Gasas Carmesí

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Cuando Kuroko al fin pudo abrir sus ojos, se topó con una suave luz ámbar iluminando suavemente lo que sería un pequeño estudio estilo japonés, su cuerpo se sentía tan ligero y calmado, casi como si estuviera levitando, el aroma a tabaco y canela llegó hasta sus sentidos, se removió un poco más, intentando impregnarse de ese aroma tan adictivo. 

Se obligó a despertar completamente cuando sintió como su cuerpo se encontraba envuelto en mantas suaves y cálidas, sus dedos acariciaron el suave cobertor que lo cubría, llevó su rostro hasta ocultarlo en la almohada, sí, era una sensación que esperaba nunca olvidar.

Intentando no moverse demasiado, fue sentándose en el acolchado futón, las sabanas cayeron sobre sus piernas y los relieves dorados sobre este le llamaron la atención, su corazón se aprisionó con dolor contra su pecho al ver que las líneas se encontraban formando un hermoso tigre, rodeado de las hermosas flores de higanbana, aquella flor nacida en otoño, conocida también como la flor del infierno, haciéndola lucir hermosa y llamativa por su hermoso rojo encendido, acarició suavemente con sus dedos el colmillo del tigre, sus ojos rojos brillante y tenebrosos.

Su mirada recorrió el lugar, no era tan amplio, pero se encontraba limpio y ordenado, tampoco vio ninguna decoración, casi como si el dueño fuera un nómada. Su corazón se agitó cuando escuchó unos suaves pasos acercándose, no podría estar en peligro, al menos no se sentía de esa manera.

Tuvo que aclarar su mirada al ver al hombre que salía del baño, sus cabellos rojos y oscuros se encontraban húmedos, los mechones oscuros cayendo por su cuello, con las pequeñas gotas recorriendo los fuertes músculos de su espalda, perdiéndose debajo de la toalla que cubría la zona baja de su cuerpo, sus extremidades cubiertas por puro músculo, pero lo que llamó su atención fue el gran y hermoso tatuaje que cubría toda la espalda del hombre, un hermoso tigre pintado en tonalidades tierras, mostrando sus afilados colmillos, sus garras traspasando por su hombro.

Deseaba ver más, deseaba tocar, sentir la tinta seca sobre su piel pálida y poder grabarla en sus recuerdos.

Con cada ligero movimiento que realizaba podía ver como los músculos se movían en sintonía. El hombre se volteó lentamente mostrando su pecho desnudo, su pequeño corazón se agitó con fuerza, ojos rojos carmesí le miraron sorprendido, pero él no pudo hacer nada más que notar las cicatrices en aquella hermosa piel.

-Lo siento. -Debería ser él el que pidiera disculpas por estar viendo algo ajeno, pero no se arrepentía. Le vio regresar al baño rápidamente, para luego salir vestido con una playera y un chándal, pero aun así no parecía tan cómodo. -¿Tienes hambre? Soy un tonto, claro que deberías tener hambre.

El hombre parecía estar nervioso, él debería estarlo, tal vez debería tenerle miedo, cualquier persona inteligente sabía que estar a lado de un mafioso era un problema, cualquier japones podía reconocer los tatuajes de los Yakuza, las cicatrices dejadas de las peleas, los ojos tenebrosos y sin sentimiento. Solo un tonto se quedaría ahí, solo, con un hombre que parecía medir casi dos metros y capas de matarlo de un solo golpe.

Pero antes de que pudiera hacer o pensar en algo más, el pelirrojo regresó casi tan rápido como se fue. Colocó una pequeña mesa sobre el suelo, para luego llenarlo de sustanciosa comida, no sabía la hora que era, pero sabía que tenía demasiada hambre.

Tuvo que salir del cálido futón, pero se sorprendió al ver que el tatami contaba con calefacción, así que cruzó sus piernas y esperó que el pelirrojo empezara a comer. No podía evitar mirarle de vez en cuando, pero el hombre a pesar de que comía con tantas ganas, parecía ligeramente incómodo, unas cuantas veces golpeó la pequeña mesa con sus rodillas.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2020 ⏰

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