Capítulo 12. Parte 2.

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Únicamente el golpeteo de las gotas contra el cristal rompía aquel extraño ambiente. Félix trató de ponerse manos a la obra con las siguientes traducciones, rebuscar entre la lista todas las palabras que tenían pendientes.

Continuó pronunciando, o al menos intentando, los curiosos vocablos mientras el mayor los buscaba en el diccionario. Se supone que todo debía ir bien, el chico estaba sentado en la cama, el moreno en el escritorio, la distancia no suponía nerviosismo. Pero si su mirada. La forma en la que lo atravesaba con esos ojos tan oscuros y sus labios seguían curvados en una ligera sonrisa. Una juguetona y cálida.

Siguieron así hasta que el pelirrojo no pudo aguantar más y le lanzó un peluche.

— Para de mirarme, me vas a gastar —consiguió formular con las mejillas a punto de explotarle.

— No tendré esa suerte— continuó picándolo, empeorando así la rojez de su rostro—. ¿Por qué te pone tan nervioso?

— ¿Cómo llevas la nariz?

Félix no sabía qué decir, así que usó la técnica milenaria de responder con una pregunta y cruzar los dedos para que no volviese a repetirla. Pero la jugada no le salió precisamente bien.

El muchacho se puso de pie con el diccionario en mano y se acercó sentándose en el orilla de la cama sin borrar esa sonrisa.

— Pues no sé, ¿tú cómo la ves?— Félix estaba pegado a la pared con las piernas encogidas, tratando de alejarse de él todo lo posible y con el corazón latiéndole en la garganta—.  Tranquilo, ni que fuera a comerte, puedes acercarte.

Lo miró receloso, tomándose un par de segundos para relajar su respiración. A estas alturas ya ni siquiera le afectaba que Changbin pudiera darse cuenta de lo nervioso que le ponía, porque lo sabía, actuaba así a conciencia.

Se puso de rodillas frente a él, sintiendo como las mismas se hundían en el colchón. Estaba demasiado cerca, sus ojos se fundieron casi con necesidad y el tiempo, como siempre que se quedaban a solas, volvió a detenerse.

— Ya no está hinchada, ni morada —apuntó deslizando sus dedos con cuidado por la misma.

— Tuve un buen enfermero que me cuidó, ¿sabes?

— Entonces deberías darle las gracias y dejar de burlarte de él todo el rato ¿no crees?

El moreno sonrió mordiendo su labio inferior y la respiración del pelirrojo se detuvo por un instante.

— De todas formas sigue fea, y tú también —declaró finalmente moviéndose para volver a su anterior posición. Pero el mayor le tomó por la muñeca.

— Pues para estar feo sigues mirando demasiado, ¿no? Justo como el otro día.

Le costaba respirar teniéndolo tan cerca, mantener su corazón silencioso y organizar sus pensamientos para no soltar algo inapropiado y terriblemente sincero. No quería meter la pata pero su aroma dulzón tan intenso lo tenía abstraído.

— Digamos que... tengo una extraña inclinación por mirar a chicos feos, gruñones y que disfrutan burlándose de mí y admirando mis pecas.

Changbin se quedó de piedra al escuchar de sus propios labios aquellas declaraciones que habían surgido de manera tan directa. ¿Se le habría escapado? Aunque el moreno estaba al tanto de que su presencia lo alteraba. Desde el primer momento lo supo.

¿Era cruel jugar aunque no tuviera ningún tipo de intenciones con él? Tal vez. Pero algo le instaba a hacerlo, a pegarse, a mirarlo y hacerle sonreír.

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