SUJETO 017 [Próximamente]

𝚙𝚛𝚘́𝚕𝚘𝚐𝚘

Prólogo: El tercer suero

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—No podemos utilizar ese suero todavía, señor —explicó uno de los doctores, principal encargado de la infusión que se llevaría a cabo en aquél momento—. No se han realizado los exámenes necesarios para comprobar si es seguro.

—Contamos con un descomunal atraso temporal —refutó el gerente, quien había llegado segundos antes de comenzar la infusión para realizar unos cambios en el procedimiento—. Necesitamos terminar con el proyecto en su totalidad en exactamente ocho meses. No podemos permitirnos un mes más de prueba para el último suero.

—Señor, este suero es completamente diferente a los dos anteriores —insistió el doctor mientras sus dos compañeros simplemente escuchaban el intercambio—. Los científicos...

—Los científicos —interrumpió el gerente— han hecho los experimentos y cálculos necesarios para asegurarse que no sea letal.

—Aun así no somos conscientes de todos los efectos colaterales que el suero pueda causar al establecer interacción con su organismo.

—Doctor, no lo volveré a repetir. Necesito a los últimos siete sujetos inyectados con el suero lo antes posible —ordenó, colmado de paciencia—. Si ellos no han pasado por mi oficina en cuatro días, habrá grandes consecuencias para usted y su equipo, ¿comprende?

—Sí, señor —condescendió el doctor—. Comenzaremos la infusión en cinco minutos.

—Bien. Manténgame informado por inconvenientes —concluyó mientras salía de la habitación quirúrgica, algo molesto por la leve confrontación.

—Sí, señor —repitió el doctor colocándose guantes de látex.

Luego, para asegurarse de que la sustancia violácea en la ancha jeringa no presentara burbujas de aire, golpeó su tubo un par de veces con el dedo índice.

Al no ver ninguna burbuja ascender, se acercó al muchacho que yacía en la camilla con una bata quirúrgica, totalmente anestesiado, listo para enclavar la aguja hipodérmica.

Uno de los otros dos doctores presentes preparaba la piel donde se realizaría la inyección del paciente, con ungüento blanco. Mientras, el otro repetía el procedimiento del doctor principal con una jeringa de menor tamaño, que contenía un líquido verde oscuro.

Los dos doctores que cargaban las jeringas se observaron un par de segundos y asintieron cuando ambos estuvieron listos para llevar a cabo la infusión de ambas sustancias.

Después de haberle dado golpecitos en la piel del cuello al muchacho inconsciente —para encontrar la vena yugular—, la aguja hipodérmica de mayor tamaño se clava con cuidado en ella, y el doctor comienza a introducir la sustancia en el organismo del paciente con parsimonia. Milisegundos después, la jeringa más pequeña se introduce en el exacto mismo lugar que su compañera. Entonces así, mientras la sustancia violácea era inyectada muy lentamente, el líquido verde fue introducido en un segundo de manera casi brusca.

Se retiró la jeringa con tubo pequeño y, alrededor de treinta segundos después, la totalidad del líquido violeta se encontraba dentro del organismo del paciente.

Los doctores observaron cómo las venas yugulares relucieron sobre la piel del muchacho como si la sustancia fuese fluorescente y se pudiese observar trasladándose por el organismo del paciente. Se quedaron algo inquietos porque era la primera vez que habían visto dicha reacción al suero.

El sutil resplandor se pudo apreciar recorriendo todos los vasos sanguíneos de la piel visible, mientras que el muchacho simplemente yacía anestesiado en la camilla, ignorando lo que sucedía en su cuerpo.

Cuando la refulgencia se desvaneció completamente, los doctores esperaron expectantes mientras lo único que se oía en la sala eran los pitidos que indicaban los signos vitales del paciente.

Un par de minutos más tarde, el susodicho se sacudió y despertó de manera súbita, sin aliento y con los ojos fuera de sus órbitas, inquietos.

—¿Qué hago aquí? —profirió con una mezcla de enfado y temor al repostar sus ojos en uno de los doctores—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué demonios hago aquí?

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