempre había estado allí, y no la había visto. Podría ahora mismo rendirse y ya habría sido lo más discreto que se podía, porque no habría hecho nada. ¡Era un genio!

Tras reflexionar aquello, se quitó la camisa (que ya estaba tiesa) y se relajó sobre el pequeño sofá verde de la sala. Prendió el televisor y se dispuso a ver alguna película para relajarse y celebrar. Sin embargo, justo antes de que pudiera disfrutar a plenitud, se dio cuenta de que el cadáver de su esposa le interrumpía la vista. ¿Cómo podía disfrutar uno de una buena película si no podía verla bien?

Entendiendo eso, se puso a pensar. ¿Cómo podía quitar el cadáver de su esposa para dejarlo ver su película? Lo primero que se le ocurrió, fue prenderle fuego al apartamento...

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⏰ Last updated: Aug 11, 2020 ⏰

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