Capítulo 21

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Lo siguiente fue como un sueño enmarañado, un sueño demasiado realista. Hasta entonces no recordaba haber experimentado algo similar. Besar a alguien que te gusta tanto, acariciar su cuerpo, sentir su perfume. No se trataba de alguien que me gustaba un poco, era alguien que me gustaba mucho, muchísimo. Yo no era más que una marioneta entre esos brazos que me manejaban a su antojo.
A pesar de que era cierto que ya no me dolía, por ninguna razón en particular, me sentí un poco inseguro. Sakura había sido, desde el fiasco de mi primera vez con Gackt, el único hombre con el que yo había estado. Me preguntaba si la reacción de mi cuerpo sería diferente, puesto que su cuerpo era diferente al de Sakura.
Pero aunque este insistente pensamiento intentaba ponerme nervioso, Gackt era mucho más hábil para relajarme. Sus besos suaves en mi cuello, la visión de sus hombros todavía un poco húmedos, el contacto de nuestras pieles... todo me iba fundiendo irreversiblemente en una espiral de placer.

- ¿Estás nervioso? – me preguntó en un momento.

Supuse que era por la tensión que había notado en mis piernas, e inmediatamente las relajé.

- No – negué con la cabeza.

Él me sonrió.

- Yo sí.

- ¡No es cierto! No digas estupideces. ¿Por qué estarías nervioso?

- Sshh... no importa - susurró y me dio un beso.

Involuntariamente, mis piernas se separaban despacio, buscando un roce más íntimo. Estoy seguro de que a los dos nos hubiese gustado jugar un poco más, explorarnos más, acariciarnos más, pero habíamos pasado tanto tiempo sin vernos, deseándonos locamente, que ni siquiera podíamos esperar. Por más que intentábamos alargar el tiempo, no sabíamos qué hacer con él, porque nuestra mente pensaba en una sola cosa. Cuando nuestras miradas se cruzaron y los dos notamos lo agitados que estábamos, decidimos no seguir haciendo de cuenta que no sabíamos hacia dónde nos dirigíamos.
Era extraño, porque en este terreno todavía no nos conocíamos. Yo me había acostumbrado mucho - quizás demasiado - a Sakura y a su forma de hacerme el amor, y ahora no estaba seguro de cómo proceder, pero incluso esa incertidumbre me llenaba de excitación. Me moría por conocer todas sus facetas, y me sentía ansioso como un principiante en su ritual de iniciación. Aún con mi poca y rutinaria experiencia, quería parecer, ante sus ojos, que había aprendido muchas cosas y que quería utilizarlas con él.

Gackt comenzó despacio y mirándome a los ojos, como si quisiera descifrar qué reacciones despertaba en mí, como un espectador en la primera fila de una obra de teatro. Yo, sin embargo, cerré los ojos enseguida, intentando maximizar la sensibilidad de mis otros sentidos. Y fue cuando noté que mis miedos habían sido infundados, puesto que no me dolió en absoluto: al contrario. Supuse que él había comenzado lentamente, absorbido por los mismos miedos.
Recosté la cabeza un poco de costado, relajando el cuello, y mi boca se abrió sin querer, dejando escapar un profundo suspiro. Con cada movimiento que hacía me parecía que iba aumentando gradualmente la velocidad y la profundidad. Yo, por mi parte, lograba corresponderlo con una concordancia casi tan perfecta que parecía que hubiésemos ensayado los movimientos durante horas.
Alentándolo para que aumentara la profundidad, rodeé su cadera con mis piernas. Escuchar su respiración agitada en mi oído me enloquecía. Ya no podía distinguir cuáles de las gotas que caían sobre su cuerpo eran de agua y cuáles eran de transpiración.
Los sonidos que salían de mi boca eran tantos y tan variados que ni siquiera yo mismo me reconocí en ellos.
La obsesiva excitación con la que había imaginado este momento y supongo que también mis joviales veinte años, hicieron que yo alcanzara el orgasmo primero. Intentando normalizar el ritmo de mi respiración y que los persistentes movimientos de Gackt no destruyeran un cuerpo que era ahora demasiado sensible, me aferré a él. Después de unos minutos de sofocante ansiedad, él también llegó. Y lo único que yo quería ver en ese momento era su cara, cómo era su rostro cuando alcanzaba el éxtasis. Porque aunque él había visto ya muchas veces esa expresión en mí, yo nunca la había visto en él. Y esa visión me llenó de una fulgurante felicidad. Parecía tan concentrado, tan ensimismado como yo no lo había visto jamás. Y ver su cara así, pensar que yo la había provocado, me hizo sentir que por sobre los vestigios del orgasmo, algo destellaba en mi vientre. Y en ese preciso momento, si alguien me lo hubiese preguntado, yo habría dicho que lo amaba.

