Prólogo

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Era pequeña. Sólo tenía cinco años y allí me encontraba. Estaba en casa de mis abuelos, sentada en el sofá viejo y anticuado. Tenía frío, mucho frío y aunque la enorme manta tapaba mi diminuto cuerpo igualmente tiritaba a causa de lo helada que estaba. No me sentía las manos y mucho menos los pies. Era como un corderito esquilado buscando el reconfortante calor en medio del invierno. Mis mejillas estaban mojadas, empapadas por las lágrimas que no cesaban de caer. Los ojos me escocían y tenían pequeñas heridas de tanto frotar mis mangas para secarlos. Mis labios de un color azul y mi piel estaba más blanca de lo que ya era. Me obligaron a ponerme el pijama aunque yo no quería quitarme la ropa que llevaba. Sabía perfectamente que mis abuelos la tirarían a la basura por culpa de que se manchó de un líquido rojo cuando me acerque a mi madre. Me desmayé a causa de que los grados estaban por debajo del cero y esa noche nevaba tiñendolo todo de blanco. Mis abuelos se encontraban discutiendo a gritos con un chico desconocido en la cocina, no se podía entender algunas cosas pero sabía que su tema de conversación era yo. Algunas frases las captaba a la perfección «¡Sólo tiene cinco años!», «¿Cómo se supone qué le daremos la noticia?», «¡Se va a quedar traumada de por vida!». Aunque sólo tuviese esa edad, sabía con exactitud cual era la información que me debían comunicar y aunque me lo negaba rotundamente una y otra vez, sabía que era la verdad. Mis padres habían muerto, mejor dicho, alguien los había matado. Yo me encontraba encogida por el miedo y el pavor que tenía, porqué tuve que presenciar la muerte de mis padres y tuve que ver cómo la mirada de mi madre se apagaba junto con su último resquicio de vida. Mis padres murieron para protegerme a mí pero ¿Qué es la vida sin tus dos personas favoritas del mundo? Nada, es absolutamente nada. Esa fecha siempre la recordaré, siempre recordaré que el 16/01/2009 dejé de ser yo misma. Esos números marcaron un antes y un después en mí. Bloqueé todos mis recuerdos de lo que sucedió excepto cuando presencié el asesinato de quienes me dieron a luz. Me llamo Keila que en hebreo significa "Fortaleza" y en griego "bella". Tengo dieciséis años y espero que estéis listos para ver como continuará mi historia.

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