05 | there is no freedom for us here

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A los ocho años la mujer que cuidaba de ella le regaló un jilguero que cantaba todas las mañanas. El animal tenía el pecho blanco y café, el color de alas variaba de amarillo a blanco y la cabeza relucía de rojo y, cada vez que lo miraba, podría jurar que el plumaje blanco se esfumaba aunque todos a los que le decía eso lo veían tal y como antes, sin ningún cambio en las plumas. Lo admiraba en las mañanas cuando el sol salía y metía los dedos en la abertura de las rejas, esperando acariciarlo un poco. A los dos meses el pájaro dejó de cantar. Hotaru lo alimentaba sin falta y le cantaba con la esperanza de que coreara con ella, pero nunca pasaba nada.

―Creo que está triste ―concluyó un día Hotaru, con la vocecita de una niña sabionda que se encuentra desamparada.

―Es feliz allí ―refutó la mujer que le dio el ave, sonriendo tan fuerte que parecía que le dolían las mejillas. Arreglaba el cuello de su vestido negro frente a un gran espejo que se iluminaba con focos pequeños―. Tiene todo lo que quiere y mucho más.

―Pero María, míralo ―replicó la niña, señalando al pájaro―; no está como antes. Ya no canta. Ya no me canta.

La mujer se encaminó hacia la niña y juntas miraron el ave, hipnotizadas por el plumaje que algún día fue brillante. El animal parecía una estatua; un pájaro muerto que fue envuelto en aceites y se convirtió en una obra de arte. Antes de que la mano de Hotaru tocara el candado de la jaula, la mujer le clavó las uñas en el hombro y su sonrisa se borró.

―No hagas eso, cariño.

Hotaru, con los ojos dudosos, le contestó:

―Creo que quiere volar. Salir de allí y ser libre. Creo que por eso ya no canta.

―¿Por qué querría serlo? ―preguntó María, con las pestañas revoloteando y echándose para atrás. Lucía confundida.

―No sé ―confesó Hotaru, porque realmente no sabía la respuesta más que parecía que el pájaro quería irse de su lado y que por eso no cantaba. Aun así, no entendía de dónde había salido aquel pensamiento.

―Tiene todo allí dentro. ―alegó María, de nuevo con la sonrisa y la actitud suave―. Comida, agua, un techo. No pasa hambre y no debe preocuparse de depredadores que lo amenacen. Entonces, dime, pequeña Hotaru, ¿si tú fueras el ave, querrías salir sin estar seguro de que vivirás más allá del borde de las rejas? Porque puede ser que salgas, claro, pero nada te asegura que vivirás mucho. ¿Lo querrías?

―Pues no ―dijo, con el ceño fruncido, porque aunque pensara algo al comienzo, María siempre encontraba la forma de hacer que fuera contra el primer pensamiento.

―No hay razón por la que este pequeño esté triste o quiera salir de la jaula. ¡No lo necesita! ―La niña asintió, absorbiendo cada palabra y no entendiendo cómo fue tan tonta en pensar que el ave necesitaba salir. Debería estar vibrando de alegría―. Y aún más, no necesita volar. Sus alas son un adorno para hacerlo más hermoso, nada más. No tienen una función más allá de entretener. ―La miró, acariciándole el cabello rubio pálido. Hotaru no hizo nada más que apretar los puños en la falda de su vestido―. Recuérdalo muy bien, mi pequeña.

Luego de una semana, María mató al ave en un crujido entre sus dedos y un suspiro indiferente. La mujer botó el cuerpo aún cálido del animal en el cesto de basura y sacudió sus manos, como si eliminara el polvo.

―Te lo dije. Su única función era entretener y ser hermoso. Dejó de cumplirlo cuando no cantó más. Y cuando dejan de cumplirlo son innecesarios.

Hotaru miraba el cesto con intensidad mientras los oídos le pitaban y algo dentro de ella bramaba. La imagen de las costillas del pájaro rompiéndose se pasaba una y otra vez en su cabeza. El sonido seguía allí, incesante. No había lágrimas en su rostro pero casi sentía el nudo en la garganta por las ganas de gritar. ¿Cómo se atrevía?

requiem for the royalty ━shigaraki tomura [BNHA]Where stories live. Discover now