Cuando separó su cuerpo del mío, una sensación fría, como una sábana invisible, me cubrió. Observé cómo se sacaba el preservativo y luego apoyaba la cabeza en la almohada, mirando hacia el techo. Su pecho aún subía y bajaba con fuerza.

- ¿Qué te pasó? – dijo de repente y giró la cabeza para mirarme.

Una sonrisa se asomaba en sus labios. Yo no supe de qué hablaba y me lo quedé mirando durante algunos segundos.

- ¿Eh? ¿A qué te refieres? – pregunté.

- La última vez querías que apagara la luz porque te daba vergüenza, ¿y ahora gimes como un loco?

No supe qué decir y, al ver mi cara, Gackt se empezó a reír.

- ¡¿Qué?! – exclamé, rojo hasta las orejas - ¿qué dices?

Él se seguía riendo.

- ¿Qué dices? – volví a repetir.

- Tonto, no dije que no me gustara.

- Yo también tengo algo que decir.

- ¿Qué cosa? – preguntó y me dirigió una mirada curiosa.

Al notar que tenía toda su atención, estuve a punto de cambiar mi discurso para responderle "que te quiero", pero no tuve el valor y dejé las cosas como estaban.

- Que... pones una cara muy particular cuando tienes un orgasmo.

- ¡¿Ah?!

Esta vez fue mi turno de soltar una carcajada.

- Es la primera vez que te veo tener uno, ¿o no?

Él se quedó pensando y miró hacia otro lado.

- Supongo - comentó levemente ruborizado.

Me sentí enternecido, nunca lo había visto avergonzado por algo. Me arrimé a su cuerpo y le di un beso en la mejilla.

- Me gustas mucho... - susurré contra su oído.

Hubo un pequeño silencio durante el cual, a lo lejos, se escuchó constantemente un silbido de aire.

- ¿Qué es ese ruido? - preguntó Gackt.

De repente me iluminé.

- ¡EL AGUA DEL TÉ!

Salí disparado hacia la cocina, recogiendo mis pantalones del suelo en el camino. De la pava salía vapor a torrentes, como si de una locomotora se tratase.
Apagué el fuego rápidamente y, para cuando lo hice, casi no quedaba agua que servir en las tazas. Prácticamente toda se había evaporado.
Gackt apareció en el umbral de la puerta, con los pantalones puestos y abrochándose una camisa.

- ¿Qué diablos?

- Olvidé que la había puesto - le expliqué, encogiéndome de hombros un poco avergonzado.

Gackt tenía que trabajar ese día y yo también. El día anterior me había dicho que aquella sería la última vez que nos veríamos y que después yo tendría que olvidarme de él, pero ahora que nos habíamos acostado y que todo había transcurrido sin incidentes, no creía que eso fuera a seguir manteniéndose. De todas formas, no me animé a preguntarle. Preferí pensar que era obvio que seguiríamos frecuentándonos. Y así fue.
La verdad es que yo no quería que nuestra relación se convirtiera en algo exclusivamente sexual, pero fue inevitable. Por fin había entendido lo que Ayana había querido decirme. Era cierto. Cada vez que lo veía, no pensaba en otra cosa que no fuera abalanzarme sobre él y rodar sobre los más sucios deseos. Entre las clases, el estudio, el trabajo y Sakura; los momentos en que podíamos vernos eran muy escasos, y ni qué decir del tiempo que podíamos estar juntos. Revolcándonos hasta casi quedarnos sin fluidos corporales, poco tiempo restaba para hablar y tampoco se nos ocurría nada que quisiéramos decir. De pronto nuestra relación, ya de por sí escueta en cuanto a comunicación, se volvió al mismo tiempo fría como la nieve y abrasadora como el fuego. Los momentos de silencio que inevitablemente seguían al sexo llegaban a ser incluso incómodos. Me preguntaba si todo iba a seguir siendo así de ahora en adelante, o es que sólo era la emoción sexual de las primeras veces.

