Capítulo 3 «Despertar»

43 6 3
                                    


«La muerte no es más que un cambio de misión»

-Leon Tolstoi-

                                                                            ***

Abrió los ojos. Empezó a emitir los típicos sonidos de estar asfixiándose. Tenía un tubo de grueso tamaño descendiendo por su tráquea. Hizo un intento por retirarlo, asustado. Los brazos no se movieron y eso, lo acobardó aún más. Todo lo roto estaba enyesado.

—¡Logan! ¡Para cariño! ¡Espera! ¡Enfermera! —gritó Ruth, con tremenda desesperación, haciendo sonar el timbre de llamada a la vez.

Una mujer con uniforme, cabellos rubios, recogidos, y falta de aliento por las prisas que llevaba, apareció en auxilio de su llamada.

—Tranquilo señor Sanders. Yo le ayudaré —fue diciendo, preparada para retirar lo que le estaba incomodando, con mucha delicadeza, evitando hacerle daño—. En un momentito estará fuera. Intente relajarse.

Pero cuanto más le ponían las manos encima, más nervioso se ponía. Le parecía todo tan insólito como fuera de lugar. ¿Y por qué le llamaban Logan? ¿Ese era su nombre? No recordaba nada.

—Tranquilo cielo. Vas a mejorar.

Miró a la mujer de cabellos castaños con una preiosa melena, y unos ojos verdes que brillaban a punto de llorar. ¡Si supiera quién era ella! ¿Por qué alguien no le relataba lo que se había perdido mientras había estado inconsciente, para ponerlo al día?

Tosió, notando la garganta rasposa tras liberarlo del objeto intruso.

—¿Dón... dónde estoy?

—En el hospital, cielo mío. Tranquilo —explicó ella, acariciando su mejilla con dulzura. Estaba rasposa por la incipiente barba de algunos días que asomaba en ella.

La miró, confuso.

—¿Quién eres tú?

Su pregunta entristeció a Ruth. La decepción chocó contra ella con saña.

—Soy tu esposa, cariño.

Él negó. No era un rostro que recordara. Bueno, si tenía que ser sincero no se acordaba de nada, salvo de algunos fragmentos que se habían asomado a su cabeza como fogonazos.

Viendo la trágica escena, la enfermera tuvo que interceder.

—No se preocupe señora Sanders. Su amnesia puede ser fruto del accidente. Cabe esperar que sea temporal. De lo contrario, el doctor se haría cargo de pruebas y otras valoraciones que nos aclararan el por qué.

¿Y si no fuera temporal? ¿Y si Logan empezara de cero como el recién nacido que llega al mundo sin saber? Tenía que armarse de valor y viniera lo que se viniese, ayudarle en todo lo que pudiera. Aunque era bien amargo que el amor de su vida no la recordase.

—Esperemos que sea temporal —murmuró, dubitativa. Era como si su intuición le dijera que iba a ser un camino duro y tortuoso es había a la vista.

La enfermera sonrió buscando animarla.

—La dejo con su marido. Y señor Sanders, espero que se esfuerce porque estoy segura de que su mujer lo quiere mucho —discurseó, dirigiéndose a él, dándose cuenta de que este seguía de lo más confuso—. Si hubiera algo llámeme —dijo, antes de salir por la puerta, una vez terminó con el chequeo, asegurándose de que todo estaba bien.


Volvía a quedarse a solas, con él. Vaciló en si acercarse, o quedarse donde estaba. No la recordaba. No sabía su reacción. Si podía haber enloquecido con el golpe.

—¿Qué hago aquí? ¿Qué me pasó? —preguntó, como pudo.

—Tuviste un accidente. Gracias a Dios sucedió un milagro. Y estás aquí —explicó, dentro de una risa nerviosa y ganas de llorar. Estaba más nerviosa que el día de su primera cita. De eso ya había llovido mucho, además de dos niñas de por medio.

—No recuerdo nada. —Se observó como pudo—. ¡Estoy hecho un asco!

—Lo sé. Pero estarás mejor. Ya lo verás.

Volvió a fijarse en ella.

—Si pudiera recordarte sería mucho más fácil. ¿Puedes seguir hablándome? Joder, me está entrando sueño. Me cuesta estar despierto.

—¿Quieres que llame a la enfermera? Me estás asustando.

Tosió un par de veces. Había hablado con dificultad por culpa de su irritada garganta.

—Es cansancio. Descansaré un rato más.

—Vale. Como quieras.

Cerró los ojos. Recibió otro fogonazo de aquellos que lo estaban volviendo loco. Los abrió de golpe.

—¿Sabes si sé pilotar un avión?

—¿Un avión? —Ruth abrió los ojos de par en par—. ¿Qué estás diciendo? —Le pareció que la locura de su esposo iba en aumento—. No. Nunca pilotaste un avión.

—No puede ser posible. Me vienen y me van imágenes dentro de una cabina de un avión, o algo similar; paneles, lucecillas, nubes algodonadas y cielos un poco enrarecidos, en ocasiones.

—Será el golpe. Estás confuso.

Más que confuso, se encontraba como el personaje que se había equivocado de plató y se había adentrado en un escenario que no era el suyo, teniendo que ejercer un papel que no había ensayado.

—Será mejor... —Tosió otra vez. Ruth se acercó para ofrecerle un poco de agua. La enfermera rubia había regresado para traérsela indicándole que, seguramente, iba a necesitarla. Lo ayudó a incorporarse para que bebiera, tratándolo con un cariño inmenso. Logan acarició su mano y la observó, perdido—. Ojalá pudiera recordarte —repitió—. Ni siquiera estoy familiarizado con tu piel.

Esa observación dolió como si la cortasen por la mitad. Ruth tuvo que tragar saliva para liberarse del nudo que le estaba aprisionando la garganta. No iba a llorar. No lo haría delante de él.

—Descansa —le aconsejó—. Hablaremos más tarde.

—¿Puedo preguntarte algo más?

—Sí. Por supuesto.

—¿Tenemos hijos en común?

—Dos hijas.

—Dos hijas... No recuerdo eso tampoco. —Sacudió la cabeza desesperado—. Juro que quiero recordar. Aunque no puedo.

—Descansa. Lo necesitas.


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Prueba de fuegoWhere stories live. Discover now