Capitulo Siete

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La visión era extraña, ya no estaba en mi habitación del hotel, tampoco estaba en mi cama y mucho menos tenía puesto mi pijama. De hecho, esto último era una de las cosas que más me inquietaba. Llevaba una camisa blanca manga larga debajo de un chaleco de gabardina color café, en la parte posterior tenía una falda vinotinto a la altura de mi rodilla justo donde empezaban las altas medias blancas que combinaban con la camisa con unos zapatos cerrados del mismo tono café del chaleco y para rematar un lazo llamativo vinotinto decoraba el cuello de la camisa; era un completo desastre, un desastre conocido. Todo aquello no era menos que el horrible uniforme de Freesmount.

Estaba algo perdida, pero podía ver perfectamente mi versión adolescente sentada en uno de los salones vacíos del instituto. Recuerdo que ese lugar era mi lugar favorito, allí pasaba la hora del almuerzo leyendo mientras todos estaban en la cafetería. Era ese momento del día donde podía tener genuina y pura paz. Donde no tenía que esconderme de nadie, donde no escuchaba las criticas ni los chismes, donde simplemente podía ser yo.

No era la Grecia invisible, ni la Grecia rara, ni la Grecia que debían molestar. Solo era Grecia, sin mascaras ni reprensiones y me encantaba.

Sin embargo, ese día particular unas voces interrumpieron mi descanso.

Esto es una mierda –afirmó una voz enojada– No pueden hacerme esto.

Cerré mi libro y me encaminé para entender a que se debía el alboroto. Me situó frente a la puerta del salón y por la pequeña ventana que había espié la escena. Justo en el pasillo frente al lugar donde me encontraba estaba el director con los brazos cruzados mirando fríamente a un chico frente a él.

El chico tenía el cabello muy oscuro, largo hasta sus hombros, llevaba una chaqueta de cuero encima del clásico uniforme de la escuela. Sabía quién era, sobre todo porque rondaban una gran cantidad de rumores sobre él. Al parecer, lo habían expulsado de muchas escuelas debido a su mal temperamento.

Como dije antes, los rumores casi nunca son ciertos, pero en el caso de este chico todo apuntaba de que si lo eran. Su temperamento era explosivo, cualquier cosa podía ofenderlo y eso terminaba muy mal para la otra persona. Siempre estaba implicado en alguna pelea, aunque no estoy segura que «pelea» fuera el termino correcto ya que nadie tuvo la oportunidad de siquiera derribarlo.

Por ello, la mayoría evitaba acercársele, todos le temían y el no hacía nada para callar los chismes, todo lo contrario, se limitaba a entrar a clase con el rostro amenazante hasta llegar a su asiento. Lo sabía no solo porque estábamos en el mismo curso, sino que además mi lugar estaba justo a su lado. Aunque nunca me intimido su actitud, fui una chica de máscaras y reconocía cuando alguien también llevaba una. Todos en la clase se ocultaban bajo su propia fachada, Brucer no era la excepción.

Quizás solo era su forma de defenderse de los demás, Brucer y Amanda eran los dos becados de mi año y –como dije antes– eso los colocaba bajo amenaza ante los demás estudiantes. Aunque ninguno de ellos se dejó humillar ni una sola vez por nadie.

Lo siento, pero no puedo hacer nada para ayudarte –pronunció el director con impaciencia– Sabes las reglas. Eres un becado, se te otorga educación y alojamiento gratuito pero los demás deben pagarlo tus tutores, eso incluye el almuerzo.

El director estaba parcialmente en lo cierto, las becas en Freesmount cubrían la mayor parte del pago, pero no eran gratis. Los becados debían trabajar en sus horas libres en las áreas asignadas por la dirección. Así retribuían a la institución por sus estudios y su habitación en las residencias. No parece mucho, pero las tazas de alquiler e inscripción era sumamente altas, no por nada Freesmount era el tercer instituto mas caro del mundo. Con los beneficios que respaldaba la beca, los padres de los becados solo debían enviarles una modesta suma de dinero para sus gastos de material educativo y, por supuesto, para la cafetería.

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