- ¿Cuándo te hiciste esa perforación en el ombligo? - me preguntó Gackt una noche.

Los lunes, después de que yo saliera del trabajo, se había vuelto una rutina que Gackt pasara por mí en su convertible y me llevara a su departamento a ver las estrellas. Ni él ni yo trabajábamos los martes, por lo cual tácitamente quedó acordado que los martes y las vísperas de martes serían nuestros por excelencia. Esta vez, se trataba de la noche de un lunes y él y yo estábamos acostados sobre su cama.

- Hace un tiempo... cuando volví de Osaka - respondí acariciando el aro.

- ¿Osaka? ¿Cuándo fuiste a Osaka?

Resultaba gracioso lo mucho que nuestra comunicación había disminuido. Me reí.

- En las vacaciones, sólamente fui una semana, o algo así... no nos veíamos en ese entonces. Fui a ver a mi familia.

Hubo un silencio.

- Así que volviste y te perforaste el ombligo - comentó, para volver al tema incial.

Siempre esquivaba las conversaciones que se derivaban hacia temas familiares y su rostro se ponía tenso. Yo no insistía, como solía hacer antes, aunque aún me daba curiosidad.

- Sí. También quería perforarme las orejas, pero en ese momento no tenía dinero y ahora lo que no tengo es tiempo para ir - suspiré.

Gackt se quedó mirándome.

- ¿Quieres que yo mismo lo haga?

- ¿Eh? - lancé una risa incrédula - ¿Estás loco? Bueno, natualmente que lo estás.

- No es difícil, enserio - insistió, riéndose también, y se puso de pie.

- Hey, ¿a dónde vas?

- A buscar los materiales - comentó saliendo apaciblemente de la habitación.

Al cabo de un rato, regresó con hielo, un aro plateado, una bolsa y el corcho de una botella de vino.

- ¿Te has vuelto loco? ¿Esos son los materiales?

Él se rió mientras tomaba asiento a mi lado sobre la cama.

- ¿Por qué lo preguntas?

- Se ve muy profesional - dije con sarcasmo - ¡Se me infectará y se me caerá la oreja!

- ¡De ninguna manera! Es un aro de plata.

- ¿Y qué significa eso? ¿Por qué trajiste un corcho? - pregunté mientras lo observaba meter los hielos dentro de la bolsa de nylon - ¿Ya has hecho esto antes?

Cuando hubo terminado de meter todos los hielos, le hizo un nudo a la bolsa.

- No, pero he visto a otros hacerlo. Debería ser suficiente, ¿o no? Confía en mí.

Observé la cantidad de argollas plateadas que Gackt tenía en la oreja derecha.

- Está bien... - mascullé con desconfianza.

- Relájate.

Primero, puso la bolsa llena de hielos de manera que cubriera por completo el lóbulo de mi oreja y me pidió que la mantuviera allí durante un rato.

- ¿Para qué es ésto? - pregunté, se me estaba congelando toda la cara.

- Para insensibilizar los nervios y que te duela menos - contestó.

- ¿Y no sería más conveniente para ti que me doliera más? - comenté en un tono jocoso.

- Muy gracioso. Voy a buscar alcohol para desinfectar.

Acto seguido, se fue al baño y regreso con una botellita y algodón.

- Me tiene totalmente harto esa agua que sale del baño - se quejó mientras volvía a tomar asiento a mi lado - Mañana sin falta voy a llamar a la administración del edificio.

