Prólogo

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La piedra dura de la pared choca contra mi espalda. Antes sólo sabía que estaba ahí por el frío que sentía propagarse hacia mí, ahora es el apoyo que tengo para mantener la distancia entre nosotros.

El túnel está a oscuras pero aún así podría indicar perfectamente dónde se encuentra ese único mechón de pelo que es de un color distinto, siempre trata de esconderlo aunque es inútil, se muestra rebelde y es quizás una señal de que él también lo es.

Quiero retroceder, alejarme, pero es imposible y él sigue susurrando lo mismo de antes, subiendo sus manos por mis brazos mientras se encarga de mantenerme quieta, soy su prisionera y ni siquiera estoy atada.

Podría correr, usar el factor sorpresa a mi favor y ganar unos segundos con eso, pero esto sólo se convertiría en una carrera divertida, en un gato enorme atrapando a un ratón muy pequeño.

-No puedo, no puedo... -dijo con una voz más grave que de costumbre, como si le costara pronunciar las palabras y sintiera el desgaste de decir lo mismo durante tanto tiempo.

Yo sé que el que no puede, sé todo lo que involucra que estemos en este lugar, también conozco el precio que debemos pagar, que él debe pagar. Y es por lo mismo que quiero salir y escaparme, pero no soy capaz de moverme ni tampoco negarme a estar con él, y por quizás última vez sentir nuestro contacto cada vez más esporádico.

-Suéltame -la orden hace eco y estamos solos, aún nadie descubre este último punto de reunión, lo encontramos por casualidad y ha servido para seguir engañándonos.

No es necesario que tengamos carceleros presentes para saber que seguimos en la misma prisión de siempre, apenas basta con mirarnos para comprobar una vez más que todo sigue como desde el principio.

Sus ojos se abren, es primera vez que le pido algo así y puedo reconocer en su rostro la línea de pensamientos que sigue, la incredulidad de mi petición y luego la certeza en mis facciones de que no ha escuchado mal. Su mano cae e inmediatamente doy un paso al lado para alejarme aún más. Está vestido de negro tal como yo, ambos camuflándonos en la noche, tan criminales como lo somos.

-No tengo más tiempo, lo sabes -yo asiento y él cierra los ojos respirando profundamente.

Puedo adivinar cada cosa que hace, mi visión no es tan buena como para identificar sus movimientos con claridad. Levanta una de sus manos, desordena su cabello esperando hacerme sonreír con eso pero no lo consigue y da un paso adelante que sólo provoca que yo retroceda un poco más. Sé que quiere hacerme entender de algún modo pero es inútil, yo ya conozco la historia completa y por sobre todo la comprendo.

-Vamos Simón, deberías entenderme también, tú sabes que es lo mejor.

-¿Lo mejor? -pregunta y sus cejas se alzan, cree que estoy burlándome de él utilizando alguna frase muy estudiada, como si las hubiera ensayado antes frente al espejo.

Me desarma, la sonrisa irónica y su respuesta inconsciente. Se acerca y esta vez no retrocedo, levanto mis manos en un símbolo de rendición y él lo interpreta como la señal para volver a abrazarme, me estrecha con más fuerza y suelto el aire al mismo tiempo que un susurro con su nombre. Su boca me recorre la barbilla y las piernas me tiemblan, del mismo modo que la primera vez que nos vimos aunque ahora me siento un poco más preparada.

-¿Dónde quedó eso del 'no puedo'? -mis labios me traicionan, la garganta me raspa como si el aire se hubiera transformado en arena, pesada y al mismo tiempo limpiando todo, abriendo camino para algo más.

La única respuesta que obtengo es sentir nuevamente la pared del túnel golpeándome la espalda, estoy segura de que mañana tendré marcas que se irán aunque yo ruegue para que permanezcan ahí. El único modo de sentirlo cerca cuando no está es intentar aferrarme a algún objeto y es ahí donde radica el mayor problema, no tenemos fotos juntos, tampoco regalos o algún vestigio de una cita romántica. Todo se traduce en caminatas nocturnas y susurros que hace mucho perdieron la adrenalina de la emoción a ser descubiertos. Al comienzo estar escondidos como dos adolescentes fue divertido pero ahora es un fastidio que siento cada vez con más intensidad.

-Suéltame... -no sueno muy convincente pero de todos modos lo hace, creo que esta vez quien se burla es él.

-¿Quieres ir a otro lado? ¿Al cine? ¿A la playa?

-No seas ridículo.

Su ceja se eleva otra vez, esta vez puedo notar como el mal humor comienza a apoderarse de él.

-Te estoy dando opciones y las rechazas todas.

-Opciones ridículas, no voy a enumerar los motivos por los cuales no podemos ir a todos esos lugares.

Di un par de pasos atrás y me acerqué un poco a la entrada por la cual yo había ingresado al túnel, saqué el cuchillo que él mismo me había regalado y levanté la manga de mi vestido. El corte fue preciso y la sangre goteó hasta chocar contra el suelo sucio.

-Esta vez era mi turno -se queja, parece serio, aún más molesto que antes.

Me encojo de hombros y limpio la hoja en el interior de mi chaqueta antes de guardarlo. La herida pica mientras comienza a cerrarse y sus brazos me rodean como si pudiera desplomarme, me molesta un poco el gesto protector pero por esta vez prefiero no discutir, suficiente tengo con todo lo que ya ha pasado.

-Aún tengo tiempo, apenas un poco.

-Siempre tienes tiempo, quien no lo tiene soy yo.

Su rostro se suaviza y yo aprovecho para tocar sus labios con la yema de mis dedos. Sé que se acerca esperando algo más pero no me siento segura para hacerlo, es difícil detenerse una vez que comenzamos.

-No puedo, no puedo... -intento imitar su voz pero sólo sale una versión distorsionada que más parece un animal al que fuerzan a hablar de algún modo.

-Clara...

Lo interrumpo con un beso, no quiero que vuelva a decir mi nombre, que intente usarlo como la mejor arma que tiene. Sus labios se abren rápido en respuesta, siguen mi impulso y se hacen aún más ansiosos. Sé que es él quien está llevando el ritmo y quien comienza a marcar el camino que estamos recorriendo. El espacio entre nosotros se reduce y una de sus manos levanta mi vestido hasta que mis muslos sienten el aire frío. Quiero esto tanto como él pero es el dolor de mi antebrazo lo que me hace recordar que no estamos ahí precisamente para eso.

-Ya es hora...

Su cabeza se inclina y siento el deseo de consolarlo, de abrazarlo mientras apoya su rostro en mi hombro y puedo sentir el olor de su pelo justo debajo de mi nariz.

-Podrías venir... -me arrepiento al segundo de haber dicho eso pero ya es tarde, se separa y me mira como si no pudiera reconocerme.

-No voy a repetir la escena sólo para tu diversión, tampoco a recordarte lo que sucede cuando me quedo mucho tiempo de ese lado.

"Ese lado". Lo dice como si ambos lados no pertenecieran al mismo lugar, al mismo planeta, como si él y yo no estuviéramos en la misma categoría.

La Primera PiedraWhere stories live. Discover now