Liliana, una joven universitaria, fallece en un accidente. Tras lo que pensó que era su fin, sé da cuenta que está en un mundo paralelo ¡Ahora es una bebé! Pero, eso no es todo. ¡Es la protagonista! ¡Es la princesa de su libro favorito, una novela r...
Hacer huidas a escondidas a la biblioteca era tarea fácil, aprender a leer y a escribir era lo difícil.
Un nuevo idioma que no conocía. No me quedaba de otra, acudiría a mi segunda estratégia: Buscar a mi papi.
Ja, la vieja confiable.
—¡Muy bien, escuchen! Hoy iré a ver a mi padre, así que quiero lucir muy pero muy bonita—les ordené a mis sirvientas.
—La princesa debe amar mucho al rey para preocuparse por su aparecía, ¡Qué tierna!—hablo emocionada Margot.
Podría interpretarse así, pero en realidad me preparaba para la batalla, luciendo lo mejor de mí, hoy le pediría a mi padre un tutor, para aprender.
¡Y así asistir a la escuela con mi esposo! ¡Ahh! ¡No puedo esperar!
Me pusieron mi vestido más glamuroso, uno rosa con moños de adorno, bordado y esponjado de la cintura para abajo. Lo combinaron con unos guantes largos hasta los codos y me peinaron con broches de flores rosas.
—Listo, quedó perfecta, princesa—dijo Antonieta. Me mire al espejo, y no estaba nada mal la verdad. Pero si quería pedirle algo a mi papá y que este no se negara, debía estar irresistible.
—No me gusta, escojan otro vestuario— hice una pequeña mueca. Mis sirvientas obedecieron y me pusieron un vestido rojo, que combinaba con mi cabello, con decoraciones doradas. Me hicieron una coleta con broches de oro. Di una vuelta frente al espejo. Sin duda sería la envidia de las doncellas en una fiesta. Sin embargo, no sería suficiente para conquistar el corazón de un hombre.
—Uhm, no me gusta, siguiente—asi nos la pasamos por un buen rato, hasta que mis sirvientas quedaron agotadas. Yo estaba frente al espejo, con mis manos en mis mejillas, mirando mi rostro fijamente.
Algo no estaba bien, nada de lo que me ponía, me gustaba. Me hacía lucir como la típica villana de una novela cliché. El cabello rojo llamativo, no me dejaba usar vestidos pasteles sin que me viera demacrada, mientras los tonos oscuros, me hacían lucir como una niña mimada, cabeza hueca.
—Ah. ¡Lo tengo!—les dije a mis sirvientas que sacarán el regalo de uno de los baroneses de hace mucho tiempo. Era un vestido que aún no había lucido, perfecto para la ocasión.
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Estaba en el palacio principal, caminando por los pasillos con mis guardias protegiéndome. Algunos sirvientes que no conocía y me topaba en el camino, me miraban fijamente, como hipnotizados. Tropezaban con sus propios pies. Fue una escena bastante graciosa.