Acomodó mejor el hielo sobre mi oreja y yo sonreí.

- Sí, siempre me estoy mojando los pies - añadí.

- Eso es lo de menos, me mojas toda la alfombra con tus pisadas.

- ¡¿Ah?! Como si no hubiera peores fluidos en esa alfombra.

Hubo un momento de silencio y de pronto los dos soltamos una carcajada. Antes de que pudiera terminar de reírme y respirar, Gackt me dio un beso. Permanecimos besándonos lentamente, mientras continuábamos sosteniendo la bolsa con hielo.

- Creo que ya está - dije cuando nuestros labios se separaron.

- ¿Estás seguro?

Apartó la bolsa con hielo, me tocó la oreja con los dedos y me preguntó si sentía el contacto. La sensibilidad de esa área ciertamente había disminuido mucho, pero no del todo. Sin embargo, yo estaba repentinamente ansioso por hacer el experimento y le confirmé que ya estaba listo.

- Bueno, en ese caso...

Embebió un algodón en alcohol etílico y lo utilizó para mojar la zona delantera y el reverso de mi oreja, así como también el aro que iba a utilizar. Yo comenzaba a ponerme un poco nervioso, pero estaba entretenido.
No sin antes volver a darme un pequeño beso en la boca, colocó el corcho tras el lóbulo de mi oreja y el aro en la parte del frente.

- ¿Para qué es el corcho? - pregunté.

- Para no clavarme el aro en los dedos, tonto - respondió sin perder la concentración - Ahora, respira profundo.

Yo llené mis pulmones de aire. Mi mirada se mantenía fija en el dije de la torre de Tokyo en relieve que colgaba (todavía) del cuello de Gackt.

Voy a describir detalladamente lo que pasó a continuación, porque creo que fue algo significativo en mi vida. No el hecho de perforarme la oreja, que era algo muy vano, y ni siquiera el hecho de que fuera Gackt el que me lo hubiese hecho. No... algo todavía más íntimo y personal que eso.
Efectivamente los nervios en el lóbulo de mi oreja no habían sido lo suficientemente insensibilizados, y en el momento exacto en que Gackt hizo presión para que el aro mismo hiciera la perforación, debo decir que sentí un agudo dolor. Un dolor soportable, claro está, por lo que me callé (y además sabía que no iba a morirme por eso) pero eso no quiere decir que no lo sintiera. Lo que sucede es que este dolor, que me hizo apretar los puños, los dientes y los párpados, también hizo que se activaran en mí los engranajes de esos oscuros deseos que yo todavía no quería reconocer que tenía. Naturalmente, yo había sentido dolor físico muchas veces antes en mi vida, desde caerme de la bicicleta hasta cortarme con una hoja la yema de los dedos, morderme la lengua, golpearme un pie con los muebles. Pero esto era diferente, porque no era accidental. Y porque alguien más estaba infligiéndome ese dolor. Y porque ese alguien, era alguien que me gustaba y me enloquecía.
Cuando el lóbulo de mi oreja quedó finalmente atravesado por el aro, Gackt volvió a colocar el algodón embebido en alcohol. Aquello hizo que la herida ardiera e incluso me instó a morderme el labio.

- ¿Te arde? - me preguntó Gackt.

- Sí - respondí escuetamente, aún con los ojos apretados.

- Salió un poco de sangre, pero es natural. No te asustes - dijo para tranquilizarme.

Cuando abrí apenas los ojos, observé el algodón ensangrentado entre sus dedos.
Seguramente ustedes estarán pensando que, aunque he hecho todo este discurso, no he dicho nada concreto aún, y es cierto. Pero lo he hecho arbitrariamente, porque es que hasta el momento en que vi mi sangre en el algodón, aún no había sucedido aquello que hizo que me preocupara por mi salud mental.
Y es que después del dolor causado por la perforación, del ardor del alcohol, y de finalmente ver la sangre en el algodón, tengo que confesar que tuve una erección.

Be destinedWhere stories live. Discover now