13. Que ha decidido separarnos

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A los trece años, Athanasia supo algo, algo delicado y hermoso.

Se había enamorado.

Y del chico de otra, nada más y nada menos.

Aquel Lord admirable que estaba destinado a su prima, la original dueña del aquel mundo, ahora estaba en sus sueños y su corazón.

Y él, sin temor, avanzó esa agradable tarde, la tomó de un brazo y la miró con aquellos ojos dorados tan cálidos, tan hermosos.

—Princesa—él susurró, con sus finos y dulces labios.

Supo, entonces, que él también la quería.

Aún así, Athanasia no le prestó la menor atención, ¿no se enamoraban los adolescentes todo el tiempo? ¿No era constantemente un tira y afloja por el gusto del más guapo?

Entonces, ella desestimó todo y siguió empeñada en sobrevivir.

No le prestó atención a cálido sentimiento en su pecho cuando bailó con él en su debut, ni a la zozobra que le causo que se colara a su biblioteca privada, tampoco sintió mucha curiosidad cuando su corazón se enterneció ese día en que Claude la rechazó, víctima de su propia magia, y él fue hasta ella, le puso el zapato que se le había caído al huir y le juró apoyarla.

No sospechó ni siquiera cuando levantó la mirada en la mansión Alfierce, rodeada de todas las comodidades que él pudo ofrecerle mientras escapaba del Emperador y le sonrió por encima de su libro.

Ni como su corazón dio un vuelco, ni como su piel se erizó.

No lo hizo, ¿por qué hacerlo? Ijekiel estaba para Jennette.

Lucas, por otro lado, él no era de nadie.

Su belleza estaba libre de sufrimiento, sus sentimientos latieron por él sin sospechas. Pero entonces, aquella primera vez, aquel primer beso, algo extraño pasó...

Él parpadeó y, extrañado dijo.

—Con que es eso—y se fue.

Athanasia tenía dieciocho para ese entonces, y los problemas que la habían hecho preocuparse por sobrevivir habían desaparecido hace mucho. Su padre la quería, su hermana Jennette estaba sana y feliz, viviendo junto a ellos, Ijekiel los visitaba cada semana.

Lucas no volvió por un buen tiempo.

Cuando lo hizo, él le entregó un libro, un poco menos molestó que la última vez, y dijo:

—Léelo—antes de volver a desaparecer, lo que ese día le colocó en sus manos fue la antigua leyenda del Sol y la Luna.

Athanasia no supo por qué, hasta que, esa noche, soñó con un par de ojos dorados, y las mil vidas que tuvo que pasar para llegar hasta esa.

Despertó, entonces, volviendo a recordar.

Como el Sol y la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora