El último aliento capítulo 8

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El culpable soy yo

El hombre se fue acercando lentamente al cuerpo de Annie, tomó sus labios en un beso posesivo y ardiente, el deseo que sentía por ella crecía rápidamente y su entrepierna lo evidenciaba, ella respondía, al principio tímidamente, pero la pasión que estaba conteniendo se desbordó, comenzó a responder de la misma manera a sus apasionados besos, el deseo los embargó a ambos que poco a poco se fueron despojando del resto de sus ropas hasta yacer desnudos en el sofá donde minutos antes él estaba recostado, se fueron prodigando caricias que fueron aumentando su deseo carnal.

Ese hombre era un adonis y la deseaba, confundido o no ella deseaba perderse en las delicias que él le prodigaba.

Entonces el hombre comenzó a susurrar palabras poco audibles, a lo cual ella se dio valor sabiendo que él estaba perdido en el deseo, se sintió con la suficiente confianza para tocar con sus manos y lengua cada rincón de ese monumental cuerpo, él comenzó a jadear del placer que esas pequeñas manos y lengua ávida le provocaban, una sonrisa de satisfacción en la mujer se reflejó por ser ella quien se lo provocará, debía agradecer a su esposo por enseñarla a complacerlo ya que ahora ella podía tener el control de este hombre, en un movimiento rápido la chica estuvo debajo de ese formidable cuerpo , el comenzó a besarla, mordió su labio inferior mientras con sus enormes manos acariciaba sus pechos, su boca llegó a ellos llenándolos de besos apoderándose de uno de sus pezones los cuales ya estaban inflamados gracias a sus deliciosas atenciones, el hombre bebió embriagado por la pasión, sus manos bajaron lentamente hacia las caderas, acariciándolas, atrayéndola más hacia él pegándola más hacia su cuerpo de manera posesiva. Sus manos siguieron ese inquietante recorrido hasta encontrar ese camino entre sus piernas donde se haya su punto de placer, el cual con dedos expertos descubrió entre los pliegues topándose al fin con ese botón inflamado que pedía atención y él no se lo negó. Comenzó de manera indulgente, a darle placer con pequeños círculos, la chica comenzó a gemir audiblemente, lo estaba sintiendo era más de los que alguna vez se imaginó, sobre todo después de aquella mañana cuando pudo tener una pequeña visión de su anatomía. Él introdujo uno de sus largos dedos mientras no dejaba de prestarle atención a sus pechos, sus besos fueron bajando por su plano vientre hasta toparse con el vórtice de su femineidad y ahora su posesiva boca tomaba lugar entre sus piernas remplazando sus dedos, la chica tomó los castaños cabellos, tirando de ellos con desespero, esa lengua era una experta ya no pudo aguantar más y explotó de placer, Annie aun temblando y mareada por su orgasmo quiso devolver el favor, con una señal de su mano el hombre quedó bajo ella quien, le comenzó a prodigar besos en el pecho amplio y fuerte bajando por su abdomen bien definido, al tiempo que su mano tomaba el poderoso y fuerte falo comenzando a acariciarlo de arriba hacia abajo, ante aquel toque él comenzó a temblar y jadear de excitación, tomando el cabello de la ojiazul la invitaba a moverse más y más, la chica sintiéndose dueña de la situación se atrevió a bajar y pasar su lengua por todo lo largo de su virilidad hasta meterlo en su boca y disfrutar de los jadeos que él emitía ante tal placer, antes de perder el control por la boca de ella, lentamente la retiró de él para luego posarse sobre la chica dándose paso entre sus piernas, con destreza se introdujo en ella, al principio fue doloroso sentirlo dentro ya que su tamaño era demasiado, pero la momentánea incomodidad se fue desvaneciendo al empezar él a moverse en su interior cada estocada le producía un placer que jamás había experimentado, las embestidas cada vez se fueron haciendo más salvajes, hasta que ambos perdieron la cordura estallando en mil pedazos.

– ¡Ahhh! ¡Terry! – exclamó Annie aferrándose a las sábanas de su cama, sudorosa, húmeda y anhelante.

La mujer abrió los ojos buscando con la mirada, después se llevó las manos al rostro con vergüenza al recordar su sueño, se sentía sucia y al mismo tiempo todo su cuerpo le pedía satisfacción una vez más, como esa noche, la noche que hizo el amor con Terry Grandchester.

El Último AlientoWhere stories live. Discover now