The last time

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Para Teddy Laurence amar a Jo March era parte de su ser esencial. No recordaba un solo día desde que la conociera en que la chica no fuera especial para él. Amaba a toda la familia vecina a la casa de su abuelo, pero eran la chispa vital y el aire de libertad que acompañaban a la segunda de las muchachas, las que calentaban su alma cada día que pasó lejos en la universidad.

Cuando regresaba a la casa por feriados y vacaciones, sus amigos caían como moscas rendidos ante la belleza y modos de la querida Amy, pero era Jo quien captaba su atención indivisa en cada oportunidad. Con Amy podía flirtear con naturalidad e inocencia a sabiendas de que la chiquilla entendía el juego y jamás dejaría que nadie se propasara con ella y eso le incluía sin cuestionamientos. Ahora bien, con la rebelde Josephine las cosas eran por completo diferentes. Con ella no podía ponerse en plan encantador o comportarse seductor porque la tenaz jovencita le daría un coscorrón y se alejaría riendo abiertamente la nueva travesura de "su querido muchacho". Y aunque Teddy anhelaba ser el amor de Jo también supo ver que vencer esa barrera de fraternal cariño y llegar a lo más profundo de sus sentimientos femeninos no sería tarea sencilla. Básicamente porque Jo se obstinaba en cerrarle cada pequeño resquicio que el joven pudiera hallar para expresar o mostrar sus sentimientos.

No fue hasta la ida de Amy a Europa que Laurie vio su oportunidad de plantarse frente al objeto de su afecto e insistir hasta alcanzar la realización de su destino. Su decepción fue terrible al verse impedido a hacer nada por la nueva jugarreta de la muchacha al decidir esa marcha a Nueva York, que a todas luces era una huida.

Cuando fue a despedirla a la estación susurró quedamente como en confesión:

"– No te servirá de nada, Jo. No te perderé de vista, así que cuidado con lo que haces, ¡O iré en seguida a buscarte y te traeré a casa de una oreja!"

Lo peor fueron las cartas que la animosa maestra le enviaba a casa plagadas de "el profesor Bhaer ésto""el profesor Bhaer lo otro"... Sentía irrefrenables deseos de modificar la ley que permitía la inmigración de alemanes casi cuarentones que se dedicaran a la enseñanza y criaran a dos sobrinos con nobleza y dedicación admirables. Contestaba con cariño cada misiva, no permitiendo que Jo pasara una semana sin saber de él, aunque la ingrata muchacha casi nunca le escribiera directamente, sino a través de su madre o de la dulce Beth. Porque una cosa era estar alejado forzosamente y otra muy distinta dejarle el camino libre a ese dechado germano de virtudes. Él, mejor que nadie, conocía el corazón tierno de la segunda de las March y el riesgo de perderlo ante la triste figura de un hombre pobre, pero honesto y cariñoso como parecía ser el tal Profesor.

Cuando llegó el momento de su graduación temió que Jo se presente acompañada del hombre mayor como sugirió la chica en alguna de sus últimas cartas. No fue así, pero sí le transmitió los parabienes del sujeto. Laurie vio su oportunidad resurgir con brillo absoluto al concertar una cita con las muchachas, sabiendo perfectamente que Beth declinaría y sólo Jo estaría esperándole a la vera del camino. El pobre chico era consciente de estar luchando por su futuro y en contra de muchas negativas que la mente siempre activa de la joven escritora era capaz de urdir.

Luego de varios minutos de caminata y de hablar casi como si la vida le fuera en ello, Laurie se vio en la obligación de detenerse y cumplir con lo que había venido a hacer. Al principio Jo trató de disuadirle, pero su intención era firme y nada le alejaría de su meta. Ni siquiera el que esa meta se mostraba a todas luces esquiva. Dejaría de respetarse si permitía que Jo saliera del soto sin saber a ciencia cierta la naturaleza de sus sentimientos. Porque por muy joven que fuera y por mucha experiencia que le faltara, Theodore Laurence estaba genuinamente enamorado y no permitiría que nadie rebajara la profundidad de sus sentimientos. Sin embargo, pronto comprobó que ni todo el amor del mundo convencería a la testaruda muchacha de dar el brazo a torcer.

 Sin embargo, pronto comprobó que ni todo el amor del mundo convencería a la testaruda muchacha de dar el brazo a torcer

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Lo siento, aquí ando probando mis banners con mala calidad... Sigue tu lectura buen humano.

Jo & Laurie: Detras de la cortinaWhere stories live. Discover now