Capítulo I, parte III

704 106 12
                                    


TIEMPO ATRÁS

Damien era un sanador joven pero muy intuitivo, quizás porque sus padres practicaban el mismo oficio y él los había observado tratar a todo tipo de pacientes desde niño. Su padre se dedicaba sobre todo a curar enfermedades infecciosas, pero su madre tenía predilección por tratar tendones, músculos, ligamentos y huesos. Al principio ambos trabajaban fuera de casa, pero había llegado un día, siendo Daimen bastante pequeño, en que sus progenitores habían mantenido una acalorada discusión. Su padre instaba a su madre a quedarse en el hogar y ella se negaba. Desde hacía un tiempo los mayores hablaban entre susurros y se deslizaban por las calles como si alguien les fuese a saltar sobre la espalda, y Daimen no entendía demasiado bien por qué. Más tarde supo que el día que sus padres habían discutido como nunca antes había sido el día en el que Dresdent había hecho oficial la prohibición hacia las mujeres de llevar a cabo cualquier oficio que el Imperio considerase de corte masculino, y la sanación era uno de ellos.

Sin embargo, su madre no se había rendido y había encontrado la forma de continuar ejerciendo su profesión a escondidas, en su casa y con la reticente ayuda de su marido. Los pacientes llegaban de madrugada, embozados como criminales y amparados por la oscuridad, para que ella remendase sus articulaciones y aliviase sus músculos. Durante un par de años se las habían arreglado para que nadie sospechase de que en casa de los Turyn se llevaban a cabo prácticas ilegales, pero cuando el Imperio comenzó a recrudecer las penas condenando a muerte a las sanadoras que no habían acatado la ley, el padre de Daimen sintió pánico y le hizo ver a su consorte que no debía correr el riesgo de dejar a dos niños pequeños sin madre. Ella transigió tras muchas noches sin dormir y muchos almuerzos sin probar bocado, conmovida por la idea de sus hijos huérfanos.

Jamás volvió a ser la misma.

Daimen anheló durante mucho tiempo que regresara la versión risueña y desenfadada de su madre que siempre había conocido, pero, a pesar de que con el paso de los años Aylin consiguió recobrar el buen humor, una parte del brillo de su mirada se había extinguido para siempre.

A pesar de la situación, su madre nunca perdió la pasión por hablar sobre curar en la seguridad de su hogar, y a medida que Daimen crecía y mientras completaba sus estudios básicos en la Academia de Vedria, tanto ella como su padre le iban inculcando todo lo que sabían de sanación. Los tres solían sentarse en los descoloridos tresillos del salón frente al fuego tras las comidas y las cenas para desarrollar debates sobre los pacientes de su padre y sus posibles tratamientos, mientras Sonya, la hermana menor de Daimen, se ocupaba en practicar extravagantes peinados en su propia cabeza sentada frente a un pequeño espejo del cual solo levantaba la vista para mirarlos de soslayo haciendo mohines de aburrimiento.

A los diez años Daimen ya ayudaba a su padre tanto en consulta como en la mesa de intervenciones, donde abrían cuerpos, extirpaban tejidos enfermos, cosían heridas o amputaban miembros. El pequeño demostraba extraordinaria sangre fría y calma en las situaciones complicadas, así como unos conocimientos nada desdeñables para alguien de su edad, ya que a parte de las enriquecedoras conversaciones que mantenía con sus padres, amaba leer sobre todas las cosas, y dedicaba su tiempo de ocio a enterrar la nariz entre las páginas amarillentas de decenas de libros de anatomía, plantas curativas o técnicas quirúrgicas.

Así pues, a nadie le sorprendió que al completar sus estudios en la Academia ingresase en la Escuela de Sanadores de Vedria, la única en toda Galedia, y tampoco fue motivo de estupor que acabase sus estudios en solo cinco años y con las mejores calificaciones de su promoción.


Lo que si cogió a todos por sorpresa, empezando por sus padres, fue que aquel joven tan tranquilo y alegre decidiese irse a un campamento militar tras un año ejerciendo su profesión en la consulta de su padre en Vedria.

Crónicas de Galedia I: IalmyrWhere stories live. Discover now