Prólogo.

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    Iwaizumi acababa de cumplir los treinta años, hacía no más de dos semanas, cuando sintió aquel aroma. Una mezcla de sándalo, rosas y una pizca de pimienta rosada, el perfume más asqueroso que había olido en su vida. Incense Oud, de By Kilian. No pudo reconocer de dónde venía incluso si volteó la vista hacia ambos lados en busca del propietario de tan intenso olor. La calle estaba repleta, como era normal en ciudades tan grandes, por lo que era imposible que siquiera intentara olfatear a su alrededor, más aún teniendo en cuenta que todo parecía cubierto por la fragancia de la fría lluvia de noviembre.

    La vista frente a él parecía teñida gris, similar al efecto que los artistas contemporáneos utilizaban para generar un efecto melancólico en el espectador, pero no necesitaba del empujón del ambiente para ya comenzar a sentirse sumido en una profunda nostalgia, tan adherida a él de repente que tuvo que detener su paso por un segundo en medio del cruce peatonal y ganándose los insultos de varios caminantes a su alrededor. Se sintió emocionado, o más bien perturbado, ante el recuerdo de aquella colonia francesa tan andrógina que había olfateado con cierto asco en su juventud. 

    —Mire por dónde camina, señor.

    Una voz animada resonó a sus espaldas y fue cuestión de unos segundos hasta que pudo ver de quién venía, el niño de no más de doce años pasando a su lado y dedicándole una leve sonrisa. Pero esa curva línea en sus labios no tardó en desdibujarse, la preocupación tiñendo de repente su rostro a la par que se detenía justo antes de la esquina del cruce. —¿Está bien?— sonaba más curioso que otra cosa, incluso si sus ojos estaban manchados de inquietud, por lo que Iwaizumi intentó recomponerse, negado a ser la fuente de entretenimiento curioso de un preadolescente. 

    —Sí, estaba abstraído pensando, perdón por interrumpir el paso.— dijo sin más, esperando que aquello saciara el fisgoneo del niño.

    Pero éste optó por bajar un poco sus hombros, volviendo a sonreírle.

    —Yo también me pongo triste de la nada a veces, no hay que tener vergüenza.—

    No habló más antes de voltear en la esquina, tomando un camino diferente al de Iwaizumi sin siquiera despedirse. Aunque claro, no tenía por qué hacerlo cuando siquiera se conocían, pero no por eso dejó al adulto con menos de ese sentimiento de angustia en la boca de su estómago. El perfume lo había afectado con más violencia de la que hubiera esperado, y la vista de los rizos castaños del menor tan solo lo habían empujado más abajo hacia el pozo nostálgico al que parecía destinado a hundirse. 

    Incluso si quería evitarlo, su mente se trasladó por cuenta propia seis años atrás.


    Recordaba los detalles del apartamento como si hubiera sido propio, incluso si había pasado en su interior menos tiempo del que anhelaba en aquel entonces. Se sorprendía de sí mismo al cerrar los ojos y visualizar el cielorraso, que en su opinión estaba algo fuera de escuadra pero del que no podía protestar porque el bajo precio del alquiler lo justificaba. Podía recordar tres, cuatro, cinco cajones de madera en el mueble donde se guardaba la ropa, incluso recordaba como los tonos de madera entre aquel mueble y la cama no combinaban del todo, aunque eso era un dato que creía haber adquirido por las quejas del propietario y no por criterio propio.

    La colcha sobre el colchón había sido roja una de las veces que pisó la habitación y le gustaba recordarla de ese color, incluso si la mayoría del tiempo era un azul tan pálido que casi podía confundirse con blanco de no prestarle atención. Cosa que él claramente no había hecho, y por eso mismo le asombraba tanto recordar como el tono combinaba armoniosamente con los almohadones grises y turquesa oscuro. Incluso podía traer la textura de las sábanas a su mente si se esforzaba lo suficiente, pero hacía ya varios años que no lo intentaba.

Incense Oud - IwaOi -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora