Día 2: Roommates

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Día 2: Roommates

Akaashi abrió la puerta de su habitación. Eran las 8:00 a.m., hora de tomar desayuno. En su trayecto, pegó un respingo al detectar por el rabillo de su ojo una figura flexionándose en la sala. Volteó hacia esa dirección y comprobó de qué se trataba.

El alivio duró tan solo un segundo.

Sus ojos detectaron con mayor calidad la escena.

Deseó que se hubiera tratado de una figura anómala o un elemento sobrenatural. La luz invadía el ambiente, así que podría lidiar con tal escenario. Sin embargo, la figura en cuestión no respondía a ninguna de esas opciones.

Se trataba de Bokuto, su compañero de departamento, haciendo abdominales en la sala, con el torso descubierto, gotas de transpiración adornando sus músculos, y un ligero gruñido que salía de sus labios debido al esfuerzo abdominal.

Una persona que no infundía temor ni que causaba pesadillas, pero que podía hacer que los sueños de Akaashi adquirieran un profundo tono húmedo en las noches.

Lo mejor sería devolverse rápidamente a su habitación.

—Akaashi... —dijo Bokuto con voz entrecortada—, mhm... estás levantado.

Los músculos de Akaashi se oxidaron; su cabeza fue la única en responder, volteando hacia aquella dirección con movimientos robóticos. Por suerte, Bokuto seguía concentrado en su labor, apenas mirándolo por el rabillo de su ojo.

—¿Hice... mucho ruido? —retomó Bokuto, prosiguiendo con sus movimientos.

—No —respondió Akaashi. Tuvo que carraspear; su voz había sonado demasiado ahogada—. No, Bokuto-san —repitió, esta vez con mayor grado de claridad.

Bokuto se flexionó hasta que su espalda tocó la alfombra y volvió a elevarse. Esta vez se irguió hasta quedar sentado, apoyó sus brazos a ambos lados de su cuerpo y, una vez establecido, giró su mirada en totalidad hacia la dirección de Akaashi, cuyo organismo recibió una ola de calor ante semejante imagen a disposición.

—Oh, qué alivio —dijo Bokuto, sonriendo—. ¿Me podrías ayudar entonces?

La suerte, esa maldita racha que había mantenido durante la semana al sacarse sobresalientes y haber obtenido el trabajo para el que había aplicado, acababa de abandonarlo y dejarlo literalmente —y paradójicamente— a su suerte, si es que eso tenía sentido. Quizá no.

Su proceso cognitivo estaba desactivado, pues su mente estaba más concentrada en el trayecto de esas malditas gotas de sudor que se deslizaban por el abdomen contrario.

Akaashi se maldijo internamente. Sus ojos volvieron a concentrarse en el rostro y no en el cuerpo. En cambio, su boca le traicionó y respondió por sí sola:

—Claro.

Maldición.

—¡Gracias! ¡Eres el mejor!

No había marcha atrás.

Akaashi emprendió el paso hacia Bokuto y se arrodilló frente a él, estático y mudo, en espera de instrucciones. Bokuto señaló sus pies con su barbilla como única respuesta. Tras captar el mensaje, Akaashi colocó sus dos manos sobre los pies contrarios, ejerciendo una considerable presión.

—¿Necesitas que cuente por ti? —inquirió Akaashi. Bokuto negó con la cabeza y retomó sus actividades, elevándose y flexionándose con tal osadía, restregando sus atributos carnosos a alguien que aún no había tomado desayuno.

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