Cap 4

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Dinah trató de retroceder, pero su espalda chocó contra una piedra saliente. Tomó un puñado de tierra y lo aventó a la cara del naipe de espadas, al tiempo que tanteaba el suelo en busca de su espada. El naipe escupió el polvo, molesto. —No la va a encontrar, su Majestad —el naipe levantó la otra mano, en la que sostenía la espada de Wardley. Tenía dos espadas, mientras que ella estaba desarmada —. Me parece que no es muy digno de una princesa estar aventando tierra, ¿no cree usted? Dinah se detuvo un segundo antes de empezar a moverse lentamente hacia el naipe, esperando poder escalar la roca sobre la cual Morte roncaba profundamente dormido. ¿Por qué no se despierta? ¡Maldita bestia holgazana! El filo de la espada se deslizó por su garganta sin causarle daño; el naipe la controlaba con precisión. —No llame a ese monstruo suyo, por favor. Sólo quiero hablar con usted, eso es todo. Dinah miraba frenética en torno a la montaña en busca del resto de la caballería de su padre. —¿Dónde están los demás? —Ah, ellos. Los dejé atrás. El naipe de espadas se giró y permitió que la luz del sol iluminara su rostro. Dinah dio un fuerte resuello. —¡Eres tú! ¡Te conozco! —exclamó Dinah: sus ojos oscuros, su cabello crespo y gris, el pequeño corazón negro tatuado debajo de su ojo derecho, pero sobre todo por la ligera cicatriz de dos pulgadas que corría por su mejilla izquierda.

—Sí, claro que me conoce —dijo el naipe con una sonrisa—. Recordará que me hizo esto un día, en el palacio, cuando tuve el atrevimiento de robarle uno de sus tontos juguetes de madera —señalaba la marca en su rostro con la empuñadura de su espada. —No era mío. Pertenecía a mi hermano. El naipe hizo una mueca. —Bueno, pues tal parece que ya no lo va a necesitar, ¿verdad? Le hubiera servido más tener un par de alas. Dinah soltó un grito colérico antes de escabullirse para evadir el filo de la espada e irse contra la coraza negra del naipe. Él respondió con un fuerte empellón hacia atrás que la hizo aterrizar. Era muy fuerte. Ella le aventó una roca que rebotó en el peto de su armadura. —¡No te atrevas a hablar de mi hermano, naipe de mierda! ¿Dónde está el rey? Si voy a morir no quiero perder mi tiempo contigo. O mejor mátame de una vez para que le niegues a mi padre el gusto. Vamos, hazlo. El naipe de espadas observó a Dinah fascinado: —Igual de intrépida como la recuerdo. Ahora siéntese, cierre su parlanchina boca y escuche lo que tengo que decirle. Mi mano ya se cansó de estar sosteniendo esta espada y quiero bajarla, pero primero necesito que me prometa que no tratará de huir. De otro modo voy a tener que dejarle una cicatriz igualita que la mía. Dinah se dio por vencida. Sus piernas colapsaron y cayó sobre sus rodillas. Este hombre me llevará directo ante mi padre, y de ahí a las Torres Negras. Estaba segura de que el resto de los naipes se hallaban escondidos en el valle, al pie de la montaña, esperándolos. El naipe se secó el sudor del rostro con la manga y arrojó la espada de Wardley a un arbusto cercano, luego bajó la suya sin apartar sus agudos ojos del rostro de Dinah. —Bueno, princesa, ¿puedo empezar ya? —se acarició la barba entrecana—. Los naipes de tu padre no van a venir. No, si somos cuidadosos. No podemos andar paseando por ahí como tontos, que es lo que ha estado haciendo todo este tiempo. No estoy aquí por el Rey de Corazones. Estoy aquí por mis propios intereses. Y por los suyos. —¡Qué! —Dinah entrecerraba los ojos, escéptica. —Que estoy aquí para ayudarla. No puede llegar mucho más lejos. No sin mi ayuda.

Su padre la encontraría. Tal vez no hoy, tal vez no mañana, pero con toda seguridad lo hará, y cuando lo haga... —el naipe apretó los labios y pasó su dedo índice de un lado a otro de su cuello—... bueno, usted ya sabe lo que pasará. Su padre es un rey que carece por completo de honor. La mirada del naipe se posó en el paisaje del bosque tras ella. Dinah lo miraba sorprendida, sin comprender lo que le estaba diciendo. ¿Será real que quiere ayudarme? Ella desvió la mirada hacia un costado, como si estuviera conmovida por sus palabras, antes de girarse hacia la derecha para llamar a Morte. Sin embargo, apenas alcanzó a abrir la boca para dar el grito, cuando el naipe la sujetó de la cintura y la arrojó con rudeza al suelo. El naipe le asestó un golpe sordo en la sien derecha que la dejó aturdida y con la oreja inflamada y roja. —Le digo que me ESCUCHE, por todos los dioses... —el naipe la levantó con facilidad y la volvió a apoyar contra la roca saliente—. Tratemos de nuevo: mi nombre es sir Gorrann o sir Gorr, si lo prefiere. He sido naipe de espadas al servicio del rey durante treinta años más o menos, y estoy aquí porque me gustaría ayudarla, si tan sólo se calma y se comporta más como una princesa y menos como un oso salvaje, maldita sea. Dinah intentó correr una vez más, pero sir Gorrann le propinó un ligero golpe en el estómago que la sofocó y la hizo toser y gemir. —No me gusta tratarla de esta forma, pero hasta que no deje de intentar escapar y me escuche, voy a tener que seguir golpeándola. Fue a sentarse cerca de Dinah, sobre un tocón, y se quitó los guantes para flexionar los dedos. Ella apoyó su frente en el suelo, sus brazos y su cuerpo estaban enroscados sobre su estómago para tratar de protegerse. —No puedo... No puedo... respirar. —Así es. Nunca antes la habían golpeado, ¿verdad? Con mayor razón necesita que la protejan, que le ayuden a sobrevivir. Yo puedo enseñarle muchas cosas, princesa. Puedo enseñarle a sobrevivir en el bosque, a cubrir sus huellas, a pelear. —Sé pelear —resolló Dinah antes de escupir un poco de sangre en el suelo. —No, no sabe. El potrero guapito de los establos del rey debió enseñarle algunas cosas, pero pelear no fue una de ellas. Tampoco a estarse quieta. Ha estado dirigiendo al rey directo hacia usted, pisoteando por todo el bosque en ese demonio que cabalga. —¿Hablas de Wardley? —apenas con mencionarlo le pareció como si el mundo

Reina de Corazones/ Sangre en el país de las maravillasWhere stories live. Discover now