1-Propuesta.

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El zumbido procedente del aparato que se encontraba en mi mesita de noche hizo que abriera los ojos perezosamente, odiando el instituto por completo. Cuando mis ojos se encontraron abiertos y mis músculos estirados bostecé y me incorporé en la cama, mirando fijamente un punto cualquiera.


Escuché unos pasos procedentes del pasillo que conducía a mi habitación. Observé cuidadosamente la puerta cerrada con el ceño fruncido.


—¡Cariño! —escuché a mi madre, que gritaba con buen humor impropio en ella—. ¡Ha venido a verte Jules!


—No...


Pero era tarde, porque una pelirroja bajita y pecosa se coló en mi habitación dando tumbos con la mochila colgando del hombro. Agarré la almohada y me cubrí la cabeza con ella. En menos de diez segundos, Jules estaba sobre mí y me había arrebatado el cojín, lanzándolo al otro lado de la habitación.


—¡Vamos! ¿Qué haces sin vestirte aún? ¡Hoy es el gran día! —exclamó.


Puse los ojos en blanco.


—Voy a ducharme —gruñí.


—Así me gusta —me guiñó un ojo.


Entré en la bañera todavía adormilada y me duché rápidamente. Aún llevaba el pelo húmedo cuando me vestí con lo primero que encontré; una sudadera y unos jeans. Me dirigí rápidamente a la diminuta cocina donde mi madre y Jules hablaban animadamente. Mamá estaba de demasiado buen humor. A ver cuánto le duraba.


—¿Lo ves? Todavía estás medio dormida, marmota —me regañó Jules negando con la cabeza—. ¡Y hoy es el gran día!


Y dale.


—¿Te das cuenta de que me lo has dicho dieciséis veces contadas desde que empezó la semana? —dije cogiendo zumo de naranja y poniéndolo dentro de un vaso.


Aunque era algo pesada, a Jules la consideraba una de mis mejores amigas. Quiero decir, nos conocíamos desde que tenía memoria ya que sus padres y los míos eran bastante amigos. Lo mismo pasaba con Kia, que ya debía estar en el instituto. Ella sí tenía suerte al disponer del coche viejo de su padre. No como nosotras, que nos las arreglábamos caminando cada una por su lado. Jules sólo venía antes del instituto en las ocasiones especiales, como ese día.


—¿Por qué es el gran día? —preguntó mi madre, interviniendo curiosa en la conversación.


—Hoy se va a declarar a Matt —dijo Jules con tono meloso.


—¿Con el hijo de los Figgins? —preguntó mamá—. Creí que nunca lo haría.


—Ya somos dos.


—Eh... Sigo aquí —agité los brazos en el aire haciéndome notar.


Si odiaba algo de este pueblo, era que al ser muy pequeño todos nos conocíamos, y eso significaba que los padres también se conocían. Por si fuera poco, mi madre cuando era más joven había sido la capitana de las animadoras del instituto, lo que la convertía en la chica más interesante en vista de muchos, y estaba convencida de que yo iba a ser la próxima, cosa que claramente no sería. Si alguien me conocía en el instituto, era por ser de las más torpes y con menos habilidades gimnásticas que circulaban por ahí.


—¿Y qué le dirás? —inquirió Jules mientras metía los libros en mi bolsa.


—Pues... La verdad —suspiré—. Que me gusta desde los cuatro años, cuando Scott me rompió las gafas que llevaba de un balonazo y él me defendió.


Irresistible Propuesta (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora