1. no soy comestible.

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Dicen que uno muere muchas veces a lo largo de su vida.








¿Eso es cierto? ¿Cuántas veces has muerto? Con facilidad, Na Jaemin puede decir orgullosamente que, sin mentir, ninguna.








—¿Ya me veo bonito? —preguntó, arreglando su cabello castaño y relamiendo sus labios nervioso por quinta vez en lo que iba del jodido minuto. Sabía que los pelaría, pero no importaba. Le gustaba morder la piel seca de sus labios y arrancarla. Ardía un poco pero se sentía bien.

—Ajá. —suspiró el mayor, quitándole la camiseta a Jaemin para posteriormente colocar una más llamativa.








Brillos, diamantes, ropa ajustada, demasiado color rosa, gloss pegajoso en los labios, colgantes en el cabello. Jaemin se reducía a un adorno extravagante, y eso no le molestaba.

De esa forma no parecía un asesino, ¿cierto? Si se veía bonito y adorable como siempre, la gente no le tendría miedo. Pero, ¿a qué costó? Ser el títere de Renjun no era muy divertido.














El premio si que lo era.


















—¿Estoy listo? —volvió a preguntar, mirándose en el gran espejo que ocupaba toda la pared de la habitación.

A Jaemin le gustaba mucho la habitación de Renjun. Era grande y espaciosa, con poca luz y muchos posters. También era aprueba de ruido y eso era la mejor parte. Aunque a veces, si gritaba, nadie lo podía escuchar. Nadie.
















¿Esa fue la primera muerte de Jaemin?













—Mhm, te ves hermoso. —mintió, besando la frente del menor frente a él. —Ahora sal y tráeme algo bueno, ¿bien?

—¡Si! —sonrió grande, abrazando el torso de Renjun y fundiéndose en la helada piel del chino.














La oscura calle se tragaba el semblante delgado y débil de Jaemin, orillándolo a poner su característico puchero de perrito a medio morir, como decía Renjun. Debía ser bueno y llevar cosas útiles a la casa, de otro modo, Renjun se enojaría y cortaría sus dedos uno a uno, o le sacaría los dientes como tantas ganas tenía de hacerlo desde hace tiempo, o arrancaría sus uñas una por una, o peor aún, lo dejaría durmiendo solito en el sofá.















—¡Oye, baja el cuchillo!




—¡No puedo, lo lamento! —se disculpó, mordiendo su labio inferior y clavando su bonita navaja en el cuello de aquel señor. La sangre estalló en su rostro cuando el cuchillo sin mucho filo penetró en la blanda piel del hombre, y Jaemin pasó sus dedos por su mejilla, retirando los rastros de sangre y metiéndola a su boca. Le gustaba el sabor, era extraño comparado con cualquier otro.






















Con dificultad, arrastró el cuerpo pesado hasta un callejón oscuro, nuevamente intentó deleitarse con el sabor amargo y metálico de la sangre que chorreaba hasta el suelo.














Agua sucia, sangre, un poco de vomito. Jaemin ya no era tan bonito, y lloraba porque él debía, necesitaba, ser hermoso.














—¿Hice un buen trabajo?

—Pudiste encontrar a alguien mejor, pero no está mal. —el alivio llegó a su ser cuando Renjun pronunció aquella palabras.

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