Capítulo VIII

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Tomás G.


Apenas salió Thomas de cuarto, el otro chico se tumbó hacia atrás en aquella cama, sus manos cubrían su cara y el único deseo que tenía era pegar un tremendo grito de terror. Agarró atrás una de las almohadas, se la puso sobre el rostro y grito a todo pulmón.

En un principio pensó que Ariel y Claude le iba a indicar como se hacían las cosas. Pero, no sólo fueron indicaciones, ver a esos dos follando en todas las posiciones posibles, mamando, tragando semen, corriéndose dentro del culo del otro, y luego este cagado aquella leche y el otro corriendo a beberla como si se tratara de ambrosía; y menos mal que Thomas apagó el vídeo cuando se les ocurrió mostrar la lluvia dorada.

Y ese era sólo la mitad del vídeo, ya tenía terror de lo que había luego. No sabía que le daba más espanto en ese momento, ver a sus amigos haciéndolo, o tratar de girar el rostro y ver la cara de miedo que Thomas estaba mostrando seguramente. ¿Cómo iba a salir de este lió?, agarró su teléfono y volvió a mirar la quiniela; más de cincuenta por ciento apostaba que no iban a durar el mes. Él en esos momentos dudaba que si quiera pudieran terminar la Luna de Miel.

Ya no había marcha atrás; esa noche no había excusas de estar cansados, estresados por la boda, o cualquier cosa; esa noche era el estreno de ambos en la cama y ya no podía seguir extendiendo la arruga. Y era como le dijeron esos dos locos, su culo iba a ser abierto por el otro, lo quisiera o no. Vio con terror en aquella pantalla como Ariel introducía su pene en el culo de Claude; y entraba tan fácil. Desde que lo entendió noches atrás lo había intentado, se había tocado ese punto con los dedos, intentó meter uno y le dolía, y era bien apretado. ¿Cómo demonios iba de dilatar para poder meter algo más grueso que su dedo dentro?, porqué él estaba seguro que el otro estaba bien dotado; eso se le veía en el bulto que marcaban los pantalones, y ahí no estaba duro.

Tras gritar unas cinco veces más en aquella almohada se levantó. Thomas nadaba de un lado a otro en aquella piscina. La misma estaba diseñada para que estando desde la terraza, fuera el límite visual del chalet. Desde aquella terraza seguía aquel espejo de agua y luego el vacío para ver la increíble vista de la población más abajo, y de aquel mar verde que se mostraba a lo lejos.

Se quedó mirando aquel paisaje, y Thomas al parecer ahora hacia lo mismo desde el borde de la piscina en el lado de la terraza. Él sabía que hacer, y que papel le tocaba jugar esa noche en la cama. Ya había hecho la primera parte, había seguido la recomendación de Claude, y ayer sábado en la mañana, había cuadrado una cita temprano en la sala de depilación. Normalmente no trabajaban los sábados, pero él le explico a la chica que era su boda y quería estar preparado. La chica lo miro divertida y aceptó trabajar aquel día. Normalmente son chicas las que piden eso; comentó ella. Ella le dijo que la depilación con cera caliente en todo el cuerpo implicaba que era recomendable no tomar sol hasta pasadas las cuarenta y ocho horas, y que a los chicos les duele más ya que tiene el vello más grueso, y vaya que se mordió los dientes cada vez que la muchacha arrancaba alguna tira de vello. Las partes nobles y los sobacos requirieron hojillas y mucha espuma. Cuando la chica termino unas cuatro horas después él se miro en el espejo del lugar. Parecía un tomate. Veinticuatro horas pasa lo rojo, le dijo la chica.

Fue al baño y se empezó a bañar, y a preparar. Había dentro una tina y la llenó con agua bien caliente, y se sumergió dentro. Estaba relajándose cuando de repente siente que lo sacan de la tina. Thomas lo había sacado fuera del agua y empezaba a aplicarle presión en el pecho.

—¿Qué, que pasa?, —grita todo asustado.

Es cuando ha gritado, que el otro lo suelta y cae a su lado.

Thomas & Tomás - Serie: Agencia Matrimonial - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora