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Didiane apareció frente a la puerta de su departamento horas después de que Jadon se hubiera ido

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Didiane apareció frente a la puerta de su departamento horas después de que Jadon se hubiera ido. Nazli estaba destrozada, se había enamorado perdidamente. Saber que el amor de su vida estaba a días de morir, le provocaba un hueco en el estómago, tan grande, que sentía que se iba a desplomar. Por un lado, sabía que él debía estar pasándolo peor, por el otro, el dolor que sentía era tan fuerte como para hacerla llorar a mares. Él iba a dejarla y ella se iba a quedar en el mundo para verlo partir. No comprendía por qué la vida era así, por qué se empeñaba tanto en tratarlo de la peor manera posible. Según recordaba, Jadon se lo había pasado muy mal en los últimos años. No era justo, simplemente, no lo aceptaba.

—¿No se puede hacer nada? —inquirió Didiane lamentándose por haberlo abofeteado la otra noche en su departamento—. Quiero decir... ¿está seguro de lo que te dijo?

—Sí... se sinceró conmigo. Lo vi en sus ojos, no mentía. Está completamente seguro...

—Vaya mierda... —soltó con pena—. No... no sé qué decirte. Me has tomado desprevenida. La muerte siempre nos toma desprevenidos... Deberías ir con él... —la animó.

—No quiere, no está dispuesto a hacerme pasar por esto...

—Leb, escucha —dijo colocando sus manos sobre sus mejillas, obligándola a que la mirase—. Ustedes se aman, no puedes dejarlo solo, incluso aunque te lo pida e implore por ello. Debe ser horrible saber que vas a morir y no tener a nadie a tu lado. Si te lo ha dicho, lo menos que puedes hacer, es pasar tiempo con él. Ayúdalo a tener un día maravilloso, a hacerle recordar que el amor existe, que vivir en este mundo no es tan malo, hazle saber que lo vas a recordar y que lo vas a amar incluso después de... —Didiane no pudo contener las lágrimas, mucho menos Nazli. Se dieron un abrazo y dejaron que sus emociones se apoderaran de ellas—. Hazlo, Leb. No lo dejes solo.

Esa misma noche, Nazli se presentó en el hogar del fotógrafo. Su amiga la había ayudado a quitarse cualquier indicio de llanto del rostro, y con un fuerte abrazo, la dejó partir.

Se lo pensó por largos segundos antes de tocar a la puerta. No quería que se lo tomara mal, mucho menos quería incomodarlo. A su mente vinieron recuerdos de su primer encuentro. La sonrisa que esbozaba, sus facciones, las ganas que tenía, de vivir y disfrutar. Tuvo que obligarse a no llorar. Respiró con profundidad, cerró los ojos y tocó con suavidad dos veces sobre la puerta de madera, con los nudillos de la mano. Un gesto apenas perceptible, así que volvió a intentarlo, esta vez con mayor fuerza.

Esperó algunos minutos hasta que Jadon le abrió. La había visto por la mirilla, y en su alma dudó si dejarla o no ingresar. Era consciente del dolor que su presencia le provocaba. Se moría de rabia e impotencia por dejarla de ese modo, algo cruel e inhumano. Al final, accedió después de un largo suspiro.

Nada más abrir, sintió como algo se rompía en su interior. No quería irse, no de ese modo, no en tan poco tiempo, no después de haberla encontrado. Quiso golpear algo para quitarse ese dolor que lo lanzaba al abismo y quitarse de encima esa sensación de vacío que tenía cada vez que pensaba en el futuro. En vez de eso, la cogió en sus brazos y la estrechó con fuerza. Aferrándose a ella, haciéndole saber que lo lamentaba, pero que ya no podía hacer nada al respecto.

Aviones de papelWhere stories live. Discover now