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Valentina estaba cansada. Cansada de mirar el reloj de la mesilla de noche, cansada de dar vueltas y más vueltas, cansada de pensar en Jul y, teniendo en cuenta que eran las cinco de la madrugada y no había pegado ojo, cansada de puro cansancio. Se puso boca arriba, mirando el techo y buscando respuestas que llevaban cinco horas sin aparecer.

En la silenciosa oscuridad de la noche, rememoró minuto a minuto la velada que había compartido con aquella mujer que ahora dominaba sus pensamientos y, sobre todo, el momento en que rechazó una noche de placeres. De eso no tenía duda; comprendió que, seguramente, aquella era la única certidumbre que tenía, en lo que a Jul se refería.

Sabía que Jul se lo propondría, y tenía intención de aceptar..., hasta el momento en que abrió la boca para rechazar la propuesta. "¿Por qué demonios no acepté?" Esa era la pregunta que no la dejaba dormir. Valentina no solía cuestionar sus propias decisiones. Prefería analizar la situación, sopesar las opciones, tomar una decisión firme y seguir adelante. Su mantra era decidir lo mejor posible según los hechos del momento, no jugar al tendría que haber hecho tal, podría haber hecho cual, ojalá hubiera hecho lo otro, porque eso sólo traía disgustos.

Empezaba a estar preocupada, porque desde hacía unas semanas actuaba de una forma poco propia de ella. En los últimos años se había esforzado mucho por alcanzar la posición a la que había llegado gracias a su facilidad natural para pensar con lógica y no perder la cabeza. Le gustaba su profesión y estaba orgullosa de lo que había conseguido, pero empezaba a tener la sensación de que su vida bordeaba el vacío.

Cada vez veía más claro que deseaba vivir como sus padres. Después de cuarenta y ocho años de matrimonio, su padre seguía pensando que se había casado con «la rubia más guapa de México». A la hora de la cena, todos hablaban sobre lo que habían hecho durante el día, y después discutían, como de costumbre, por ver a Valentina más seguido en casa. Su inmensa casa era el centro de reunión de las amistades y, para estos tiempos, se llenaba de amigas de su madre para hacer lecturas de libros y cocinas temáticas, esta última debido a que habían realizado estudios de chef para acabar con la tristeza del nido vacío.

Sus padres siempre la habían apoyado en todo, le habían procurado todas las actividades extracurriculares que quiso, a cambio de trabajo voluntario en las fundaciones que apoyaba el Grupo y presidía su madre, ya de adulta aun si no les gustaba su decisión la respetaban, Valentina los quería por igual, pero se identificaba más con su padre era una relación diferente, de adoración, sobre todo porque la apoyó cuando había querido participar en los llamados deportes de niños. Había chutado el balón con ella, habían hecho cientos de lanzamientos y recogidas de béisbol juntos y la había animado desde los laterales del campo, cuando jugaba con el equipo de fútbol. No creía que hubiera llegado a ser la mujer segura que era hoy sin él, y ese roce con los varones.

¿Y qué? ¿Qué significa tener un buen trabajo, una casa grande, un coche de lujo, montones de dinero y la envidia de todos los que me rodean? ¡Dioooos! Todo eso no vale nada si no tengo con quien compartirlo.

Tenía compromisos para cenar al menos cuatro o cinco días al mes, pero eran obligaciones profesionales. Quiso acordarse de la última vez que había salido por diversión. Un latido persistente en la entrepierna le recordó con poca sutileza que hacía ya demasiado tiempo que no sentía el roce de otro ser humano. La verdad era que ni siquiera se acordaba de la última vez que había practicado el sexo. «Con alguien que no sea Duracell.» Al menos hacía siete u ocho meses, y, por lo visto, no fue nada memorable. Se rió para sí. "¡Dios! Tengo que echar un polvo cuanto antes."

Con gran esfuerzo, cambió el rumbo de sus pensamientos y se preguntó de qué querría hablar el jefe con ella el lunes. Le había llegado un aviso por correo electrónico el día anterior a última hora, pero el campo del asunto estaba en blanco. Una simple invitación de las que siempre rechazaba, a menos que supiera el motivo. La formación que había recibido le prohibía acudir a una reunión sin habérsela preparado.

Desafortunadamente, no podía prepararse si el jefe la convocaba sin decirle para qué, de modo que repasó mentalmente los hechos de las últimas semanas para ver si encontraba una pista. Había algo que le rondaba por la cabeza: la postura que había tomado ante el intento de despido del empleado gay de contabilidad. Había reconsiderado aquella decisión varias veces desde aquel día y estaba segura de haber adoptado la postura correcta. Pero, en cierto modo, esperaba que le rebotase como un boomerang, y no pensaba consentirlo. Aparte de las consideraciones éticas, la empresa correría un gran riesgo si despedía a un empleado por ese motivo.

Confiando en su capacidad para enfrentarse a cualquier aspecto de aquella decisión que su jefe quisiera discutir, cerró los ojos con la esperanza de dormir al menos un poco.

Aunque Jul odiaba que la hiciesen esperar, llevaba toda la mañana jugando al gato y al ratón con Beltran por teléfono. Mientras escuchaba la tonta sintonía de la llamada en espera, sus pensamientos derivaron hacia Valentina por duodécima vez en el día, por lo menos. Había pasado el domingo intentando dilucidar si había malinterpretado las señales que había ido captando a lo largo de toda cena. Su sexto sentido con las mujeres, unido a la experiencia, pocas veces le fallaba, por lo que el no de Valentina había sido un auténtico trauma. Tanto, por cierto, que ni siquiera había intentado convencerla. Y seguía confusa por su inesperado rechazo.

Sus amigas le habían dicho muchas veces que tarde o temprano lamentaría la fama que se había echado. Se le revolvió el estómago al recordar lo que había dicho sobre sus intereses, en el pasado. "Qué curioso, Jul, prácticamente le dijiste que eras una putilla y ahora te sorprende que te rechazara". ¡Qué idiota!, Si el juicio a posteriori fuera el juicio a priori, habría enfocado las cosas de otra manera, eso seguro. Pero estaba tan acostumbrada a que cenar con una mujer guapa fuera el preludio de una sesión de sexo que ni siquiera había pensado en la posibilidad de que un comentario sincero pudiera provocar una reacción negativa.

Por fin, el abogado interrumpió sus elucubraciones desde el otro extremo de la línea.

—Beltran —se quejó—, tienes que cambiar esa música, en serio. Si no fuera porque insististe tanto en que habláramos hoy, no la habría soportado. Así es que ten cuidado si se me pega la cancioncilla para el resto del día, porque iré a fastidiarte personalmente.

No mantenían la típica relación entre abogado y cliente. Hacía más de diez años que eran amigos y, naturalmente, lo había escogido como abogado. A pesar de los muchos conflictos de intereses que habían surgido entre ellos, sabía que no le fallaría. No le había fallado nunca. Comprendió que la llamada era importante al ver que él no respondía con otra pulla.

—¿Beltran?

—Jul, esta mañana recibí unos documentos del abogado de Nayeli . —Jul no dijo nada. Estaba segura de que iba a caer otra bomba—. Va a denunciarte.

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Cuando Tú Quieras (TERMINADA)Where stories live. Discover now