El Imperio

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Cuando desapareció la oscuridad y pudo vislumbrar dónde se hallaba, se encontró con un puente de mando sorprendentemente bien cuidado. Estaba limpio, mantenido y aparentemente funcional. Después del encontronazo con la jedi, se esperaba cualquier truco. Quizás la nave que detectaban los escáneres y la nave que estaba investigando no era la misma.

La fuerza, como había podido comprobar más de una vez, era una herramienta muy poderosa para controlar la realidad o crear ilusiones. Cualquier estrategia que pudiera idear no sería suficiente contra un ser con tal poder. Por un lado, una voz en su cabeza le decía que no se preocupara, que nadie podría haberse adelantando a los acontecimientos. Otra, no obstante, le instaba a que se aterrara, pues eso significaba que la situación seguía sin estar bajo su control.

Sea como fuere, estaba claro que había sido capaz de abordar la nave porque ella lo había querido así. La muerte de toda su escolta en cuestión de segundos era un buen reflejo de ello. Había entrado ahí con varias decenas de soldados de asalto y, para entonces, solo quedaba él.

Accedió a la computadora de abordo en búsqueda de datos útiles: una bitácora, registro, base de datos, canal de comunicaciones... Cualquier cosa que pudiera servirle para entender mejor a lo que se enfrentaba. En cuanto comprendió cómo utilizarla, pues era un modelo bastante antiguo, anterior a la guerra, abrió un canal con su destructor.

En cuestión de segundos, habiendo introducido los códigos pertinentes, el personal a bordo del Santhe identificó la comunicación como suya, por lo que contestó, apareciendo ante él una teniente.

—Comodoro —le saludó. Era una mujer más joven que él, de cabello corto y una postura muy formal.

—Teniente, tengo el control de la nave enemiga. Ordene a toda la fuerza que se disponga en posición dextra a mi alrededor y que aguarde órdenes.

—Sí, señor.

Cortó el canal y se dio la vuelta. No había conseguido nada relevante de la computadora, pero quizás el droide de protocolo guardaría algún dato de importancia en su unidad de memoria. Pero, antes de eso, no pudo evitar reflexionar acerca de lo que acababa de ocurrir.

Comprendía o, mejor dicho, más o menos entendía lo que había visto. No era extraño a ese poder y la sensación de abrazarlo no era nueva. Sin embargo, esa vez había sido diferente. Había viajado entre mundos y entre momentos y su cerebro estaba agotado, siendo incapaz de comprenderlo. Se sentó durante un momento.

Hizo caso a sus instintos y cerró los ojos. Volvió la oscuridad, pero no era ni tan mágica ni albergaba tanto contenido como la oscuridad de la jedi.

Pasaba algo.

Una figura encapuchada se acercaba lentamente y, como si se tratara de otra visión más, Lon decidió tomar el papel de espectador. Una parte de él le recordaba que todo aquello estaba ocurriendo en su cabeza, pero decidió ignorarla, acudiendo a su esencia más curiosa.

Cuando esa visión decidió quitarse la capucha, tras unos intensos segundos en los que se mantuvo quieto, observándolo, descubrió el rostro familiar del que fue su pareja todos esos años atrás. Lo más extraño, esta vez, fue su expresión sonriente, feliz. Volvió a andar, ocasión que aprovechó Lon para levantarse y acudir a él una última vez.

Una última oportunidad para arreglarlo todo.

Él tenía la certeza de que lo que estaba viendo no era real, pero le daba igual. Quería abrazarlo, quería decirle que lo sentía mucho y deseaba pronunciar todas las palabras que no tuvo tiempo de decir. Fuera real o no, aunque estuviera pasando en su mente, no iba a desaprovechar la oportunidad.

Star Wars: El Último AlmiranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora