IX. Un momento supremo

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Emily bajó las escaleras sin entusiasmo, sintiendo que, de alguna manera, todo el color y la música habían desaparecido de la vida y que ésta se extendía ante ella en un ininterrumpido gris. Diez minutos después, se veía rodeada de arco iris y el desierto de su futuro había florecido como una rosa.
La causa de este milagro de transformación fue una delgada carta que le entregó la tía Ruth con un resoplido ruthiano. También había una revista, pero al principio Emily no la miró. Advirtió en el extremo del sobre el membrete de una casa de plantas y percibió, al tacto, la promisoria delgadez de la carta, tan diferente de las cartas abultadas llenas de poemas rechazados. El corazón le latía con fuerza cuando abrió el sobre y miró la hoja escrita a máquina.

Señorita Emily B. Starr Shrewsbury. Isla Príncipe Eduardo, Canadá
Estimada señorita Starr: Es para nosotros motivo de agrado informarle que se ha aprobado la publicación de su poema «La risa del búho» en Jardines y bosques. Ha sido incluido en el último número de nuestra revista, que le enviamos adjunto a la presente. Su poema es arte verdadero y nos alegrará recibir cualquier otro material que desee hacernos llegar.
No acostumbramos pagar en efectivo a nuestros colaboradores, pero puede usted elegir de nuestro catálogo
de semillas o plantas por valor de dos dólares y se las haremos llegar a su domicilio sin costos de envío. Con nuestro agradecimiento y sin otro particular.
Thos. E. Carlton & Co.

