Capítulo 18

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No lo había visto venir. Maldita sea. Así que eso era lo que tenía planeado. Y yo, tonto de mí, no lo vi venir. Obligué a la guardiana a quedarse sola, sin protección alguna, y no tuve en cuenta que podía ser una baza para herir a Amira. Idiota. ¿Por qué no lo vi venir? Era como si él hubiera sabido que me obsesionaría con proteger a Amira y no tendría en cuenta que la guardiana era alguien demasiado importante para ella.

—Ha sido culpa mía —musité mientras pasaba la mano por la frente de la anciana. —Debí haberlo previsto.

—No te culpes —me consoló Dan. —Ese viejo zorro nos ha tendido una trampa con Elisa para alejarnos de Rut y tener vía libre para hacer daño.

—Ese debió ser su plan desde el principio. —Apreté el puño con rabia y me puse en pie. 

—¿Y qué vamos a hacer ahora? —preguntó Caleb sin apartar la mirada del cuerpo de la anciana.

—No podemos hacer nada —respondí más alterado de lo que me hubiera gustado estar. —¿Qué quieres que hagamos? ¿Vamos detrás de Azariel y lo rebanamos en trocitos para que deje de hacer daño? 

—Eh, calma, Leví... —Caleb alzó ambas manos. —Sólo quería saber cuáles son los protocolos a seguir cuando muere un guardián.

Tenía razón, estaba demasiado afectado por la impotencia que me producía saber que algo iba a ocurrir y no haber sido capaz de impedirlo. Gruñí molesto. Seguramente Azariel también sabía que mi propia culpabilidad ante el fracaso me afectaría lo suficiente como para debilitarme.

—Dan, llama a los Kaitiakis. Ellos harán los arreglos pertinentes para que Azariel no pueda llevarse a Rut a Baltzoak.

—De acuerdo —respondió Dan mientras marcaba el número en su teléfono.

—¿Quiénes son los Kaitiakis? —inquirió Caleb.

—Son otro tipo de guardianes —expliqué forzándome a estar más tranquilo—, encargados de rituales sagrados específicos, como el de la sepultura purificadora. Cuando alguien muere a manos de un desterrado, su cuerpo se contamina y puede ser arrastrado a Baltzoak, de donde es imposible regresar.

—Como pasó con Nacor y Beth —musitó Caleb bajando la mirada. Sentí un ligero atisbo de tristeza y remordimiento proveniente de él. 

—¿Recuerdas aquel día? —inquirí interesado.

—No todo, aunque sí recuerdo ciertas imágenes dolorosas en las que ellos se perdían en la densa oscuridad de las profundidades de la tierra... —se quedó pensativo unos instantes, mientras su corazón seguía afligiéndose cada vez más.

—Caleb... —Dan le llamó la atención y él, como si despertara de ese doloroso trance, alzó la mirada y trató de recomponerse.

—Sí, lo siento. Estoy bien.


Amira se había arrodillado junto al cuerpo de su guardiana y lloraba amargamente sobre ella. Su gran tristeza era demasiado golosa para los cientos de desterrados que tenían su atención puesta sobre la casa. La barrera protectora apenas resistía y yo estaba demasiado agotado para hacerme cargo. Toda la responsabilidad recaía sobre Caleb y Dan, que también empezaban a estar muy cansados.

Acaricié la cabeza de Amira y la tomé de la mano para ayudarla a ponerse en pie. Ella sólo se dejaba llevar, inmersa en sus pensamientos. La acerqué a mí y la rodeé con mis brazos.

—No dejes que te destruya. Piensa que ella ahora está bien. Mucho mejor que aquí —dije intentando animarla.

Ella ignoró mis palabras y con la mirada fija en el cadáver y la mente lejos de allí, se limitó a llorar. No soportaba verla así y lo peor era que yo apenas podía hacer nada por ella. Me sentía impotente.

Guardianes 2: LevíWhere stories live. Discover now