Capítulo Diez

1K 65 23
                                    

Sentados en el sofá jugábamos adivina la canción. Si, las canciones de ellos mismos. Parecería injusto, pero creo que estoy preparada para dar batalla. Además, nos parecía una forma entretenida de pasar el tiempo hasta llegar al festival.

Otra semana había pasado ya, logré recuperarme rápidamente del resfrío gracias a los cuidados de cierta persona. Durante tres días se quedó en vigilia, traía comida nutritiva y hablábamos realmente de cosas aleatorias. Cuando traté de darle el dinero de todo lo que compró, se sintió ofendido. Así que no tuve más remedio que decirle gracias unas doscientas veces. Porque realmente sin su ayuda seguiría tirada en mi cama.

—Cuenta bien, somos dos equipos. Sin trampa. —Martín es quien llevará la cuenta de los puntos. Isaza y yo estábamos de un lado; y nuestros rivales: Juan Pablo y Simón.

La primera canción empezó a sonar, y fue adivinada fácilmente por el mayor de los Vargas.

Ladrona.

Tan fácil que no pude siquiera reaccionar. Seguimos durante varios minutos, hasta que el autobús se detuvo, normalmente en carretera nunca pasaba esto. El conductor abrió la puerta con cara de preocupación.

—Tendremos que esperar por un mecánico u otro transporte para ustedes. —informa.

Si entramos en desesperación justo ahora, gastaríamos energía. Solo quedaba esperar un poco. Por suerte no estábamos tan lejos.

Bajo del autobús, el aire acondicionado también dejó de funcionar. Realmente estamos en media carretera. Observo a lo lejos la ciudad y el aire de tranquilidad que transmite, cuando era niña, el sonido molesto de bocinas acababa con cualquier rastro de apacibilidad que se pudiera mantener. Mi habitación era la única que quedaba en la primera planta, así que todos los ruidos externos se podían escuchar sin interrupción alguna. A veces extrañaba ese lugar; a pesar de tener pocos recuerdos verdaderamente felices, los apreciaba. Fue ahí donde crecí, donde mi hermana y yo de vez en cuando cocinábamos galletas de mantequilla que la mayoría del tiempo parecían carbón redondeado.

Sonrío al recordar.

—Reírte sola es señal que estás enamorada. —por reflejo doy un salto.

Le devuelvo un gesto de desaprobación por siempre ser capaz de asustarme.

—Tus teorías son falsas, solo pensaba en algo. —el castaño se sienta a mi lado.

—¿En qué pensabas?

—¿Acaso tienes permiso para saber que anda por mi cabeza? —respondo divertida.

—Ya que andas de mal humor, diré en qué estoy pensando. Pienso en que sería un sueño hecho realidad ir a conocer el observatorio Griffith en Los Angeles. Tal vez soy un nerd en las cosas que tienen que ver con el espacio y la astronomía, quien sabe.

Sabía sobre ese lugar, me pareció interesante ver su cara de niño emocionado mientras lo decía.

—Galletas de mantequilla, pensaba en eso.

—¿Sabes cocinar?

—Quemar comida, más bien. —ambos nos burlamos ante mi confesión sobre la falta de destreza en la cocina.

El mecánico llegó y la reparación fue sencilla. La batería que había quedado sin carga provocó la falta de energía dentro de nuestro transporte. De vuelta en la carretera la velocidad se hizo presente al saber que los minutos para llegar se acortaban cada vez más. Finalmente, cuando llegamos, escuché a los organizadores decir que no habría tiempo para ensayos, y solo fueran hacia la parte trasera del escenario.

Punto y Aparte © (Juan Pablo Villamil) Where stories live. Discover now