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El sacerdote oficiaba la misa aquella calurosa mañana de domingo. Recuerda lo aburrido que estaba sentado al lado de su abuela quien no le permitía el mínimo ruido dentro de la iglesia o una postura más cómoda.

La niña que estaba a su lado parecía tan aburrida como él. Ella jugaba con un hilo que colgaba de su vestido enrollándolo en su dedo hasta que se pusiera morado, le parecía una estupidez, pero no podía negar que también quería enrollar su dedo con aquel hilo.

Como si leyera sus pensamientos la niña lo miró y le sonrió, subió un poco su vestido dejando ver sus pálidas piernas mientras le acercaba el hilo a su mano.

Sin pensarlo dos veces jaló aún más del vestido de la pequeña para poder jugar con el hilo. Cuando la madre de la niña se percató del movimiento a su lado, lo primero que vio fueron los pequeños muslos de su hija.

La chiquilla tenía el vestido tan levantado que casi podían verse sus pantis.

-¡¿Qué crees que estás haciendo, atrevido?!- le gritó la mujer tirando fuerte del vestido para acomodarlo nuevamente.

Su dedo dolía donde la mujer casi lo cortó con el hilo cuando jaló, pero no era eso lo que lo asustaba, sino la mirada amenazante de su abuela quien inmediatamente enterró sus uñas en su brazo tan fuerte como pudo dejándole marcas.

-Disculpe señora, me encargaré de que no vuelva a suceder- le decía su abuela a la madre de la niña.

Sabía perfectamente lo que eso significaba, un severo castigo en casa.

Nada a lo que no estuviera acostumbrado. Excepto que cada día eran más insoportables.

-Espero que aprendas- dijo la mujer cuando dejó el primer azote en sus piernas.

Sentía sus piernas arder donde le quemaba cada golpe, su abuela repetía una y otra vez lo mal que estuvo levantarle el vestido a la niña.

-No se debe ver las partes de las mujeres, primero te casas ¿me oyes bien Erick?, y para eso te falta mucho.

Ojalá le hubiese dado oportunidad de decirle que solo estaban jugando. Ni la niña ni él vieron nada más allá de un simple juego en su conducta, fueron los adultos quienes se escandalizaron por las cosas que se les ocurrían en su inocencia, ¿qué niño de seis años puede pensar en cochinadas?.

Sin embargo, sabía que no tenía ni voz ni voto en el asunto.

Lección dolorosamente aprendida.

Subió sus pantalones cuando la paliza acabó, secó sus lágrimas y se sentó en los escalones de la entrada de su casa.

La señora Patricia empujaba el cochecito paseando a su bebé por el vecindario, el niño era tan tierno que Erick no se resistía a hacerle mimos cada vez que lo tenía cerca.

-Hola señora Patricia.

-Hola Erick, ¿cómo estás?.

-Mas o menos bien, ¿Puedo ver a Joelito?.

-Claro, acércate.

-Aww qué lindo su gorrito- dice al asomarse a ver al bebé- puedo llevarle el bolso.

-Muchas gracias, eres muy amable Erick, pero no, está pesado y tú estas pequeño aún.

-¿Qué edad tiene?- pregunta pasando su dedito por la mejilla del más pequeño.

-Apenas cumplió un año.

Después de eso, cada día Erick se sentaba en la entrada de su casa a esperar que pasara el coche con el pequeño Joel, sin pensarlo el niño se había convertido en su escape de aquella cárcel llamada casa, en la que vivía bajo estrictas normas impuestas por su abuela.

Su amistad creció y se consolidó con el paso de los años.

Se acostumbraron a las miradas extrañas de la gente, no era común ver a un adolescente de quince años jugar tan infantilmente con un niño de diez, pero era normal para ellos, y la única opinión que tomaban en cuenta a parte de la de ellos mismos era la de la señora Patricia, quien siempre se mostraba más que contenta de contar con la presencia de Erick casi que a diario.

Así era su mundo, estaba bien para ellos, y no necesitaban nada más que eso.

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Bienvenidos a una nueva historia.

Les quiere:
Lía. ❤️

SE BUSCA NOVIO <Joerick>Where stories live. Discover now