Capítulo 1 Parte 1

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Capítulo 1 (Parte 1)


(Narra Ileana)

Eric… Ese travieso pequeñajo era mi debilidad. Venía cada dos días al castillo, se colaba por las rendijas menos vigiladas y me contaba las historias que aprendía de su padre, un reconocido trovador al que el mío contrataba en ocasiones para animar sus fiestas nobiliarias. Pero yo ya conocía todas las historias contadas por el hijo del trovador Anton.

Le sonreí ampliamente cuando por fin aceptó aquella caja de música; había sido un obsequio del príncipe de Dumont, un príncipe hermoso pero déspota, al cual rechacé de inmediato cuando trató de cortejarme. Su presente sería un perfecto regalo para aquel niño, y si en alguna ocasión necesitaba dinero sólo tendría que venderla para vivir bien durante unos cuantos años.
El chiquillo salió corriendo al percibir el sol en lo más alto del cielo, y yo me encaminé rauda hacia las caballerizas...

Sabía que la comida ya estaría servida y mi padre me estaría esperando para presentarme ante el príncipe que había llegado esa misma mañana, un príncipe que no me interesaba ni pensaba conocer.

Corrí lo mejor que pude, pues aquellas faldas y enaguas entorpecían mis pasos. Hoy me había resultado imposible no vestirme y peinarme como una dama; debido a la llegada de ese odioso príncipe mi padre había ordenado a las doncellass que me vistieran adecuadamente. Pero esto no me iba a impedir salir a cabalgar, y menos aún darle un merecido plantón al rey en la mesa.

Llegué a los establos y lo vi: mi buen amigo Julen estaba cepillando a mi caballo:

—Buenos días mi lady, ¿saldrá hoy también a cabalgar?

—Por supuesto Julen, ¿acaso no luce el sol y las flores le rinden pleitesía?

—Sí, mi señora.

—¿Y cómo esperas pues que me pierda dicho espectáculo encerrada en este frío castillo?

—Le entiendo mi señora, pero el rey me ha ordenado que no le permita salir a cabalgar...

—Lo que haya dicho mi padre no me importa. ¿Está listo mi caballo?

—Señora, he de insistir... No salga a cabalgar hoy, su padre y su pretendiente la están esperando en el salón...

—Pues si tanto te importan ellos ve tú y come en mi lugar.

—Señora, sabe que lo que dice es imposible. Además, es su obligación asistir...

—Mi única obligación es ser feliz, y con ellos nunca lo seré. ¿O piensas que seré feliz casada con alguien a quien no amo, criando a nuestros hijos como a él se le antoje sin que yo tenga voz en esto? ¿Acaso crees que seré feliz yéndome a un reino extraño, sola, y sin más cosas que hacer que dedicarme a la costura encerrada en un castillo tan lúgubre como este?

—Mi señora...

—Déjate de formalidades Jul, nos conocemos desde pequeños.

—Pero ya no eres una niña, Ileana. Eres la princesa de Sirnea y yo soy el hijo de uno de los consejeros de tu padre, ¡he de tratarte con respeto!

Me acerqué a él tímidamente y posé uno de mis dedos en su hombro...

—Mi querido amigo, ya sé quién soy y quién eres tú. Pero aparte de eso eres mi buen amigo de la infancia, aquel al que retaba en duelo con espadas de madera, aquel que me tiraba del pelo siempre que me lo recogía; el que me ayudaba a escapar de los castigos de mi padre... ¿Cómo esperas que olvide todo aquello y te trate como a un simple mozo de cuadra? ¿Cómo puedes tú olvidar todo aquello y tratarme como a una princesa?

—¡Oh, Ile…! Claro que no lo olvido, pero es mi deber ser respetuoso contigo y eso haré.

—¡Eres más terco que una mula! —contesté indignada agarrando las riendas de mi caballo y alejándome de él.

—¡Señora por favor, no salga a cabalgar!

Arrimé el caballo cerca de donde estaban colgadas las sillas de montar y no sin gran esfuerzo descolgué una para ensillar mi montura.

—Mi lady no haga eso —dijo Julen arrebatándome la silla de mis manos rápidamente—, puede hacerse daño...

—¡No me voy a romper, Jul! Y sabes que sé ensillar mi caballo perfectamente, tú mismo me enseñaste...

—Hace años de aquello, mi lady.

—¿Y crees que no recuerdo cómo se hacía?

—Yo no he dicho eso —dijo con una amplia sonrisa que iluminó su bronceado rostro.

—¡Pues ensilla mi caballo ya! Porque pienso cabalgar toda la tarde y ni tú ni mi padre me lo váis a impedir...

—Señora, si su padre se entera de que la dejé salir a cabalgar me castigará...

—No intentes hacerme sentir culpable para que me quede aquí, querido —dije mientras él terminaba de ensillar mi caballo.

—Por favor, recapacita Ile...

—¡Oh! ¿Ahora ya no soy mi lady, ni mi señora, ni princesa? Ya vuelvo a ser solamente Ile...

—¡Sí! Porque parece que sólo así me haces caso...

—Lo siento Julen, pero no voy a acudir a ese banquete, y menos aún a quedarme por el castillo para que mi padre me venga a buscar con ese principito —le repliqué cogiendo las riendas de mi caballo y subiendo de un salto a su lomo.

El joven mozo bajó la mirada apenado, pues entendía perfectamente a la princesa. Pero por mucho que deseara cumplir todos sus caprichos, no podía, él sólo era un mozo de cuadra...

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—¿Pero la dejó salir? —preguntó el niño, curioso.

—Sí, mi querido Pierre. Y no sólo eso: la encubrió ante el rey con ayuda de la dama de compañía de la princesa, alegando ambos que ésta se encontraba indispuesta y descansaba en sus aposentos.

—¿Y a dónde fue la princesa?

—A donde la llevó el viento. Ella era el mismo aire: libre, indomable y salvaje, una mujer decidida y fuerte que se enfrentó al mundo por amor. Pero eso vendrá más adelante...

La Leyenda de SirneaWhere stories live. Discover now