Emily dejó la carta y cogió, con dedos temblorosos, la revista. Se sintió mareada, las letras bailaban ante sus ojos, tuvo la extraña sensación de que se ahogaba... pues allí, en la primera página, con un bonito reborde de volutas, estaba su poema, «La risa del búho», por Emily Byrd Starr. Era la primera dulce burbuja en la copa del éxito y no debemos considerar tonta a Emily si por este motivo resultó embriagada. Se llevó la carta y la revista a su cuarto para regodearse con ellas, felizmente inconsciente de que la tía Ruth estaba dedicada a una sesión extra de resoplidos. La tía Ruth receló sobremanera de aquella mejilla súbitamente roja y del brillo de los ojos y de aquel aire generalizado de éxtasis y de no estar pisando esta tierra.
En su cuarto, Emily se sentó y leyó el poema como si no lo hubiera visto antes.
Había un error de imprenta en él que le puso la piel de gallina (era horrible que la luna del cazador se convirtiera en la cuna del cazador) pero era su poema, suyo, aceptado y publicado por una revista de verdad. ¡Y pagado! Claro que un cheque habría sido mejor; dos dólares propios, ganados con su propia pluma, le habrían parecido un tesoro. Pero ¡cómo se divertirían el
primo Jimmy y ella eligiendo las semillas! Veía con los ojos de la imaginación aquel
hermoso lecho, el próximo verano, en el jardín de la Luna Nueva, una gloria de rojos,
púrpuras, azules y dorados.
¿Y qué decía la carta?
«Su poema es arte verdadero y nos alegrará recibir cualquier otro material que desee hacernos llegar».
¡Ah, bendición, ah, delicia! El mundo era suyo, el Sendero Alpino podía tenerse por recorrido, pues ¿qué significaban algunos pasos para llegar a la cima?
Emily no podía quedarse en el cuartito oscuro con su techo opresivo y sus
muebles hostiles. La expresión fúnebre de lord Byron era un insulto a su felicidad. Se abrigó y fue corriendo a la Tierra de la Rectitud.
Al pasar Emily por la cocina, la tía Ruth, naturalmente más recelosa que nunca, le
preguntó, con fuerte y disimulado sarcasmo:
-¿Se incendió la casa? ¿O el puerto?
-Ninguna de las dos cosas. Es mi alma la que se ha incendiado -respondió
Emily con una sonrisa inescrutable. Cerró la puerta a sus espaldas y de inmediato se olvidó de la tía Ruth y de cualquier otra cosa o persona desagradable. ¡Qué hermoso era el mundo, qué hermosa la vida, qué maravillosa la Tierra de la Rectitud! Los abetos jóvenes, a lo largo del estrecho sendero, estaban salpicados de polvo de nieve, como si hubieran echado, pensó Emily, un velo de encaje de aire encima de jóvenes y austeras druidas que hubieran renunciado a las frivolidades y los vanos adornos.
Emily decidió que escribiría esa frase en su cuaderno cuando volviera. Siguió caminando hasta la cima de la colina. Se sentía volar, no podía ser que sus pies estuvieran tocando la tierra. Se detuvo sobre la colina y permaneció quieta, una figura extasiada, absorta, con las manos entrelazadas y ojos de ensueño. Acababa de caer el sol. Allá lejos, por encima del puerto cubierto de nieve, unas nubes grandes se
arremolinaban en masas luminosas e iridiscentes. Más allá había colinas blancas, relucientes, con las primeras estrellas en el cielo. Entre los troncos oscuros de los abetos viejos, a su derecha, a través del aire cristalino del atardecer, se levantaba una luna llena inmensa y redonda.
«Es arte verdadero» murmuró Emily, saboreando una vez más las increíbles palabras-. «Quieren ver más trabajos míos. ¡Ojala papá pudiera ver mis poemas publicados!».
Años antes, en la vieja casa de Maywood, inclinado sobre ella mientras dormía, su padre había dicho: «Amará profundamente, sufrirá terriblemente, pero tendrá momentos gloriosos que la recompensarán».
Éste era uno de sus momentos gloriosos. Sentía una maravillosa liviandad de espíritu, un regocijo que le sacudía el alma con la mera existencia. La facultad de
crear, adormecida durante todo el horroroso mes que acababa de pasar, volvió de pronto a arderle en el alma como una llama purificadora. Barrió todas las cosas mórbidas, envenenadas, enconadas. Súbitamente Emily supo que Ilse jamás había
hecho aquello. Rió con alegría, divertida.
-¡Qué tonta he sido! ¡Ay, qué tontita! Claro que Ilse no fue. Ya no se interpone nada entre nosotras, eso se desvaneció. Voy a ir a verla y a decírselo.
Emily bajó el sendero a toda prisa. La Tierra de la Rectitud se extendía a su
alrededor, misteriosa a la luz de la luna, envuelta en el exquisito silencio de los bosques invernales. Ella parecía formar parte de ellos con su belleza, su encanto y su misterio. Con un fugaz suspiro de la Señora Viento entre los caminos en sombras
vino «el destello» y Emily avanzó, bailando, hacia Ilse con el resplandor del
«destello» en el alma.
Encontró sola a Ilse, le echó los brazos al cuello y la abrazó con fuerza.
-Ilse, perdóname -exclamó-. No tendría que haber dudado de ti, porque lo he hecho, he dudado de ti, pero ahora lo sé, lo sé. ¿Me perdonas?
-Cabra loca -dijo Ilse.
A Emily le gustó que la llamara cabra loca. Ésta era la Ilse de antes, su Ilse.
-Ay, Ilse, he sufrido tanto.
-Bueno, no alardees -soltó Ilse-. Yo no he sido lo que se dice muy feliz.
Escúchame, Emily, tengo que contarte algo. Calla y escúchame. Aquel día me
encontré con Evelyn en el Shoppe, volvimos a buscar un libro que ella quería y te encontramos profundamente dormida, tanto que ni te moviste cuando te pellizqué la
mejilla. Entonces, tonta de mí, cogí un lápiz y dije «Voy a dibujarle un bigote».
¡Cállate! Evelyn hizo una mueca y dijo «ay, no, ¿no te parece que sería una
maldad?». Yo no había tenido la menor intención de hacerlo, lo había dicho en broma, pero la maldita afectación de esa idiota de Evelyn me puso tan loca que decidí hacerlo... ¡cállate!... con la intención de despertarte enseguida y ponerte un espejo delante, eso era todo. Pero antes de que pudiera hacerlo entró Kate Errol, que quería
que fuéramos con ella, así que dejé el lápiz y salí. Eso fue todo, Emily, lo juro por el Faraón. Pero después me hizo sentir tonta y avergonzada, diría con la conciencia
intranquila si tuviera algo parecido a una conciencia, porque sentía que seguramente yo le había puesto la idea en la cabeza a quienquiera que lo hizo y por lo tanto era
responsable en parte. Y después vi que desconfiabas de mí y me puse loca, no loca de
enfado, sino con una locura desagradable, fría, por dentro. Pensaba que cómo podía ocurrírsete que yo fuera capaz de hacer semejante cosa y dejarte ir así a clase. Y
pensé que, ya que lo creías, pues, que siguieras creyéndolo, yo no iba a decir ni una
palabra para aclarar las cosas. Dios, pero cómo me alegro de que hayas terminado de ver fantasmas.
-¿Te parece que fue Evelyn Blake?
-No. Es muy capaz de hacerlo, por supuesto, pero no veo cómo podría haber sido ella. Fue al Shoppe con Kate y conmigo y allí la dejamos. Quince minutos después estaba en la clase, de modo que no pudo haber tenido tiempo de regresar y hacerlo. En realidad, creo que fue ese demonio de Mary Hilson. Es capaz de cualquier cosa y estaba en el cuarto cuando yo cogí el lápiz. Es capaz de haberse prendido a la idea como un gato a la leche. Pero no pudo haber sido Evelyn. Emily mantuvo su convicción de que podía haber sido y de que era ella. Pero lo
único que importaba ahora era el hecho de que la tía Ruth seguía creyendo que Ilse era culpable y seguiría creyéndolo.
-Mira, esto es una mierda -dijo Ilse-. Aquí no podemos charlar tranquilas, Mary siempre tiene una multitud de visitas y Evelyn Blake lo invade todo.
-Voy a averiguar quién lo hizo -dijo Emily, sobriamente- y voy a hacer que la tía Ruth admita su error. A la tarde siguiente, Evelyn Blake encontró a Ilse y a Emily en medio de una
hermosa pelea. Al menos Ilse rugía mientras Emily estaba sentada, con las piernas cruzadas y una expresión de aburrimiento y altivez en los ojos insolentemente entrecerrados. Habría sido una imagen agradable para una chica que odiaba la intimidad entre las demás. Pero Evelyn Blake no se alegró. Ilse volvía a pelear con Emily, ergo, Ilse y Emily se habían reconciliado.
-Me alegro tanto de que hayas perdonado a Ilse por aquella broma tan pesada - le dijo con mucha dulzura a Emily al día siguiente-. Claro que fue sólo inconsciencia por parte de ella, yo siempre insistí en eso, en ningún momento se detuvo a pensar en el ridículo en que te ponía. La pobre Ilse es así. ¿Sabes que yo intenté impedírselo? No te lo había dicho antes, claro, porque yo no quería ahondar más el problema, pero a ella le dije que era una maldad hacerle eso a una amiga. Pensé que la había disuadido. Es muy dulce de tu parte haberla perdonado, Emily, querida. Tienes mejor corazón que yo. Yo creo que nunca podría perdonar a alguien que me convirtiera en un hazmerreír.
-¿Por qué no la mataste? -dijo Ilse, al enterarse por boca de Emily.
-Me limité a entornar los ojos y a mirarla como una Murray -dijo Emily-, y eso es más amargo que la muerte.

Emily, lejos de casaWhere stories live. Discover now