31. Café sin azúcar

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C A P Í T U L O   T R E I N T A Y U N O

Café sin azúcar

Dos años después…

Camino por el piso de madera, sacándome los zapatos de tacón y toco con la punta de los dedos la alfombra blanca que parece como si estuviera pisando algodón de azúcar.

Me recuesto en el sillón de cuero negro, mirando hacia el techo y moviendo los dedos unos contra otros. 

—¿Cuál fue la urgencia? —pregunta la doctora James desde su silla colgante.

Me encanta la silla que tiene la doctora, a veces cuando me dejaba sola en su consultorio me sentaba en ella, sintiendo lo suave y acolchado del asiento. 

La esfera de metal que está sujeta al techo y que cuelga a una distancia considerable del piso, servía para que me diera vueltas sobre sí misma hasta que me quedara mareada.

—No me he podido dormir bien estos últimos días. 

—¿Has vuelto a tener pesadillas? —Cuento los cuadros que cuelgan de la pared adjunta, viendo los logros de la doctora—. No los has tenido hace años.

Suspiro.

—No, nada de eso. —Toco mis dedos—. Estoy sintiéndome ansiosa.

Veo el asentimiento de su cabeza. 

—¿Por qué sucede eso?

—Lana, una amiga, se va a casar este fin de semana —explico tragando saliva.

No la veo con claridad porque la posición acostada en la que estoy, no me lo permite, pero su cabello oscuro se mueve y eso significa que está asintiendo.

—¿Tienes algún sentimiento hacia que ella se case? 

Niego con la cabeza sin dejar de ver el techo blanco.

—No es eso, estoy feliz por ella. —Exhalo lentamente, quitándome el nudo en la garganta—. Es que lo voy a ver a él.

—¿A quién vas a ver? 

Me siento. 

—A Clark.

No había pronunciado su nombre en mucho tiempo y se siente como lejía en mi boca. Como si me estuviera intentando decir que no debo olvidarlo, aunque lo he intentado. 

He tenido días que no lo he recordado ni he pensado en él. Pero estos días lo único que hago es pensar en él.

—¿El mismo Clark del que hablamos la última vez? 

—Él mismo.

El mismo con el que dejé de hablar, pero que seguía enviándome los tulipanes en mi cumpleaños. Y un libro diferente, con un final feliz. 

«Espero que hayas encontrado tu final feliz.»

Me había escrito en el último libro que me mandó. Y yo me quebré en cientos de pedazos, porque no estaba segura de haberlo encontrado. 

—¿Cuál es el inconveniente con que lo veas? —pregunta con su voz suave que en muchas ocasiones me ha ocasionado que cierre los ojos como si me estuviera contando un cuento para dormir. 

Ahora no puedo cerrar los ojos porque recuerdo su rostro, pero ya no con tanta claridad como antes, con el paso del tiempo he ido perdiendo memoria sobre sus rasgos físicos. 

Lo único que ha perdurado ha sido sus ojos miel.

—No lo he visto en dos años y me siento ansiosa por eso. —Muevo los dedos—. ¿Eso es normal?

El amor a colores ✔Where stories live. Discover now